Iker...
Las estadísticas de llegar a odiar y amar a una persona son pocas, sin embargo, en estos momentos estoy experimentando una sensación parecida a eso, pero se preguntarán. ¿Por qué?, pues simple, una preciosura está destrozando mi auto favorito. El primero, que me compré con mi esfuerzo y el cual significa mucho para mí. Está toda sonriente, incluso diría yo que lo está disfrutando tanto que se ríe ante la impresión de ver a mi bebé, casi destruido, se me resbalan los documentos de la historia clínica de padre.
Vine al Hospital para solicitar una enfermera que tenga mucha paciencia para mi padre, ya que está en silla de ruedas, necesita rehabilitación y a alguien que le atienda, por el hecho de que su carácter hace correr hasta el día de hoy a quince enfermeras en los seis meses que llevamos aquí.
Regreso mi vista a la mujer que sigue destruyendo mi auto, evidentemente ella ni se percata de mi presencia hasta que mi voz suena fuerte haciendo que se exalte.
—¿Qué cree que hace, señorita?— cuestiono, recogiendo la carpeta con los documentos que están en el suelo.
Casi sonrío ante la altanería de la muchacha argumentando que no me meta, me sorprende al hacerle conocedora de que se equivocó de auto, sin embargo, mi sorpresa fue más al siquiera intentar querer pagar las reparaciones de mi auto y me pregunto ¿Cómo voy a regresar a mi casa?.
Mierda...
—Mire, yo le prometo que voy a pagar todo, pero ahora no tengo mi chequera. O dinero.— susurra bajito, pero la escucho frunciendo el ceño—. Oiga, hagamos una cosa, usted me deja su dirección, sus datos y yo cuando tenga el dinero. — se queda pensando y habla— ¿Y cuánto considera que sea el daño? ¿A cuánto más o menos se aproximará la cifra?— inquiere moviendo su mano.
—¿Usted cuanto cree?—le pregunto irónico.
—Hombre, yo no sabría, ya ve que ni bicicleta tengo. — suelta como si nada haciendo que abra mis ojos desmesuradamente.
No lo puedo creer, evidentemente no va a pagar nada, mejor decido dejarla ir a sabiendas de que no volveré a verla nuevamente. La detallo mejor su rostro, es bella la mujer maleante, pero más deslumbrante son esos ojos verdes oliva qué le cubren sus largas pestañas, la dejo que se vaya y en cuestión de minutos desaparece de mi vista.
¿Y ahora? Me pregunto, saco mi teléfono y llamo a un taxi para luego mandar a la ayuda a llevar al taller para que me den arreglando, mientras tanto espero al taxi que llega cinco minutos después, doy la dirección de mi casa, pues cuando llegamos me bajo, cancelando el precio de la carrera.
Entro y lo primero que escucho es el grito de mi padre a la pobre Antonella, mi nana que nos ha acompañado durante muchos años y así como nosotros somos su única familia, ella es igual la nuestra, incluyendo a mi hija Isis, de tres años.
Llego hasta el jardín donde veo como Antonella está haciendo respiraciones para no perder los papeles.
—¿Qué pasa aquí?— cuestiono, dejando las carpetas en la mesa.
—Piccolo, al fin llegas. — me observa visiblemente más tranquila—. Aquí tu padre que no quiere comer sus verduras y la ensalada, cómo siempre. — dice, rodando los ojos.
—Papá, ya te dije que tienes que hacer caso a la nana, ya se fue otra enfermera por tus berrinches.
—Ella se fue porque quiso, yo no hice nada. —se excusa, encogiéndose de hombros—. Y no quiero esas hojas y ese pasto, ¿acaso soy vaca o algún otro animal para andar comiendo eso?— cuestiona como si fuera lo obvio.
Niego y beso su cabeza.
—Déjalo nana, dale lo que él desee. — ordeno —. Yo voy a ver como va los arreglos para la inauguración del bar para mañana. — explico, caminando, pero me detengo al recordar mi auto y me acerco nuevamente hacia mi nana—. La llave del otro auto, ¿dónde están?— cuestiono.
—¿Y tu auto, cariño?.
—No me hagas acuerdo de lo que me pasó, nana que no quiero empeorar la gastritis, ¿Dónde están las llaves?— cuestiono nuevamente.
—En el primer cajón de tu despacho.
Asiento y salgo agradeciendo.
Entro al despacho, me acerco al cajón para tomar las llaves para salir y subirme al auto, luego me encamino hacia el bar que se inaugura mañana. Cuando llego entro y recibo los saludos de los trabajadores, quienes están terminando de colocar las cámaras de seguridad para que todo estés vigilado. También están limpiando y verifico la decoración del bar. Subo mi oficina, entro encontrándome con mi amigo del alma y socio Leonardo sentado en el sillón revisando algo en el computador.
Me acerco y saludo a mi amigo, quien alza la vista, se levanta para abrazarme, y luego vuelve a sentarse.
—¿De dónde vienes? Los proveedores del licor me dejaron esta factura para que la compruebes y deposite lo que falta.
—¿Tú aún no le haces el depósito?— inquiero, alzando la mirada a mi amigo.
Él niega registrándose en el sillón.
Tomo las hojas para luego dirigirme hacia el sofá y sentarme para revisarlas mejor.
—No, esperaba a que tú corrijas y apruebes.