Corri con todas mis fuerzas, parecía que la lluvia no iba a parar durante un par de horas más, pero lo agradecí, ya que la lluvia hacía pasar desapercibida las lágrimas que brotaban de mis ojos y corría por mis mejillas. Me imagina que el maquillaje no había durado mucho.
Lo único que podía escuchar era mis pies pisando cada charco que se aparecía en mi camino, y algunos autos a lo lejos. Llovía muy seguido en Londres, y no me quejaba por ello. Amaba leer un libro, mientras las gotas golpeaban la ventana y el techo. Se estaba por hacer de noche, lo suponía por las nubes azules que se extendían por el hermoso cielo.
Maldigo el momento en que decidí que sería mejor no traer mi cartera, mi celular y un maldito paraguas. Mi ropa estaba pegada a mi como una segunda piel, el pelo lo tenía hecho una maraña, al igual que mis pensamientos. Maldita sea ¿por que tenia que llover hoy? Pensé frustrada.
Pero, claro, creía que iba a pasar la noche en casa de Kyle, ese maldito. De solo pensar en lo que acababa de ver se me revolvía el estómago y un gusto horrible me invadia la boca, tenía ganas de vomitar.
Frene en seco llevándome ambas manos a la boca, me apoyé en un edificio a una cinco cuadras de la casa de Rachel. Respire profundo sintiendo que me faltaba el aire. Todo a mi alrededor pasaba en cámara lenta. Había dejado las llaves en la cartera y mamá estaba en una reunión, osea que volvería tarde. Y Roxan, mi nana, se había tomado el día libre, ya que nadie estaría en la casa.
Cansada de la mala jugada que me pasaba mi cabeza, empecé a correr esas cinco cuadras, al cruzar las calles sin mirar a mi alrededor, muchos autos empezaron a tocar la bocina e insultarme.
De seguro este era el peor día de toda mi existencia. Algunas personas que estaban debajo de los pabellones de las cafeterías o de alguna tienda de ropa, me miraban como si estuviera loca. Y lo estaba no había nadie en la calle, solo dos o tres personas apuradas con un paraguas.
Por alguna razón me reconfortaba no ser la única a la que se le había olvidado el paraguas. Los truenos se hacían cada vez más fuertes.
Sabia que Rachel, estaba en casa porque había cojio un resfriado, pasaba muy seguido por el clima. La señora Kepler, abrió la puerta y me miró horrorizada de arriba abajo. De seguro parecía un mapache, sucio y mojado.
-Adda, Cariño, ¿que te ocurrido?- pregunto al verme a los ojos, los sentía hinchado y mi cabeza me dolía demasiado.
Rachel asomó la cabeza en mi dirección, estaba recostada en el sofá de la sala tapada hasta la cabeza. Se levanto de golpe y se acercó a mi. Cuando estaba por hablarme, no pude contener más mis lágrimas y me derrumbe en los brazos de mi mejor amiga.
-Kyle, estaba- mis sollozos se hacía más fuerte a cada segundo -el, estaba en el coche con Jessica- susurre en un intento torpe de controlar mis lágrimas.
El maldito se había acostado con la zorra Jessica, en su maldito auto.