Mi enemigo, mi amado

Parte 3

— ¿Y cómo estás seguro que no escapará ahora? Esta sin vigilancia — se alarmó el gobernante.

— La princesa me lo prometió por Artemisa, ninguna amazona rompería su palabra.

— Eres muy hábil, había olvidado que en tu juventud habías estado prisionero por un año en su territorio. Aprendiste mucho.

— Así es mi señor, por eso quise llevarla a mi casa, soy de los pocos que las entiende ¿Todavía no han mandado embajada para pactar su libertad?

— No, han demorado mucho, esperaba que inmediatamente enviaran a alguien, si en un mes más no sé nada, la mandaré matar.

— No lo haga mi Señor — debo pensar algo inmediatamente, se dijo el consejero, angustiado, no dejaré que la maté, aunque deba enfrentarme con él — seguramente la madre no quiere que sepamos su interés en su hija, le aseguro que vendrán.

— Eso espero, por el bien de la muchacha, esperaré dos meses más.

En ese preciso momento la Reina de las Amazonas estaba desesperada, esperando noticias de las espías sobre Oritia.

— Si atacó para rescatarla, la matarán.

— Además mi señora, nos guste o no, si vamos contra la capital, no podremos ganarles sin perder muchas de nosotras.

— Mi Reina, las infiltradas dicen que la tienen en la casa de uno de los dignatarios del emperador — explicó una de las generales.

— ¿Por qué no fue enviada a una prisión?

— Una de las que está en palacio escuchó que es para que se pueda hacer una alianza firme con nosotras.

— ¿Quién la tiene? — preguntó la reina angustiada.

— un Consejero, Aurelio.

La gobernante de las amazonas se puso pálida, por un momento pareció que iba desmayarse, tuvo que ser socorrida por varias generales que estaban con ella.

— Mi Señora ¿Qué le pasa? — le dieron agua.

— Nada, nada, solo la preocupación por la princesa, esperaremos un mes más, si ellos no mandan un mensaje, recién lo haremos nosotras, no debo mostrarles mis ansias de que vuelva — su palidez les hizo saber a todas lo que la reina quería a su hija.

Diez días después, Horacio salió con la amazona a la casa de Sextino, para que la guerrera pudiera conocer a la hermana de su amigo, Lidia, que había estado en una villa cercana con unos familiares, apenas pudo volver a su casa señaló su interés en conocer a la amazona.

— Lidia, te presentó a la princesa Oritia — dijo el hijo del consejero, muy ceremonioso.

— Un gusto — dijo la amazona y saludo según la costumbre del lugar.

— El gusto es mío, por favor pasen.

La joven romana honró con comida y bebida a su invitada, unas horas después, cuando la princesa estaba jugando con unos conejos que tenía la dueña de casa, Lidia le tomó la mano al hijo del consejero.

— Gracias Horacio, siempre me había preguntado si eran fieras con forma de mujer como dice la gente, que tienen los ojos rojos de demonio, y uñas como garras — rió y se tapó la boca.

— He compartido con ella y es como cualquiera de nosotros — miró a la joven a los ojos.

— Gracias de nuevo.

— Por ti haría cualquier cosa — le tomó la mano para poder acercarla a él.

Aunque se besaron discretamente, la guerrera se dio cuenta, por eso cuando iban de vuelta la amazona miraba al otro riendo por lo bajo.

— ¿Qué pasa? Tengo algo en la cara — preguntó avergonzado.

— Estas loquito por ella ja ja ja.

Horacio se puse rojo como tomate.

— Para nada... solo somos amigos.

— Seguro... a otro perro con ese hueso ¿Por qué lo quieres mantener en secreto?

— Es que su padre es muy estricto, tengo miedo que no quiera darme permiso para casarme con ella.

— No pensé que fueras tan inseguro, si uno quiere algo debe luchar por eso.

— Es complicado, mi fama me precede ¿Es verdad que ustedes no tienen varones?

— Nos está prohibido, para tener hijos una vez al año hacemos la ceremonia de la fecundidad, los hombres de varios pueblos cercanos vienen y toman a una de nosotras, si tenemos suerte quedamos embarazadas de una niña — su mirada se volvió triste.

— ¿Y si es niño lo matan? — había escuchado eso siempre, pero no lo creía.

— Así es, seguramente por eso mi madre no participa, no creo que pueda matar a un hijo.

— ¿Y tú has participado?

— No, en el siguiente otoño era mi momento, hace poco cumplí 15 años.

— ¿Y alguna vez no han matado a un varón?

— Nunca, ese es nuestro pacto con la diosa Artemisa, no debe haber varones en nuestra raza.

— Entiendo — quedó triste, si su amigo y la amazona se unían, y tenían un niño ella debería matarlo.

— A ver quien llega primero — dijo Oritia e hizo correr su caballo a lo que más daba, sabía que pensaban los hombres sobre sus costumbres y no quería molestarse con Horacio.

Ella iba pensando que hasta ese momento nunca había estado en contacto con un hombre, y la verdad no le molestaba en nada.

Ahora Lidia se unía en las salidas de los otros tres. Un día iban por las afueras de Roma, vieron una flor muy linda, que le encantó a la hermana de Sextino, pero estaba en una pared, en la parte más alta.

— Te la traeré — ofreció Horacio, pero era muy grande, alguno de los ladrillos empezó a caer.

— Mejor baja te puedes caer o esto se caerá sobre ti, eres muy pesado — reconoció la romana triste, de verdad le gusto la flor.

Nadie se dio cuenta que Oritia se cortó el vestido hasta dejarlo a la altura de su muslo, y se trepó rápidamente. En menos de un minuto subió y bajó sin problemas.

— Ten — le pasó la flor a Lidia.

— Gracias — todos los que pasaban los miraban asombrados.

Rápidamente los 4 jóvenes se hicieron muy buenos amigos, la Princesa volvió a usar vestidos cortos, para poder moverse bien. Tres meses después de que la muchacha de la realeza llegó prisionera a Roma, el emperador recibió un grupo de guerreras que venía en nombre de la Reina a pactar un acuerdo para el retorno a salvo de Oritia.



#11648 en Otros
#1441 en Aventura

En el texto hay: abandono, drama, amazonas

Editado: 12.04.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.