Layla P.O.V
Sé que sospecha de mí, pero ahora hasta yo sospecho de mí.
«Tus ojos... tus ojos están rojos»
Esas palabras resonaron en mi mente una y otra vez, yo seguía sin creerlo, y mientras sentía como su calor me envolvía y como su aroma me tranquiliza; mis párpados se cerraron y mi mente se repetía el peor momento de mi vida.
Una pequeña de 15 años, acababa de enterrar con lágrimas en los ojos a su padre, al padre que la crío y le enseño todo lo que debía saber, luego de entregar su vida protegiéndola, murió en los brazos de su hija, y ella se quedó sola...
Arrastrando sus piernas, debido a que no tenía fuerzas para caminar, se dirigió a su casa, a la casa que compartió con su padre, la única persona que siempre estuvo a su lado y no lo pudo proteger, no pudo hacer nada para salvar su vida. Más lágrimas silenciosas salieron de sus hermosos ojos...
Esa noche con el alma rota, el corazón destrozado y la garganta desgarrada, lloro, grito y suplico a la Diosa Luna que le devuelva a su padre, solo eso pedía, no pedía nada más, solo un momento con él, un momento para decirle cuánto le quería, un momento para pedirle perdón por no ser más fuerte...
Esa noche mientras pedía un refugio entre lágrimas crudas, y sin darse cuenta, sus ojos se volvieron rojos cual sangre y de lo más profundo de su garganta salió un aullido roto, al igual que su corazón y en algún punto del bosque alguien también encerrado, lo sintió.
Al volver a abrir los ojos lo primero que hice fue buscar la pastilla que mi padre me dejó, no debía dejar de tomarla. Aunque Ángel tiene razón, no se para que sirven y por primera vez, no me la tome. Quizás en el sótano encuentre la respuesta, pero para poder ir, tengo que quitarme al lobito de encima.
—¿Quieres que continúe? —pregunté desafiante.
—Mejor cuéntame de ti —responde con una sonrisa ladina que hizo que se me acelere el corazón y antes de que pudiera controlar lo que digo, ya le estaba contando de mí.
—No hay mucho que contar, fui criada por padres adoptivos y cuando se fueron me dejaron está casa —A pesar de mi nervios pude controlar lo que salió de mi boca, lo que dije es una mentira a medias.
—Tu nombre, dime tu nombre —pidió con ojos suplicantes cerca de mí y al igual que antes mi nombre salió sin autorización.
—Layla —susurro dejándome hipnotizar por sus ojos.
—Layla —repite, y me encantó escuchar cómo suena mi nombre en su boca, es como si me acariciará.
Su nariz roso la mía tiernamente, y yo suspiré por el contacto, con toda mi fuerza de voluntad puse una mano en su pecho y lo alejé un poco, hay cosas más importantes que andar besuqueando a mi Mate. Aún no puedo creerlo por completo, mi Mate, un Alfa de linaje puro, lo sé por su aroma fuerte y penetrante.
—Layla —susurró mi nombre y eso me estremeció—, mi lobo está loco por marcarte.
—Lo sé —musite sin saber realmente que decir.
—Layla —Juro que si sigue susurrando mi nombre, no voy a aguantar más y me importará poco tener que ir al sótano—, déjame marcarte.
Su nariz bajo a mi cuello y olió mi aroma, posó sus labios en mi cuello, justo donde va la marca y me mordió, fue una mordida leve, suave, apasionada, excitante.
Un gemido salió sin autorización.
—Lo deseas tanto como yo Layla, por favor.
—¿Me perdonarías lo que sea? —pregunte mientras mi mano se dirigía a su nuca.
—Por supuesto —respondió rápidamente y al parecer sin dudarlo.
—Lo siento —dije antes de darle un golpe entre la oreja izquierda y la nuca, en ese punto que pone a dormir a los hombres lobo.
—¿Por... —No termino la pregunta debido a que se desplomo en el suelo, logré sujetarlo antes de caiga ¡Pero como pesa!
Lo arrastre hasta el sillón de la sala y sí que pesa el condenado, haciendo uso de mi fuerza lo subí al sillón, bueno... más o menos.
[...]
He buscado todo, pero en ningún lugar dice algo de las pastillas que tomó, aunque en realidad solo hojeé algunos libros; escuchó un ruido así que salgo rápidamente y voy a la sala, no sin antes cerrar todo correctamente.
No lo podía creer...
Ángel se había caído al suelo.
Contuve una carcajada, de mi boca solo salió una pequeña risita, me acerque a él y me fue imposible no acariciarle el pelo, es tan suave como su pelaje en forma de lobuna.
Me iba a ir a mi cama, pero siento algo agarrarme el pie, al girar me doy cuenta de que Ángel me está sosteniendo un talón y luego se aferra a él con todo su cuerpo.
No sé porque me acosté a su lado, en el piso; sus brazos me rodearon de inmediato, su calor me calentó en la fría noche, su aroma me hizo sentir que estaba cerca de un refugio, a salvo de todo peligro.
Y entre sus brazos me dormí...
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Editado: 08.08.2022