Mi padre, como todas las mañanas, preparaba el desayuno. A él le gustaba la cocina y atendernos -es un ejemplo de padre por eso lo amamos-. Nosotros siempre tomábamos algo suave en las mañanas: pan o cereal con leche y un poco de queso fresco o mantequilla. No había mañana, excepto los domingos, en que papá no realizara esta misma actividad. Fer, por su parte, regaba el jardín trasero y delantero, tenía algunas flores y plantas sembradas por ahí, estudiaba y ensayaba con plantas y flores en casa - claro por su cuenta y con ayuda del computador portátil que usaba para empaparse de más teorías e investigaciones-. Eso lo hacia todas las mañanas antes de ir a clases - como ya les había contado, su vida era un poco monótona, pero interesante a la vez -. Bobi y yo salíamos a caminar un poco, a veces, cuando comprábamos el pan de las mañanas, pasábamos por la plaza del pueblo a ver si habían llegado turistas para practicar un poco nuestro inglés -yo recién estaba estudiándolo y me gustaba mucho ese idioma-. Bobi me ayudaba a atraer la atención de los visitantes, y cuando se les acercaban, él les estiraba la pata en señal de saludo –algo que yo le enseñe, claro–. Entonces ellos lo acariciaban y entonces yo me acercaba a preguntarles lo que sea. De esa forma también tuve algunas novias extranjeras momentáneas, algunas un poco locas, pero que aportaron un poco a mi teoría sobre la mujer y el amor. Inclusive conocí mochileras que aún viven en el pueblo y de vez en cuando nos vemos.
Entonces llegó la hora del desayuno. Los tres sentados a la mesa, como hacíamos todas las mañanas. Hubo un pequeño silencio que fue interrumpido de súbito por mi hermano, con la intención de llevar bien las cosas.
— Pa´, como ya sabes, esta semana viajamos. Ya tenemos todo listo: los presupuestos, el dinero y hasta un cuartito en casa de la tía de un amigo que nos alquilará a precio de estudiantes. Muy cómodo. Tenemos una pequeña bolsa de dinero para empezar, antes de conseguir un trabajo de medio tiempo. — Aseguró Fer.
Se notaba la cara de alegría de mi hermano cuando hablaba, parecía que como le hubiera contado a mi padre sobre un viaje a Disney World o a Cancún; pero era verdad, ya teníamos casi todo listo: un amigo de Fer, que era estudiante en la universidad que pretendíamos postular, y que ya se encontraba afincado ahí, nos había ayudado con los preparativos. Solo nos faltaba realizar el viaje y ya.
— Me parece muy bien que tengan todo listo, es un buen principio para comenzar algo. Como los tres ya sabemos, estamos hablando entre personas adultas, cada uno es responsable de lo que hace y lo que dice. Me parece haber criado a dos muy buenos hombres, listos para hacer su vida por su cuenta… — Empezó a hablar mi papá.
Mientras iba articulando sus palabras, sus ojos se tornaron rojos y llorosos. En su mirada se reflejaba mucha felicidad, mucho orgullo y mucha pena también. Estaba orgulloso de nosotros, y nosotros también de él. Los sentimientos que brotaban en el comedor aquel día eran intensos, reales, y el amor, qué duda cabe, era mutuo. Fer y yo sabíamos que íbamos a dejar solo a mi padre, y con nuestra partida sumarían dos personas más las que abandonaban la casa, aunque esta vez sea para bien -espero que Bobi no haya pensado en irse también ja, ja, ja-.
—…Pero les tengo un regalo — continuó —, un pequeño regalo que sé que les ayudará en la vida que quieren seguir. En uno de los viajes a la capital que hago todos los meses, no llegué a ir, sino que fui a la ciudad donde ustedes quieren estudiar para buscar algo… — nos quedó mirando por un momento para estudiar nuestras reacciones –, y lo encontré, tomen. — Sacó de su bolsillo un manojo de llaves. Siete llaves para ser preciso.
¡No saben las caras que puse con Fer! No sabíamos qué era en realidad, pero mi mente ya estaba «volando». Imaginé muchas cosas. Mi hermano de lo que estaba feliz, se puso aún más. En nuestras caras se veía la ansiedad de saber qué abrían esas llaves.
— Compré una pequeña casa en la carretera, cerca de la universidad. Es para ustedes, para que puedan alojarse y estudiar con más calma, sin preocupaciones, ni pagos. Necesitan concentrarse en las materias que llevarán. Ya algún día me pagarán ja, ja, ja. — Se rió papá, emocionado por nosotros.
Nos contó que era una casa abandonada por varios años, y que le pertenecía al amigo de un amigo que se la había rematado porque nadie la quería comprar y él tenía que viajar fuera del país. A papá le pareció una buena idea dárnosla puesto que nos serviría mucho para nuestros estudios. Le hizo algunas reparaciones y compró unos muebles como para que pueda ser habitada. No nos dio detalles de la apariencia de la casa, pero no eran necesarios, con el gesto era suficiente, y así hubiera sido un pequeño cuarto para compartir los dos, nos conformaríamos.
Hablamos mucho esa mañana, papá siempre nos repetía que nos iba a extrañar y que él no iría a vernos sino que esperaría a que nosotros lleguemos a visitarlo cuando encontremos tiempo. Fue el desayuno más largo que hubo, e iba a ver, en esa mesa por mucho tiempo, y el más sentimental también.
Los tres estábamos muy felices, pero por dentro llorábamos, llorábamos de pena porque nos separaríamos. ¡Qué difícil es sentir esto!
Esa misma mañana, después del desayuno, papá decidió salir a trabajar. Era un hombre de negocios así que resultaba difícil verlo en la casa un día de semana a no ser que sea feriado que la pasábamos juntos. Al despedirnos de la mesa, mi hermano como un niño salió corriendo a buscar a Marlene, su novia, para contarle las nuevas buenas. Era un día especial para todos. Por mi parte, me tiré en el sofá a imaginar mi nueva vida: cómo serían mis amigos, ¿tendré alguno?, cómo sería la nueva casa, ¿será grande?, ¿tendrá jardín?, ¡¿podré ahora ser un hombre independiente completamente?! Pero a pesar de todos estos pensamientos, solo esperaba que mi padre se sintiera bien estando aquí solo y, sobre todo, que se acostumbrara a vivir sin nosotros. Aunque no haya querido aceptarlo, nuestra partida significaba un gran golpe… Pero él sabía que era para bien.
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Editado: 11.09.2022