Mi Jefe Antirromántico

Capítulo 9. Códigos.

—TAYLOR—

Son las seis y media y ya estoy sentada en mi escritorio, aunque mis nervios me tienen dándole pequeños golpecitos a la alfombra bajo mis zapatos.

Acabo de regresar de Recursos Humanos, donde me entregaron oficialmente mi gafete como secretaria de presidencia, pero la experiencia no fue precisamente agradable. Una de las trabajadoras del departamento, con una sonrisa que no parecía muy sincera, se ofreció a hablarme del código de vestimenta.

Su tono fue condescendiente, y no pasó mucho tiempo antes de que empezara a interrogarme con preguntas incómodas sobre cómo conseguí el trabajo. Logré escapar de esa conversación lo más rápido posible, pero lo que dijo me dejó pensativa.

¿Estoy tan mal vestida?

Miro mi traje de dos piezas: una falda negra y una blusa lila. No es nada del otro mundo, y sé que no se compara con la ropa impecable y elegante que lleva el resto del personal, pero es lo mejor que tengo. No puedo evitar sentirme fuera de lugar, y todo gracias a los comentarios de esa mujer.

Sacudo la cabeza, tratando de sacarme el tema de la mente.

Aún no he recibido el primer depósito de mi salario ni el dinero del "acuerdo", así que tampoco puedo hacer mucho al respecto.

Muerdo mi labio mientras me pregunto si al señor Ross le importará.

A las siete en punto, las puertas del ascensor se abren y Bastian Ross emerge, impecable como un maniquí de tienda de lujo.

Lleva un traje marrón hecho a la medida, una camisa negra impecable y una corbata blanca que contrasta perfectamente. El abrigo beige que lleva me recuerda que el invierno ya está a la vuelta de la esquina.

Me pongo de pie automáticamente cuando se acerca a mi escritorio. Él me mira de pies a cabeza con una expresión indescifrable, pero me deja claro que no es algo positivo.

No ayuda que su postura sea tan rígida como una estatua, lo que lo hace lucir como un general de cinco estrellas.

—Buenos días, señor Ross —saludo, intentando sonar lo más profesional posible mientras me ajusto la blusa, como si ese pequeño gesto pudiera disimular el hecho de que la compré en una oferta de Walmart.

—Buenos días, señorita Wade —responde.

Me sobresalto un poco cuando deja su portafolio sobre mi escritorio sin previo aviso y saca un cuaderno elegante, forrado en cuero.

—Esta es mi agenda personal —dice, colocándola frente a mí—. No quiero que ninguna información que está aquí se digitalice. Tú te encargarás de manejarla personalmente.

Asiento y tomo la agenda.

—Esta tarde tengo un almuerzo en la oficina de un cliente. Debes acompañarme —agrega sin rodeos.

Trago saliva y asiento una vez más, tratando de no mostrar lo nerviosa que estoy. Salir de esta oficina junto a él, en público, me hace sentir aún más fuera de lugar.

El señor Ross toma su portafolio y se dirige hacia su oficina, pero justo antes de abrir la puerta, suelta el comentario que he estado temiendo desde que volví de Recursos Humanos.

—En esta empresa tenemos un código de vestimenta.

Mi estómago se hunde.

—Sí, lo sé —respondo, mirando hacia abajo.

—¿Aún no te ha depositado el abogado lo que acordamos?

—No, señor —digo, sintiendo como mis mejillas arden de vergüenza.

Lo veo rascarse la ceja y soltar un suspiro, lo que solo aumenta mi incomodidad. Espero que no se canse de mí en mi primer día. Aunque se supone que tengo cierta "inmunidad" por nuestro acuerdo, quiero demostrar que puedo crecer profesionalmente aquí.

—De acuerdo —dice, como si hubiera tomado una decisión—. En veinte minutos salimos, debes estar lista.

Me muerdo el labio, sin atreverme a preguntar por qué. Solo asiento y murmuro un “sí, señor” antes de que desaparezca tras la puerta de su oficina.

Después de quince minutos, estoy junto a la puerta, con mi cartera en la mano y el cabello recogido en una coleta. Mientras espero, me pregunto si debería hacerme un nuevo corte de cabello.

Finalmente, la puerta se abre y aparece mi nuevo jefe, sin su abrigo y llevando solo su celular en la mano.

—Andando —dice con esa voz firme que no deja lugar a discusiones.

—Sí.

Es impresionante lo alto que es. Sus largas zancadas me obligan a apresurarme para no quedarme atrás. Mientras cruzamos el lobby, siento las miradas de todos sobre mí. Esta vez no están viendo a Bastian Ross, estoy segura de eso. Desde que él me contrató, todos se preguntan lo mismo: ¿por qué yo?

Es el nuevo misterio en RossProtect Services.

Cuando llegamos a la entrada, lo primero que veo es una camioneta negra, grande e imponente, esperando frente a la puerta. Al lado está un chofer de mediana edad, impecablemente vestido. Confirmándome, una vez más, que soy la única que pasó por alto el famoso código de vestimenta.

—Buenos días, señor Ross.

El hombre abre la puerta trasera con rapidez, casi como si fuera una coreografía bien ensayada. Lo hace primero para su jefe, y luego se gira hacia mí, esperando a que suba.



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En el texto hay: romance, amor, falso compromiso

Editado: 13.12.2024

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