Toda la semana, esa chica. Verónica, ha estado huyendo de mí, manteniendo el margen de distancia como si fuera una enfermedad que se contagie por proximidad o por trato y lo peor es que no entiendo porqué causo toda esa mierda en ella.
Me pone ansioso, furioso y casi un cavernícola, porque lo único que deseo cuando la miro es tomarla como un hombre de las cavernas, sobre mi hombro y obligarla a que me diga, ¿qué es lo que la tiene tan esquiva?
¿Está molesta, cuando quien debería de estarlo sería yo? Ella se acercó demasiado la otra noche. La había llevado al pent-house que aquel hombre, mi padre me regaló, según él para que no siguiera viviendo en aquel lugar en el que me crié, pero las calles de ese barrio esas fueron las que vi en mi niñez, las que fueron constantes, ellas y mi madre.
La había llevado por estúpido, por presumir. Idiota, quería ostentar para conquistarla. En un principio, pensé que sería una buena venganza a su élite social, si uno de ellos se enredaba con un bastardo advenedizo como muchos me han catalogado, desde que mi padre asumiera su paternidad a la luz pública.
Pensé confrontar a Verónica el miércoles, pero por mierda del destino o porque simplemente la vida es un maldito tablero de ajedrez en el que eres movido por alguien llamado destino, Marta me había estado provocando tras haberla dejado la noche del sábado tirada en el lugar de las carreras clandestinas. Estaba furiosa porque había roto mi propia regla «no subir a ninguna chica por muy buena que estuviera en mi moto», esa era una regla que me ayudaba a mantener en la distancia a todas esas chicas con las que pasaba el rato en una cogida sin importancia. No quería una novia o una chica que se considerase como tal.
Marta era la única constante y más que todo me la tiré por hostigamiento. No entiende que no soy la clase de tipos que quiere ser rescatado. Mi alma no está perdida y si la está, simplemente no quiero encontrarla. Pero no sé porque coño, las chicas creen que uno tiene un lado oscuro o es llamado por el lado oscuro, —ni que fuera un jodido Jedai—, esa es una retorcida manera de amar que no va conmigo y que ella no quiere o no le da la puta gana de entender.
En esos días lo menos que quería era a Marta pululando sobre mí como moscas en la mierda, sí, ya sé que es una grotesca comparación, pero es cierto. La tomé por el codo y bajé las escaleras para meterme con ella un rato debajo de las mismas del primer piso, allí en un recoveco al que solo le amontonaban pupitres inservibles. Una follada, no me haría daño y la estaba necesitando, luego de que mi cuerpo adolorido por la pelea con el perro rico de Carlos Ferreira, no me permitiera salir de cacería. Además, estaba esa… «niña rica» con su cara de ángel, no podía salir de mi mente, era como una especie de droga que, aunque no pruebas aún, te mueres por inhalar. Todo el fin de semana no hice más que pensar en ella y sus manos tan suaves curando mis heridas, el arrebol en sus mejillas cada vez que me atrapaba observándola solo a ella, en el estremecimiento evidente por mi proximidad y estaba esa maldita corriente que corría por mi piel, electrificando hasta la sangre de mis venas cada vez que nos rozábamos.
Mi corazón era un forajido queriendo correr hacia ella. Su mirada cuando me observó sin camisa me dijo lo fascinada que estaba conmigo, en ese momento solo quería molestarla, tentarla, exhibirme un poco, eso nunca ha sido un pecado. Sentí ese día, que había algo ocurriendo en ella.
El lunes busqué aproximarme, pero ella había erigido una especie de muralla impenetrable y cada intento mío por acercarme, eran dos pasos que ella retrocedía.
Lo cierto, es que ese miércoles no pasó más que de toqueteos y manoseos entre Marta y mi persona. Ella había comenzado su trabajo manual sobre mi virilidad mientras mi mano atormentaba su deseo tocando su parte femenina, no quería que gimiera, pues tampoco quería ser atrapado por cualquier profesor.
—Me has hecho mucha falta, tigre —Marta ronroneó y luego gimió atrapada en la pared de las escaleras, mientras trabajaba su sexo húmedo.
—Sé lo mucho que te gusta sentirme dentro de ti —Le dije para aumentar su libido, de ese modo ella aumentaba el ritmo en mí.
—Sí —me pidió entre gemidos—. Oh, fóllame aquí y ahora.
—Martica, Martica eres todo terreno, ¿no es así? —Acoté con lascivia y las palabras me resultaron forzadas.
Era consciente de cuán cerca estaba ella por venirse en mi mano cuando introduje dos dedos dentro y atormente los picos desnudos de sus senos con mordiscos, la verdad quería terminar con eso y si la complacía podía quitármela de encima por unos días. Su nivel de acoso carecía de límites, pero en ese momento necesitaba follarla para sacar de mi mente a Verónica.