En algún lugar en el bosque
— ¿Qué crees que estás haciendo aquí? —preguntó con tono serio. La chica rubia y menuda se giró y lo miró desde abajo. Estaba hincada mirando el lugar escondida detrás de un arbusto de moras. Sin pensarlo mucho decidió ser sincera, por mucho que a él le molestara.
—Te estaba buscando —el chico pelinegro la miró con desdén.
—Que te haya dejado vivir una vez no significa que lo volveré a hacer ¿Lo sabes no? —la rubia ni se inmutó, decidió sentarse en el suelo y mirarlo con tranquilidad.
—Y, aun así, sigo viva —señaló, el pelinegro se enojó de forma descomunal, con un movimiento rápido sacó la daga del cinturón, se agachó hasta estar a la altura de la rubia, dejó su mano en la nuca de la chica y posicionó el filo de la daga en su cuello. La rubia lo miró fijamente a los ojos, aún sin inmutarse.
—No me pongas a prueba, Rucia, tengo un muy mal temperamento como para que lo hagas.
—De eso ya me di cuenta —sonrió— y adivina —sabiendo que el filo no la cortaría por la poca presión que ejerce el pelinegro sobre él, se acercó a su rostro hasta que solo fue verde contra café, sus ojos contra los de él, su respiración envolviéndose contra la de él, su corazón palpitando a la misma velocidad que el de él. Se dio el lujo de disfrutar un poco más del hermoso color café de sus ojos antes de susurrar en sus labios— yo soy aún peor.
Le afectó, su cercanía le afectó tanto que no se pudo ni mover y al mismo tiempo le molestó, odió que le afectara tanto, odiaba que ella lo pusiera de esa forma ¿Por qué ella? ¿Por qué tuvo que ser ella? ¿Por qué mierda tenía que ella ser su debilidad?
En ese momento se encontró en una verdadera encrucijada, justo como el día en que la conoció, decidir entre lo que siempre creíste que estaba bien y unos sentimientos que no quieres que estén presentes, pero que están, es más difícil de lo que parece. Su mente dice, grita a todo pulmón “Mátala, sabes que DEBES matarla”, sin embargo, su corazón le suplicaba, con cada latido, que la salvara, que se acercara a ella, que no dejara que se fuera.
Así se quedaron por un momento que pareció interminable, mirándose cara a cara, tan cerca que el chico se sentía sofocado. “Mierda” pensó, “Tengo que alejarme”, pero no lo hizo.
Por su parte la rubia no se movió ni un milímetro, por más tentada que estuviera de robarle el beso que tanto ha estado esperando, no se atrevió a moverse. “Si me muevo cruzaré la línea”, pensó, “No puedo moverme, se alejará nuevamente”.
Poco a poco la daga dejó el cuello de la chica, terminando bien empuñado a un costado del cuerpo del chico, la distancia se fue acortando cada vez más, de forma tan lenta que fue tentador y una total tortura. Sin quererlo, la mano del chico en la nuca de la rubia la empujaba delicadamente hacia a él. “Detente”, pensó nuevamente, “Detente…”, pero no pudo, más bien, no quiso hacerlo por más que pensara que sí.
— ¿Quién vive? —preguntó un hombre con voz gruesa y clara. En un pestañeo la daga volvió al cuello de la chica, esta vez sí pegó un ligero salto de la sorpresa, estaba atontada, apretó los puños enojada y frustrada cuando los ojos del chico dejaron ese brillo encantador y la volvió a mirar con odio. El pelinegro se alejó un poco y con un dedo en sus labios le dijo que se mantuviera callada y quieta — ¡¿Quién vive!? —insistió el hombre. La chica asintió y obedeció. Lentamente el pelinegro se incorporó sin alejar el filo de la daga del cuello de la rubia.
— ¿Qué carajo quieres Thomas? —preguntó malhumorado, ese era su típico estado de ánimo, sin embargo, en su interior supo que muy en el fondo esta vez estaba enojado por haberle interrumpido el momento, un momento que irónicamente quería detener, pero al mismo tiempo no.
—Mierda hombre, dime que eres tú.
— ¿Quién rayos sería si no? Hoy yo estoy de guardia.
—Sabes perfectamente que puede ser cualquier cosa —el pelinegro ladeó la cabeza y chasqueó la lengua, molesto.
— ¿Estás diciendo que no hago mi trabajo, Thomas? —lo miró con intensidad. El hombre, que traía colgado un arma de fuego de alto calibre negó con la cabeza, espantado.
—Jamás diría eso, eres el mejor en tu trabajo y lo sabes —exacto, lo sabía, él y todos a su alrededor, con tan solo 13 años se había convertido en el mejor con las armas cuerpo a cuerpo, para después seguir ascendiendo con las armas de fuego de corto alcance y después con las de largo alcance, a los 20 ya se consideraba todo un prodigio y era igual de respetado que el jefe del lugar. De hecho, gracias a su tosca y malhumorada personalidad, es incluso temido hasta cierto punto, él es la excepción de las excepciones.
—Entonces largo, interrumpes mi ronda —sin decir mucho más, el hombre se fue casi corriendo. El pelinegro apretó los puños de enojo, él tenía sus razones para ser el mejor, tenía que serlo, lo era, y que pusieran en duda su talento y trabajo duro le ardía en el pecho de forma descomunal.
Una mano en su mano apretada lo hizo volver a la tierra, miró hacia abajo, la rubia tenía una mueca de dolor en su rostro y de su cuello logró ver cómo las gotas de sangre caían poco a poco, sin darse cuenta había presionado el filo de la daga contra su piel y le había cortado ligeramente. Por un momento se arrepintió, se sorprendió de su propio mal humor, se le pasó por la cabeza disculparse y ayudarla a sanar, pero luego lo pensó mejor y su lado racional ganó a los sentimientos por segunda vez. Aprovechando la situación se volvió a agachar a su altura y la miró con los ojos más fríos que podía, sin una pisca de remordimiento o sentimiento alguno que no fuera el odio. Acercó sus labios a su oído y le susurró.