Mi enemigo, mi amado

Parte 2

Esa noche Sextino llegó a su casa, su padre era el general Ticiano, que había logrado mucho prestigio al haber que capturó a la Princesa.

— Hoy vi a la amazona que trajiste.

— ¿Y saliste vivo de ese encuentro? Supe que se la llevó uno de los consejeros, te apuesto que la tiene amarrada y con guardia permanente, para traerla a Roma tuvieron que cuidarla entre diez.

— Padre, es solo una mujer. Aunque debo reconocer que es muy bella, se nota que es de sangre real — su mirada se volvió muy vivaz.

— Así que te gusto — respondió el padre, que conocía muy bien a su primogénito.

— Mucho — le sonrió de lado malicioso.

— Cuidado, sabes...

— Conozco las leyes de las amazonas, tendré cuidado — si una era abusada, debía matar al hombre o suicidarse para lavar el honor de su raza.

Desde ese día Sextino empezó a ir todos los días donde su amigo, paseaba por todos lados, mirando desde lejos a la amazona, que entrenaba corriendo, saltando, pateando árboles.

— ¿De verdad te gusta amigo? — Horacio no entendía a Sextino, era una amazona, fuera de eso no veía en ella algo que la hiciera distinta a las demás que su amigo enamoró antes — ni parece mujer, tiene una fuerza tremenda — recordó cuando lo golpeó la noche que la vio por primera vez.

— Es tan distinta a todas las que he conocido, tiene un carácter muy fuerte — dijo como para sí mismo, sin poder quitarle los ojos de encima, las romanas eran recatadas, con vestidos muy largos, la muchacha que veía tenía un traje cortísimo, que cuando daba vueltas a veces casi se le salía un seno de su ropa.

— Definitivamente estás loco. Te apuesto que no lograrías estar a su lado ni media hora — quiso picarle el amor propio a Sextino.

— Acepto, hagamos esto interesante ¿Diez monedas de oro?

— Estoy tan seguro que no lo lograras que te apuesto a todos los esclavos que hay en mi casa contra los que hay en la tuya — con eso estuvo seguro que el hijo del general desistiría de su locura.

Pero Sextino no se amedrentó, sonriendo se acercó a la muchacha.

— ¿Qué te pasa? Hombre — dijo despectiva la amazona — nunca has visto a alguien entrenar.

— Solo vi que te cuestas estirar la pierna para patear, si haces estiramientos antes de empezar a golpear será más fácil.

— ¿Estiramientos?

— Si me dejas acercarme te enseño cómo.

La mujer lo miró, no muy convencida de dejar que un romano se le acercará, y la tocará.

— Si aceptas te enseñare las técnicas que usamos en nuestro ejército, y podrás decírselas a las tuyas cuando vuelvas — si es que regresa con las tuyas pensó, haré lo necesario para que te manden como "invitada" a casa de mi padre.

Ella lo observó un rato, era guapo, aunque no quería reconocerlo, nunca había conocido a un hombre tan valiente, a pesar de eso iba a rechazarlo, pero antes él volvió a hablar.

— ¿Acaso tienes miedo de que un hombre te toque? ¿Tienes miedo que te puede gustar?

La princesa se plantó frente a él.

— Enséñame. 

Horacio que veía todo, quedó con la boca abierta, sin poder creer que su amigo conversaba con la amazona, incluso tomó sus piernas y la corrigió en algunas posiciones de lucha. Así estuvo la pareja toda la tarde, cuando oscureció la muchacha se retiró a sus aposentos.

— Me ganaste en buena lid amigo — tragó saliva nervioso — debo ir a hablar con papá por lo de la apuesta que perdí.

— No te preocupes amigo, con haberte ganado es más que suficiente para mí, además... si yo necesito algo de ti, deberás hacerme un favor para pagarme — lo miró malicioso — ella quiere que venga a entrenar de nuevo mañana.

— No puedo creerlo, ten cuidado, son como serpientes, cuando menos lo esperas te atacará, además sabes que, si deseas algo con ella, y no quiere...

— Ya lo sé, no arriesgaré mi vida de esa manera, aunque por una belleza como esa...

Por una semana la amazona entrenó con Sextino, Horacio los veía juntos, incluso cuando almorzaban, pero desde lejos, hasta que un día se reunieron los tres, al principio fue un momento muy tenso, pero luego se volvió bastante cordial, los jóvenes y la muchacha tenían edades parecidas.

— Lamento lo que pasó el día que te conocí — se disculpó Horacio, de corazón.

— Esta bien, debo sentirme honrada que hayas pensado que era una ninfa — rió coqueta.

— Estaba tan tomado que pude tomar a un cuervo por un hada — reconoció el joven.

— Hombre ¿Qué quieres decir? — la princesa lo miró molesta.

— Es que yo... — se dio cuenta lo que había dicho, y no hallaba como arreglarlo.

— Solo era una broma ja ja ja — rió encantadoramente la muchacha.

Todos se relajaron, tranquilos. 

Aurelio los veía de lejos, con el ceño fruncido, preocupado. Aprovechado que estaba el dueño de casa, Sextino fue a pedirle permiso para llevarla a su casa.

— No — dijo el consejero — tendría que llevar una escolta muy grande, y no quiero que ella sufra ningún daño si trata de escapar.

— Entiendo al consejero — dijo la muchacha — gracias por querer mostrarme un poco más de tu cuidad, al menos aquí puedo moverme con libertad — pero se le notaba la decepción.

— ¿Cómo les fue? — Horacio estaba con la duda, sabía que su padre trataba con mucho cuidado a la amazona, pero lo que querían no era tan complicado.

— Mal, tu padre dijo que no — se notaba que la muchacha estaba ilusionada con ver la ciudad.

— Hummm esperen un poco, tengo una idea.

Entonces Horacio fue al cuarto de su padre, donde el hombre se había ido a descansar un poco.

— Padre ¿Si ella promete que no intentará escapará ni suicidarse nos dejaría ir?

— ¿Por qué tanto interés? No quiero que Oritia pase mucho tiempo con Sextino, es un mujeriego — dijo molesto el consejero.

— Ni que fuera tu hija, que la cuida tanto.

— Obvio que no lo es — respondió el hombre nervioso — pero está bajo mi cuidado.



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En el texto hay: abandono, drama, amazonas

Editado: 12.04.2022

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