Ya ha transcurrido mucho tiempo desde que descubrimos que
pasaríamos la noche en el instituto. No pudimos realizar
ninguna llamada porque el móvil de Tyler se quedó sin batería
y yo dejé el mío en el coche. Jamás me despego de él, y la
única vez que lo hago, porque creí que me distraería, y quería
terminar cuanto antes con lo de la limpieza, resulta ser una
mala decisión.
Ya no sabemos qué hacer para matar el tiempo. Lo peor de
todo es que, según el gran reloj de la cafetería, solo llevamos
encerrados dos horas. Sin embargo, tengo la sensación de que
han pasado días. Ahora estamos en el gimnasio, jugando con
las pelotas de básquet, intentando encestar al mismo tiempo
que jugamos al veoveo.
—Veo, veo —comienza Tyler.
—¿Qué ves? —contesto yo.
—Una cosa —dice después de encestar.
—¿Qué cosa? —pregunto, y camino a buscar la pelota
naranja para luego fallar al tirarla en el aro.
—Una maravillosa —responde—. Y no soy yo —agrega.
—¿De qué color?
—Naranja.
Bufo, y lo miro con una ceja arqueada.
—Tyler, son las malditas pelotas, piensa en algo más difícil.
—Le lanzo bruscamente la pelota. Él la atrapa antes de que le
impacte fuertemente en el estómago, pero aun así lo golpea un
poco.
Estar encerrados ya me está poniendo de mal humor. Tengo
hambre, estoy cansada de limpiar comida y mis manos huelen
a lejía.
—Tengo hambre —digo, llevando una mano al estómago.
—Yo también —responde, imitándome.
—Vamos a ver qué hay de comer.
Cuando voy a comenzar a caminar, Tyler me detiene y me
mira con una sonrisa malévola. Arqueo una ceja. ¿Ahora qué
le pasa?
—Hagamos una carrera —suelta, y chasquea la lengua. Le
miro de forma rara—. No me mires así.
—Entonces no digas tonterías.
—Aburrida. —Finge bostezar y comienza a caminar sin mí,
negando con la cabeza y seguramente pensando que soy una
aburrida. Sonrío y echo a correr, tomándolo por sorpresa. Me
queda un largo camino, así que, si quiero ganarle, debo darme
prisa.
—¿Qué esperas, tortuga? —le grito sin girarme. No quiero
perder, pero tampoco quiero ganar sin esfuerzo.
Tyler no tarda mucho en reaccionar y me sigue, incluso
consigue adelantarme un poco. Cuando llegamos a las
escaleras, ambos bajamos al mismo tiempo, con cuidado. Él
comienza a disminuir la velocidad cuando llegamos a los
últimos escalones y entonces aprovecho para aumentar la mía, pero obviamente siendo precavida y fijándome bien dónde
piso. Bajo de un salto y me giro riéndome, pero sin dejar de
correr, él intenta hacer lo mismo, pero por alguna razón no le
sale y casi se tropieza.
—¡No es gracioso! —exclama cuando comienzo a reírme
por su estupidez.
Tyler aprovecha mi ataque de risa, vuelve a tomar velocidad
y me sobrepasa. Ahí es cuando la lamparita se enciende en mi
mente. Me siento en el suelo de una manera en la que parece
que me hubiera caído y miro mi tobillo fingiendo mucho dolor
al mismo tiempo que lo masajeo.
—¡Ayyy! —grito cuando la escena está lista.
Tyler deja de correr. Siento pisadas acercarse a mí
lentamente.
—¿Estás bien? —pregunta mientras se aproxima.
—Claro que no —contesto, y casi se me escapa la risa, pero
la disimulo lanzando un chillido—. Me duele —digo, y señalo
mi tobillo.
—Déjame ver —contesta, y se sienta junto a mí.
Observa mi tobillo con seriedad, pareciendo muy
preocupado. Pobre. Si supiera que solo estoy fingiendo. Hago
una mueca mientras poso mi mano sobre su hombro… No se
da cuenta de ese detalle, y entonces aprovecho que sigue
viendo mi tobillo para levantarme con rapidez y comenzar a
correr.
—¡Eres una tramposa, Donnut! —grita, y escucho cómo se
pone de pie.
—Mmm… —digo mientras como patatas fritas.
Tras terminar la carrera —que gané yo—, buscamos algo de comer. Tyler eligió una hamburguesa y yo unas patatas fritas.
Cualquiera pensaría que perdería el apetito después de estar
limpiando este mismo tipo de comida del suelo y de las
paredes de esta cafetería. Y así fue durante un tiempo. Pero
ahora solo estoy muy cansada, y estas patatas fritas están
siendo mi consuelo.
—¿Sabes? —dice Tyler—. No eres como pensaba que eras.
—¿Y cómo pensabas que era? —pregunto divertida.
—Bueno, la típica chica caprichosa y mimada —contesta, y
me quita una patata. Lo miro mal, pero me ignora y sigue
hablando—: Aunque la verdad es que eres algo caprichosa y
algo egocéntrica… ¿Sabes qué? Retiro lo dicho.
—Oye… —Le golpeo levemente el hombro—. Yo no soy
así. Es solo que…, bueno, estaba enfadada porque
supuestamente ya puedo quedarme sola en casa. Además, has
regalado mi coche por internet.
Llámenme exagerada o lo que quieran, pero no supero eso.
Fue mi regalo de cumpleaños; no hacía ni un año que lo tenía.
—¿Cuánto hace que sales con Jeremy? —pregunta,
cambiándome de tema.
Agradezco que Jeremy y yo no hubiéramos hecho planes
para hoy.
—Casi un año —respondo sonriendo—. El próximo sábado
es nuestro aniversario.
Planeo regalarle una caja con diferentes tipos de chocolates y
caramelos, y también con doce fotos polaroid de nosotros.
Detrás de cada una de ellas escribiré una razón por la cual lo
quiero. Sí, extremadamente cursi. Caroline casi vomita cuando
le conté lo que planeaba.
—¿Por qué te caigo mal? —pregunto.
Debe de estar bromeando.
—Has regalado mi coche por internet.
—¿Si te digo que no lo he hecho seremos amigos y podré
vivir en paz estos meses? —pregunta elevando las cejas.
—¿No lo has regalado?
—Yo he preguntado primero.
Ruedo mis ojos.
—Sí, tonto —respondo, hincando mi dedo en su hombro—.
Si me dices eso y me das mi coche, puede que no te haga la
vida imposible.
Tyler sonríe.
—Bien.
Me despierto cuando siento unos pequeños golpecitos en mi
trasero. Abro los ojos y los cierro rápidamente: la luz me
deslumbra. Los vuelvo a abrir despacio para irme
acostumbrando a la claridad. Cuando los abro por completo,
veo el rostro de mi mejor amiga.
—¿Caroline? —pregunto, tapándome los ojos con la mano
derecha. Lleva una blusa blanca y una falda tejana de tiro alto.
Está frente a la luz que me deslumbra y ello hace que parezca
como si tuviera un aura blanca a su alrededor—. ¿Qué haces
aquí? ¿Estoy soñando?
—No, no estás soñando. —Ríe levemente—. Estoy
salvándote de estar en este infierno.
Caroline me tiende una mano y la tomo. Me ayuda a
levantarme y suelto un gruñido al incorporarme. Mi espalda
necesita dormir en un colchón, no en una mesa de la cafetería.