Mi dulce limón

Playboy a la vista

Playboy a la vista

 

Salgo del auto tras recordarle con firmeza a Larry que no debe salir a abrirme la puerta, porque no estoy discapacitada. Mi padre sonríe y me gusta que sonría. Hacía mucho tiempo que no lo veía sonreír. Hoy parece estar de mejor ánimo.

Miro la fachada del nuevo instituto, está un poco descolorido y pienso de inmediato que necesitan recaudar pintura o pedir a quien le corresponda que haga su aporte que al parecer tiene una década de olvido.

—Concéntrate —me recuerdo. Debo dejar de irme por las ramas y enfocarme en que este es el primer día de clases en un nuevo instituto, repleto de personas que no conozco y que no me será fácil construir lazos de amistad, no después de haberme dado cuenta que la amistad, es una utopía.

Como dijera mi abuela paterna, amigo ratón del queso y se lo come.

Me encamino hacia la entrada, tras un respiro y darme ánimos diciéndome: «¿Qué podría salir mal? Eres Verónica Martelli, sobreviviste a tu madre, puedes sobrevivir a un primer día de clases».

El timbre suena justo cuando paso la puerta principal del instituto, todo está más oscuro, es enorme de unos cuatro pisos y un techo en el patio central mucho más alto y curvado para que fluya la ventilación y entre la luz necesaria. Estoy en el último año de bachillerato y será a su vez un nuevo comienzo.

Un sonido estridente, proveniente del altavoz del instituto se oye, procedido de una voz ronca e ininteligible.

—¡Buenos días, Jóvenes! Bienvenidos a un nuevo año de escolaridad. Se les agradece a los alumnos del segundo año de bachillerato, reunirse en el auditórium, para información importante.

—¡Ay no! Otra vez esa charla —dice una chica que se encuentra delante de mí.

—Afortunadamente, este es nuestro último año —un chico, alto y algo desgarbado dice acercándose a ella y pasando su mano por la cintura.

—Okey —musito.

Todos caminan en una misma dirección, por lo que deduzco que se dirigen al sitio indicado por la voz ronca del altoparlante, estoy como pez dejándose llevar por la corriente del agua. Sostengo mi bolso con fuerza por el asa sobre mi hombro. El colegio es tremendamente enorme, —lo sé una redundancia—, es también intimidante. Sin embargo, eso no me va a detener; soy Verónica Martelli y no me dejaría intimidar por nada.

Pero heme aquí, empezando desde cero. Y como todo nuevo comienzo implica un cambio, decidí que nada mejor que un lugar desconocido, con personas comunes y sin tantos conflictos existenciales como los del entorno en el que me había criado, sería mejor.

El auditorio está apenas iluminado por algunos bombillos, es de aspecto viejo, pienso que requiere de una extrema renovación, los paneles de madrea que cubren hasta la mitad de las paredes laterales, tampoco ayudan a que se vea un poco mejor. Bueno, al menos las butacas están decentes, busco sentarme en la quinta fila frente al auditorio donde hay un podio con un micrófono y unas cornetas a los lados. Me doy cuenta de que hay dos puertas amplias laterales por donde entran otros alumnos, que son las salidas de emergencia.

Todo es alboroto y caos, debido a las efusivas hormonas adolescentes. Estoy esperando que un par de chicas se sienten para poder entrar a la fila y tomar el último puesto en esta, evitando quedar en medio y salir lo más pronto posible, cuando un empujón provoca que por poco caiga de rodillas sobre el piso, el bolso sale de mi brazo cayendo desparramando todo su contenido. Cierro los ojos implorando a los dioses de lo imprevisto por paciencia.

Afortunadamente, no he caído porque en medio del empujón un brazo me sujeta por la cintura, trayéndome hacia su cuerpo. Siento el aliento de quien me sostiene en mi cuello, un poco agitado, haciendo que se me erice la piel, pero luego como colocando la guinda al pastel sé que es un hombre por su estúpida risita sardónica.

Me estrujo, lo suficiente como para que el muy tarado me suelte y lo miro por encima de mi hombro, clavándole mis ojos con todo un reproche contenido. Por un momento su sonrisa se detiene, y sus ojos azules me miran con cierta estupefacción. El color de sus ojos es hermoso e impresionante.

—Fue un placer atajarte, preciosa —se recompone diciendo el muy idiota con una sonrisa de esas que dan los cretinos, creyendo tener a las chicas derrapando por ellos.

—Es la única manera en la que te pudiste haber acercado, playboy —respondo con soberbia.

Él me mira con las cejas levantadas y una sonrisa austera en el rostro. Es hermoso, detestablemente hermoso y seguro se cree el último oasis en el desierto.

—Tranquila, cara de ángel. Solo has corrido con suerte de que un chico tan apuesto como yo, haya sido tu salvador —y ahí está, ¿lo ven? Abrió su bocota para hundirse ante mí.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.