Capítulo dedicado a: Araceli alvarez enriqueta - Yssabel Chaile
Muchas gracias por su me gusta. De esa forma se que les gusta la historia. Y realmente los necesito para no rendirme con la historia. Cuando atravieso un bloqueo, me frusto y consideró dejar la historia. Pero con sus me gusta me dan ánimos, me ayuda a relajarme. También me ayudan a que la historia se haga más conocida y a llegar a más lectores. Se los agradezco de corazon.
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Daisy salía del baño ya habiéndose lavado los dientes, yendo directo al cuarto que ocupa. Al entrar, no sólo cierra la puerta, también coloca el pestillo. No le había gustado que Elizabeth ingresara en la mañana. Y aunque no quería tomar por suyo el cuarto que Elizabeth le concedió, era el único lugar donde podía alejarse de ella.
Volteando a su izquierda, da con el interruptor y apaga la luz que ilumina el cuarto, dejando la escasa iluminación otorgada por la lámpara al lado de la cama. Sentándose en la cama, abre el primer cajón de la izquierda del tocador, tomando una cajetilla de pastillas de debajo de la paleta de sombras.
Si bien la noche anterior no había ingerido una, por haberlas olvidado de la molestia que tenía, esta noche no ocurriría lo mismo. Esta vez, su enfado no la hizo olvidarse de su miedo, el cual estaba muy presente desde el abrazo que le había dado Elizabeth.
Sacando una pastilla, vuelve a guardar la cajetilla en el cajón, cubriéndola con la paleta de sombras. Toma el vaso con agua que se había traído al subir e ingiere la pastilla para dormir.
Depositando el vaso sobre el tocador, se acuesta en la cama, dejando encendida la lámpara, alejando así la oscuridad.
Parpadea, observando el techo y como cada noche, sin percatarse de ese último pestañeo que la lleva a la oscuridad, se queda dormida.
A la mañana siguiente, Daisy, despierta como si nada, sin recordar haberse dormido. A su parecer, sólo había pestañeado pero, la luz que se filtraba por la ventana le indica que ya no era de noche, sino un nuevo día.
Después de pasar un rato en la cama, no queriendo salir del cuarto, las ganas por comer algo la hacen decidir ir a la cocina.
Acercándose a la cocina percibe el aroma a tocino, haciendo que se habrá más su apetito, sin embargo, el estómago se le cierra al toparse con una imagen.
Elizabeth, estaba preparando tocino, Kirk y Arthur se encontraban sentados en los taburetes desayunando en la isla. Los tres mantenían una conversación agradable.
La pequeña Daisy estaba en la entrada de la cocina observando a su madre cocinar, siendo abrazada por su padre, quien estaba depositando un beso en su hombro. Mientras el niño disfrutaba sus panqueques.
Nadie discutía. Era un ambiente pacífico y ameno.
Sin ella estando presente, estorbando y arruinando el momento, se daba un desayuno familiar grato.
Ante ese recuerdo, siente una opresión en el pecho. Elizabeth siempre estaba feliz estando ella lejos.
—Daisy, ya despertaste —dice la mujer al voltearse de la hornalla, sonriendo.
Esa sonrisa cordial la detestaba. Siempre la usaba con ella, cuando no quería discutir con su padre frente al niño, y Daisy, siendo una niña que lo que más deseaba era el amor de su madre, no sabía lo falsa que era, terminando siempre ilusionándose.
Enfadada, Daisy iba a salir de la cocina cuando choca contra un pecho duro que la manda para atrás. Sin embargo, no cae debido a que es sostenida de su cintura.
Abriendo los ojos, que había cerrado por el miedo a caerse, se topa con una camiseta gris, y sus manos, atrapadas entre su cuerpo y de quien la sujeta, tenían contacto con un abdomen duro, asombrándola por lo marcado que se sentía. Jamás había visto o tocado un abdomen muy bien trabajado, y ahora, no sólo ya había visto uno de muy cerca, sino que ya sabía cómo se sentía tocar uno. Lo único que le faltaba era tocarlo de forma directa.
Levantando la mirada del pecho del desconocido, da con el rostro de un chico que parece ser mayor que ella por un par de años. Era bastante guapo y también más alto, pasándola por una cabeza.
—Hola —saluda el muchacho y Daisy nerviosa por la cercanía entre sus cuerpos, sobre todo sus rostros a centímetros de distancia, traga saliva.
Owen, amigo de Kirk, había llegado a la casa por la noche, después de la aparición de Daisy y como ella no bajó luego de subir a su cuarto, no se habían cruzado.
A cavaba de volver de trotar, cuando queda pasmado al ver pasar a una joven vistiendo sólo una camiseta holgada que le llega hasta la mitad de sus muslos. De cabello de marrón oscuro, el cual llevaba suelto y le llegaba por encima de los codos. Sintiendo algo extraño en el pecho, la observa andar con esa camiseta que se le sube, a cada paso, permitiendo ver más piel de sus muslos.
Embelesado por la muchacha, al verla desaparecer por el pasillo que lleva a la cocina, prosigue a ir también.
Llegando a la cocina sintió un golpe en su pecho, notando a la joven a punto de caer, la sujeta de la cintura. Y sin ser su intención, pegándola a su cuerpo.
Al contemplarla de frente se sintió sin aire, era la chica más bella que había visto. Rostro ovalado de piel nívea, ojos de un azul suave como el cielo. Una boca pequeña de labios un poco gruesos y rojizos. De aproximadamente un metro sesenta y tres, dado que era más pequeña a su metro ochenta.
Ambos se observaron, sintiendo una atracción que nunca habían sentido hasta ahora.
Todo a su alrededor desapareció, no había nada más que ellos. Los ojos de uno se clavaron en el otro y no dejaron de contemplarse, hasta que, una voz femenina rompe su burbuja, acercándose a ellos.
—¿Daisy, estás bien? —Al oír a Elizabeth, ambos reaccionaron, volviendo a la realidad.
Owen y Daisy se alejaron, siendo sólo uno el que sintió la separación de sus cuerpos como una especie de dolor en su pecho, deseando acercarse de nuevo.