Mi Epílogo de Montecristo

Herminia y Benedetto

—¿Vos?   —preguntó Benedetto sorprendido—. ¿Os dignais visitarme para constatar que sigo aquí y que no he escapado de mi juicio?  ¿Me traéis algún recado de Eugenia? Sabed que a pesar de todo, me sentía afortunado por haber encontrado una familia a la cuál pertenecer y ya no ser un individuo solitario. Tal vez en parte es lo único honesto que puedo confesar. Un deseo ardiente que quise hacer realidad. Crecer sin una familia... No saber quién eres ni de dónde vienes... No es algo agradable.

Herminia callada, tragándose su sentir y tratando de retener las lágrimas lo miraba de manera diferente. Observándolo bien, el joven le parecía atractivo, tenía algo de ella como también de Villefort, tal vez no era un príncipe Cavalcanti como su exmarido se empeñaba en nombrar a su supuesto futuro yerno, pero si tenía su aire elegante muy a pesar de su condición, de esa triste condición en la que había crecido como delincuente por azahares del destino.

—¿Y bien señora? —insistió Benedetto—. ¿Vais a quedaros ahí sin hacer nada? Parece que veis a un fantasma. Estáis en extremo pálida, ¿Vuestra salud está mejor que la que teníais en mi juicio?

Herminia palideció aún más, recordó sus desvanecimientos en la sala y de los que todos fueron testigos.

—Será mejor que os sentéis señora o vais a desmayaros y no quiero que luego me señaléis como que os hice algo, ya no quiero cargar con más desventuras, demasiadas he tenido ya. Injusticia sería hacia mí que me señalaran de haberos hecho algo cuando no os he hecho nada.

—Benedetto —murmuró ella por fin.

—Sí, ese es mi nombre.

—¿Y fuisteis criado por buenas personas?

—Ya lo sabéis, fuisteis testigo de lo que dije, por desgracia parece ser que por mis venas corre una sangre maldita que me degeneró. Siempre me pregunté el porqué tenía esta maldad, siempre quise saber quiénes eran mis verdaderos padres y por qué me abandonaron.

Herminia se debatió entre hablar o seguir callando. La debilidad que sentía la obligó a sentarse. Se quitó el sombrero y el velo. Benedetto notó lo demacrada que estaba.

—Sabéis ya quien es vuestro progenitor, uno del que ninguno se sentiría orgulloso, pero, ¿Y vuestra madre? 

—Ya lo dije.

—¿Y es cierto? ¿Lo ignoráis  o lo calláis?

—Lo ignoro —suspiró—. Cuando supe quien era mi padre... No quise que mi odio y desprecio se aplacara por ella, sus razones habrá tenido para deshacerse de mí.

—¡No! ¡No se deshizo de vos! —Se lanzó a los brazos del hombre que la sostuvo con asombro por el extraño arrebato—. Ella no se deshizo de vos.

Herminia dio rienda suelta a su llanto sin poder controlarse.

—¿Por qué decís eso? —la interrogó curioso—. ¿Es que acaso la conocéis? ¿Es una dama de sociedad? ¿Es amiga vuestra?

—Soy yo Benedetto —confesó con la voz desgarrada—. Yo soy la que os dio la vida, pero al nacer se me dijo que no la teníais y Villefort se encargó del bebé, no sé si de verdad te creía muerto o me mintió para deshacerse del fruto de nuestra relación prohibida que pusiera en entredicho su posición como procurador y hombre de familia. Jamás volvimos a hablar del asunto, jamás supe nada más, me conformé con lo que había pasado creyendolo un merecido castigo a nuestro pecado y así viví. 

Benedetto se soltó de ella apartándose para verla mejor y para analizar aquello que se le había revelado. La mujer estaba en el juicio por casualidad,  por lo sucedido a su hija no por él, sin embargo, al darse cuenta de todo, fue por eso sus desvanecimientos, tanto Villefort como ella fueron descubiertos. Benedetto se horrorizó por saber que podía haberse casado con su media hermana y casi vomita.

—Perdoname hijo —suplicó Herminia arrodillada—. Soy culpable también, me conformé con lo que me dijeron, de lo contrario te hubiese buscado.

Benedetto permaneció callado sin dejar de observarla, necesitaba tiempo para similar tal revelación.



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En el texto hay: romance, relatocorto, narrativa

Editado: 26.10.2021

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