Dos días de infierno han pasado para el pobre Richart. Una tortura física hubiera sido más fácil de aguantar que esto, los cuerpos de sus compañeros ya comienzan a descomponerse, el aroma al principio fue insoportable, pero con el tiempo logró acostumbrarse a ello, no ha visto la luz del sol desde que lo dejaron ahí, sin comida, sin agua, su garganta está comenzando a secarse demasiado como para poder emitir algún sonido de esta. Su cabeza a penas y puede mantenerse cuerda, supo que comenzó a delirar cuando escuchó la voz de su mejor amigo a su costado diciéndole que aguantara, de todas maneras, él miró su cuerpo en el piso, esperó que se levantara, pero no pasó.
Sus párpados comenzaban a cerrarse del cansancio, no había pegado un ojo, más que nada por precaución, sin embargo, el agotamiento ya lo estaba superando junto con la debilidad que le ocasiona la falta de comida. El sonido de la puerta abriéndose lo puso alerta, como pudo subió la cabeza y mantuvo los ojos abiertos, los ojos le dolieron cuando entraron los rayos del sol por la puerta encegueciéndolo.
—Oh, mierda —maldijeron. Richart supo de inmediato de quién se trataba, pero no supo si era su mente engañándolo de nuevo o si en realidad estaba ahí.
Jolly tuvo que retroceder unos minutos, el olor era mucho peor adentro de lo que se sentía afuera, fue como un puñetazo a su nariz, tanto así que las ganas de vomitar y expulsar el almuerzo la invadieron.
Respiró el aire fresco una y otra vez, fue estúpida al pensar que no sería tan malo. Tuvo que dejar que el aire circulara por unos minutos los que fueron tortuosos tanto para ella como para Richart que estaba completamente convencido de que haber escuchado la voz de su Mate había sido solo parte de su imaginación.
La rubia respiró por última vez aire fresco y armándose de valor aguantó las náuseas presentes y se metió adentró. No solo el olor era horrible, verlo ahí también lo fue. Dos días habían bastado para que el rostro de Richart se demacrara por completo, estaba pálido, con ojeras negras debajo de sus ojos rojos e hinchados, sus labios están resecos y partidos y su cabello opaco y sucio.
Tanteando el terreno, Jolly se acercó con cuidado, esperaba que al verla le gritara, tratara de abalanzarse sobre ella para atacarla o que simplemente le esquivara la vista, pero nada de eso pasó, Richart se le quedó mirando como si de un fantasma se tratara. Él lo creía, creía firmemente que la chica ahí parada en realidad no estaba ahí.
—Richart —lo llamó. Se arrodilló frente a él y le acarició la mejilla— soy yo —nada, silencio, los ojos del chico se desorbitaron por un momento. Jolly entró en pánico.
Tomó la cantimplora que tenía colgada en la cintura, quitó la tapa y acercó la boquilla a la boca del chico empujando su cabeza ligeramente hacia atrás para que el agua corriera por su garganta. Para Richart fue como tocar el cielo, el agua fresca y helada le recorrió la boca, la garganta, incluso pudo sentirla tocar su estómago apagando el fuego que sentía. Tragó y tragó, lo más rápido que pudo, con ansiedad, Jolly tuvo que frenarlo más de una vez para que no se atorara. Cuando se tomó hasta la última gota de agua, ella guardó la cantimplora y esperó a que él se recuperara.
—Jolly —alcanzó a susurrar, su garganta aún dolía, pero al menos ahora podía ver y pensar con claridad, hasta cierto punto al menos. Los ojos de la rubia se llenaron de lágrimas al instante y sin contenerse lo abrazó con fuerza.
—Perdón, perdóname —rogó en su hombro— era cierto, todo fue planeado, no me acerqué a ti por decisión propia, no te acepté porque te quisiera, pero realmente te amo —sollozó con fuerza— lo lamento tanto, no sabes cuánto me arrepiento de haber llegado hasta acá.
—Me pudiste… —carraspeó cuando la voz le falló. La chica retrocedió enseguida, abrió la segunda cantimplora que tenía e hizo que tomara un sorbo— me pudiste haber dicho —finalizó cuando se sintió mejor.
—Lo sé, no tengo justificación para eso, simplemente no pude hacerlo.
—Están muertos, Jolly —la chica bajó la cabeza asumiendo la responsabilidad— mataron a mis hombres, a mi mejor amigo, a mi Alpha, quién sabe a cuántas personas más, solo porque tu no hablaste.
—Créeme, Richart, si tuviera la posibilidad de volver a hacer las cosas, juro que te lo diría todo en el preciso momento en el que me enamoré de ti, pero no puedo.
—Tus disculpas no los traerán de vuelta Jolly —ella apretó los labios asintiendo con la cabeza. De la bolsa que tenía a su costado sacó pan, los ojos de Richart se iluminaron y su estómago gruñó con fuerza, de a poco ella se lo fue dando hasta acabarlo por completo.
—Lo sé, pero al menos déjame ayudarte a escapar.
— ¿Qué?
—Sé lo que planean, si logras escapar, podrás decirles sobre el siguiente plan que tiene y podrán estar listos esta vez.
— ¿Pretendes que te deje aquí?
—A mí no me harán nada —dijo sacando más comida del bolso. Richart negó con la cabeza.
— ¿Cómo estás tan segura? —es cierto, no lo estaba, ella sabía perfectamente que prometerle que estaría bien y que no le harían nada es una completa mentira.
—Soy la hija del jefe, a mí no me harán nada.
—Jolly…
—Por favor, Richart —le pidió mirándolo a los ojos— déjame arreglar mi error.