Mercedes trataba de acostumbrarse a su vida en Marsella, volver a ella no era fácil, no porque se hubiese olvidado de sus orígenes y extrañara la opulencia que un condado ofrece, sino por Alberto, haberse separado de su hijo por las circunstancias que ahora pasaban le era en extremo difícil, le extrañaba mucho, estar sola era un suplicio aunque esa paz le ayudara a encontrarse con ella misma. Olvidó e hizo olvidar que una vez y por muchos años fue condesa, ahora vivía de manera modesta, de esa manera en la que soñó muchas veces vivir con Edmundo, teniendo únicamente lo necesario y sobre todo amor, sólo que en ese momento era de lo que carecía, de su amor. Mercedes en el fondo se reprochaba haber salido de los catalanes y olvidar la desgracia con Edmundo, entregándose a Fernando. Se culpó y vivió de esa manera, debió salir adelante sola y guardar la memoria de su amado como debió ser, ahora le era tarde para enmendarlo por eso se sentía indigna, por eso se sentía culpable, por eso y por segunda vez debió renunciar a su amor y a terminar con un final feliz lo que una vez debió ser. Alberto debió ser su hijo, él debió ser su padre y reflexionar en todo eso la volvía desgraciada, jamás se perdonaría haber vivido por más de veinte años junto al hombre que con artimañas destruyó a Edmundo y asesinó a traición al Alí de Janina. Mercedes se llenaba de repugnancia al imaginar el semejante monstruo que era el hombre con el que compartió su vida, una que reconoce haber desperdiciado siendo lo único bueno su amado Alberto, el único consuelo a su vida vacía y del que ahora, anhelaba su compañía en vano. Si no fuese por él y porque esperaba su regreso con ansias, confiando en el poder de Dios su vida y su seguridad en los recursos de Edmundo, ella estaría enclaustrada en un convento expiando la culpa que sentía por el cruel destino de su Edmundo, el hombre que, aunque no fuera de ella, le llevaría siempre ardientemente en el corazón y en la mente como el único amor de su vida. Alberto había alzado su propio vuelo, el joven buscaba labrarse un camino como militar y en su tenacidad estaba seguro que lo haría, honrando el apellido de su madre y olvidando el del padre. Eso le haría ser mejor hombre y mejor persona, lo sucedido le había hecho madurar más y aunque había perdido los privilegios que su condición le había otorgado y vivía ahora del esfuerzo de su trabajo que sabía lo volvería un hombre verdadero. En el fondo de su corazón sabía que era inmensamente rico; tenía lo más importante, el amor y apoyo de su amada madre y más adelante, podría conocer el verdadero amor que en el fondo deseaba tener. Conservaba a pesar de todo el afecto del conde y también a sus antiguos amigos; Debray, Beauchamp y Renaud, a Morrel y también a Franz, con quién mantenía correspondencia y había sabido lo sucedido con la cancelación de su boda y los motivos. Franz estaba en Florencia otra vez y al parecer estaba decidido a no volver a salir de Italia en mucho tiempo, de hecho, mantenía una estrecha relación con su amiga, la condesa de G... quien había sabido por él la verdadera identidad de su lord Ruthven y parte de su historia y a su vez, Franz había sabido por ella, lo sucedido con Villefort y con una Valentina resucitada que ahora era la señora de Morrel. E'pinay no podía olvidar lo que vivió gracias a esa familia a la que casi se ata. Nunca podría olvidar que Noirtier había sido el asesino de su padre y lo mejor que podía hacer era jamás tener que volver a encontrarse con ninguno de ellos.