Nota del Autor: Hola nuevamente lectores, espero que disfrutaran los dos correspondientes prólogos que publique con anterioridad, ahora comenzamos con el primer capítulo de forma oficial de esta historia, espero que sus ansias sean apagadas con este nuevo capítulo y sin duda les encantara. Una cosa más de suma importancia en Inglaterra para poder ejercer el título de abogado es necesario dar un examen que debe ser aprobado como obtener el reconocimiento correspondiente.
Sin mayores palabras iniciamos:
En los últimos tres años y medio que han transcurrido desde la finalización de los correspondientes estudios de Alex Olsen y Esme Acker.
Luego de cumplir su etapa universitaria, cada uno tomo un camino distinto y alejándose mutuamente perdiendo por completo el contacto. En el último año Alex Olsen, convertido en un prominente abogado que se abre camino al interior de una firma de abogados siendo coincidentemente contratado en el estudio de James Acker, el padre de Esme.
Acto Nº1: Novedades de un Lunes
El reloj de la oficina marcaba las 8:15 am resultaba ser mediados de otoño. En la ciudad Londres solía ser una época bastante fría con lluvias recurrentes, siendo la hora ya mencionada con café en mano se ubico en el interior de su oficina privada, revisando algunos expedientes en torno a sus próximos clientes.
Alex Olsen había logrado hace tan solo 2 años su título de abogado pero sus primeros meses, le resultaron bastante difíciles encontrar un puesto en alguna firma reconocida pero en su búsqueda tuvo que ayudar a su amigo de infancia Paul que se vio involucrado en un confuso incidente, logrando que su amigo saliera libre y coincidentemente James Acker por azares del destino estuvo presente en el respectivo tribunal, donde observo al joven despertando su interés en contar con él y ofreciéndole a la semana siguiente de dicho juicio un puesto en su firma.
Luego de dos años de trabajo lentamente fue ganando cierto reconocimiento pero aun estaba lejos de poder elegir sus propios clientes y cada semana recibía un nuevo cliente designado por el dueño de la firma.
Los clientes que se asesoraban eran hombres de negocios ya fueran empresarios, inversionistas extranjeros o algunos miembros de la realeza británica pero siendo casos excepcionales. Al cumplir su segundo año en dicho puesto tenía su propia oficina al interior de la firma o como la mayoría de sus colegas donde cada uno llevaba los asuntos que se les imponían.
–Al menos mi torre de expediente ha bajado– se dijo Alex.
Esa mañana de lunes llevaba un traje negro, un chalequillo de color gris, zapatos negros brillantes, camisa blanca y una corbata de color morada.
–Debo ver este cliente este miércoles al medio día– tomando nota y leyendo el expediente. –¿Jugara golf o críquet? – se pregunto.
Algunos clientes eran aficionados a practicar ciertos deportes, viéndose en la obligación en asistir, algún juego los fines de semanas para saber mayores detalles de sus necesidades y tratar de ganar algo más tiempo con sus clientes designados.
–¿O jugara polo?– se pregunto y deseando tener al menos un cliente que practicara boxeo como él, en sus ratos libres.
Hace solo un par de meses dejo la residencia de sus padres para independizarse y alquilar un pequeño apartamento en un distrito cercano a su trabajo para solo caminar un par de calles, en los domingos solía ir a visitar sus progenitores como hermana menor. O en días de semana solía ir a ver a su amigo Paul que era propietario de un pub ubicado en la zona donde se crió para charlar tranquilamente y disfrutar algunas cervezas para quejarse sobre ciertos aspectos de la vida adulta.
Su teléfono celular resultaba ser nuevo y perteneciente a cierta empresa que utilizaba como logo una manzana, enviando un mensaje rápidamente recibió la respuesta de su amigo para reunirse he dicho establecimiento al finalizar su jornada de trabajo, luego ingreso en su computadora leyendo algunos correos electrónicos enviados por sus clientes donde le agradecían su desempeño y prometiendo una bonificación extra.
–¡Alex!– dijo Ivy Reid, la secretaria personal de James Acker.
–¿Sí? – pregunto Alex viendo a la mujer de mediados de los cuarentas años.