¡Ay Dios! —digo en voz alta, llego tarde a mi clase de danzas, todo por el desorden como dice mi mamá. En este momento estoy de aquí para allá, buscando mis cosas para poder empacarlas en el bolso, solo a mí me pasa.
–Mamá, ¿sabes dónde está mi teléfono? —digo gritando.
Mamá una mujer joven, carismática, que siempre me reprocha que sea tan desordenada, me responde desde el otro extremo de la casa. —Lore, se está cargando junto al computador, cariño hasta yo se mejor dónde están tus cosas. —Esto último lo dice y se ríe.
Entonces me detengo y me pongo a pensar que si alguien me llegara a preguntar en este momento quien soy, le respondería que me llamo Lorena Ramírez, que tengo 19 años y que soy una mujer polifacética, por un lado, soy bailarina, una de mis pasiones; por otro lado, soy estudiante de derecho y que según dicen mis profesores tengo un futuro brillante; yo sé, mi vida se basa en dos extremos diferentes. Aparte de eso soy hija de una bella mujer llamada Marcela, enfermera consagrada y mi padre es un militar retirado, llamado Manuel, actualmente trabaja como director de una compañía de seguridad; vivimos en una hermosa casa, es precioso el lugar y además me queda cerca de la academia de danzas y un hermoso parque, donde me gusta ir a hacer deporte y pensar.
Cuando reacciono otra vez, me doy cuenta de que he pasado los últimos 5 minutos sentada en el borde de mi cama, quieta, que no he terminado de empacar mis cosas y que voy a llegar tarde.
—Lorena, ya son las 6:45, cariño tienes clase en 15 minutos, si sigues ahí sentada, no vas a llegar a clase —dice mamá, desde la puerta de mi habitación.
—Gracias mamá, voy a pedir un taxi, porque caminando ya no llego —le respondo mirando mi reloj.
Mientras salgo del apartamento, voy pidiéndolo a través de la aplicación de taxis, en donde me dicen que llegaran en 2 minutos, lo que me deja el tiempo justo para llegar al lugar donde tomo las clases y terminar de arreglarme.
La academia de danzas Milakhova, está ubicada en el norte de Bogotá, en la calle 138, cerca al club que mi familia frecuenta; la academia se encuentra en una zona residencial, porque así lo quiso la fundadora, Amelia Milakhova, una emigrante rusa que se estableció en Colombia hace más de 40 años, Amelia, creía que la tranquilidad era fundamental para que su academia diera frutos y por ello se encargó de que la academia no interrumpiera la vida de los vecino, ni los incomodara con el ruido; actualmente su hija Aleksandra Milakhova es quien dirige la academia, ella en mi opinión es la mejor profesora de danzas que he conocido, jamás vi en alguien la pasión que ella profesa y aunque parece una profesora estricta, es la persona más cariñosa, porque a todas nos trata como si fuéramos sus hijas…
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Cuando salgo de mi productiva clase de danzas a las 10:30 de la noche, estoy completamente agotada. Mientras espero a que llegue mi padre, veo que mi amiga Catalina, viene hacia mí con los brazos extendidos y cara de felicidad; ella y yo nos conocimos en el colegio, estudiamos juntas durante 5 años, pero por azares de la vida ella se fue a Italia a estudiar y llego hace 8 días, para pasar vacaciones con su familia.
—¡Hola, hola! —dice Catalina con un tono de voz muy agradable.
—Cata, que sorpresa tan agradable, desde el día en que fui al aeropuerto por ti, no nos vemos —respondo igual de emocionada que ella.
—Pues imagínate que estaba dando un paseo con unos amigos y cuando me despedí de ellos, decidí que vendría por ti –dice dándome un abrazo de oso.
—Cata, papá va a pasar por mí, si no tienes problema vamos a la casa y comes algo mientras hablamos —digo mientras saco mi teléfono del bolso, ella asiente y en ese momento llega mi padre.
—Hola Lore, hola Catalina, ¿cómo están? —dice mientras nos abre las puertas del carro.
—Hola papá, bien y ¿tu? Papito dime que no te importa que mi amiga vaya a la casa —digo dándole un enorme beso en la mejilla, él se ríe y nos hace señas para subamos rápido.
Durante el trayecto que hay hasta mi casa hablamos con papá, acerca de su trabajo y Catalina aprovecha para contarle como estuvo el viaje desde Italia. Cuando llegamos a casa, Catalina y yo subimos las escaleras del segundo piso donde está la cocina, sacamos unas botellas de gaseosa de la nevera y comemos un poco de pastel hecho por mi mamá. Terminamos de comer y nos vamos a mi cuarto.
Nos sentamos en mi cama y empezamos una charla muy enriquecedora de amigas.
—Lorena, no sabes cuánto te extrañe —dijo abrazándome, ya como por tercera vez.
—Cata, tu sabes que yo también, me alegro de que estés por fin en casa, bueno, aunque sea de visita, pero dime ¿qué tal las cosas en Italia? –como siempre cuando tiene algo divertido que contar sonríe ampliamente.