Había una vez. En un lugar donde la magia y los sueños se volvían realidad.
Vivían Verano, Invierno, Otoño y la hermosa joven Primavera.
Todos compartían un jardín en el que las estaciones podían mezclarse sin alterar el entorno, como sucedería si alguno de ellos viajara a las tierras del otro.
Primavera, la más hermosa de toda aquella tierra mágica, era cortejada por muchos. Caballeros, Señores, Príncipes e incluso por sus vecinos y amigos Verano e Invierno.
Pero Primavera no se interesaba en ellos. Opinaba que todos eran iguales. Hombres que aparentaban ser lo que no son. Y aunque Verano era salvaje, determinado y apuesto. También era impulsivo, temperamental, demasiado firme y demasiado caluroso para la delicada faz de Primavera.
Invierno, era elegante, misterioso. Hermoso en sus facciones pero demasiado frío, distante y siempre mostrando un semblante tan rígido como el hielo. Su temperamento era demasiado seco para el entusiasmo continuo de Primavera.
Sin embargo, el único que temía cortejarla era Otoño.
Se veía así mismo como insuficiente para ella que estaba llena de tanta vida y color. Al contrario de él, que era sinónimo de marchito y se resumía en colores básicos como el naranja, café y ocre. Ella resplandecía haciendo que todo volviera a nacer. Él lo secaba todo lentamente para dar paso a Invierno.
Claro que Invierno se reducía a los azules y blancos pero eso le daba elegancia.
Otoño creía que nunca podría estar al lado de su dulce Primavera. Estaba seguro que ella estaría mejor con alguien que pudiera aumentar su belleza y su divertida personalidad en lugar de alguien como él, tan simple.
Un día mientras Otoño paseaba por el jardín escuchó los sollozos de alguien entre los árboles de letras.
Se asomó a hurtadillas entre los arbustos y contempló la imagen más triste y más hermosa que hubiera visto jamás.
Se trataba de Primavera. Lloraba desconsoladamente mientras sus manos aferraban un libro.
Otoño se sintió igual de triste que ella, aunque no supiera el motivo de sus lágrimas.
Cogió aire para poder ir hacia donde estaba. Se sentó a su lado y extendió su mano para tocar el hombro de su vestido blanco hecho de pétalos de jazmín.
Primavera se asustó con el contacto pero al ver que se trataba de él. Buscó limpiar su rostro de inmediato. Otoño tomó una hoja de Maple de su chaqueta para entregársela.
- Toma - se la tendió. Ella la tomó en su mano y contempló maravillada el color.
- Es hermosa - dijo entre sollozos. Y en lugar de usarla como pañuelo la puso en medio del libro y lo cerró. - Gracias - sonrió con calidez.
Otoño estaba deslumbrado con su belleza. Había escuchado decir que era hermosa pero ese término era quedarse corto.
Le fascinaron su ojos esmeralda y su cabello rojo de pétalos de rosas.
¿Cómo podía aspirar a conquistar su amor si ella lo era todo y lo tenía todo?
Aun así, desde esa tarde, Otoño y Primavera disfrutaban de sus paseos por el parque y mojaban sus pies en el río.
Otoño se convencía cada vez más de lo hermosa que era pero no solo por su exterior, sino por todo lo que ella era por dentro. Y al mismo tiempo, Primavera se enamoraba con cada tarde que compartían, de sus ojos caramelo.
Un día. Mientras estaban sentados charlado frente al lago. Otoño se armó de valor y estuvo a punto de besar los delicados labios de Primavera.
Pero en ese instante, tuvo miedo. Pensó que su cariño no era suficiente para ella, que sus colores no podían compararse con los suyos. Invadido por la tristeza, la inseguridad y el miedo a no poder ser como el sol que le daba vida a todo, desistió de besarla.
Primavera entristeció con aquel acto cruel por parte de Otoño.
Y Otoño solo pudo esconderse en sus bosques secos rogando al cielo que ella le perdonara. Estaba confundido, pero no de su amor por Primavera, más bien era confusión en su interior. No estaba seguro de tener lo necesario para hacerla feliz.
Sus amigos Octubre y Noviembre. Al verlo tan cabizbajo le escucharon atentamente cuando preguntaron por su tristeza.
- Si tú la amas. No hay más que hablar.
- Ella sabe lo que quiere. Deja de pensar por ella.
- Está dispuesta a correr el riesgo. ¿Lo harás tú por ella?
Aquellos razonamientos tan sinceros y directos le hicieron ver a Otoño su error.
Primavera no era el problema. Era él. Pero ahora estaba seguro de que su amor era real y que sería todo lo que su querida Primavera necesitaba, un sol cálido, brisas frescas y colores sólidos para darle confianza y seguridad.
Ahora solo deseaba que ella le perdonara y aceptara su corazón dulce como las golosinas de octubre.
Mientras Otoño caminaba bajo el cielo nocturno, pues no conseguía conciliar el sueño pensando en como implorar perdón a su dulce Primavera, notó el cielo más oscuro de lo que debería estar.
Eran noches de Luna pero ella no estaba por ningún lado.
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Editado: 01.06.2018