Mi pequeño bosque

Te doy mi palabra

Jueves 1 de Octubre,

00:30 a.m.

Coloco la rosa en un pequeño jarrón con agua y lo dejo sobre la mesa de noche de Bosco. Acaricio uno de los pétalos suavemente… ha pasado mucho tiempo desde que alguien me había regalado una flor.

Voy hacia mi habitación y entro sigilosamente, me quito la chamarra y me meto en la cama pues estoy demasiado cansada como para cambiarme, ya mañana inventaré una excusa para Baco; me tapo hasta el cuello con las mantas, cierro los ojos e intento borrar la mirada de aquel hombre de mi mente.

10:55 a.m.

Despierto desconcertada por la excesiva cantidad de luz que entra por la ventana, aún con los ojos entrecerrados veo con dificultad la hora en el reloj sobre la mesilla de noche; suspiro. Giro hacia la izquierda pero Baco no está ahí; me siento, me froto los ojos y me levanto de la cama.

Llego a la cocina para hacer café pero algo capta mi atención: una nota. Está colgada con un imán en el refrigerador.

Cariño, fui a trabajar y no quise despertarte. Volveré hasta la noche así que no me esperes para comer o cenar. Te amo.

Supongo que tengo el día libre. Dejo la nota sobre la mesa, me paso las manos por el cabello y enciendo la cafetera con todo el trabajo que conlleva; tal vez desayune algo sencillo y rápido, luego llamaré a Ike para hablar sobre todo y después… no sé qué haré después. Mi vida ha empezado a girar en torno a lo que los demás harán y eso me hace sentir impotencia pues a pesar de todo siento que no estoy dando todo mi potencial para encontrar a mi hijo, a mi Bosco. Pero no puedo seguir así, a partir de hoy no descansaré hasta encontrarlo y tenerlo conmigo sano y salvo.

11:30 a.m.

-Buen día – dice Ike cuando me subo en su auto.

-Buen día – contesto cerrando la puerta. Avanzamos por la ciudad, por las mismas calles que recorrimos anoche a la luz de los faroles y aún así todo se siente diferente, como si fuera otro mundo en el que no hay almacenes abandonados u hombres atados a sillas…

-¿Me permite invitarle el desayuno? – pregunta.

-No, gracias. Ya desayuné.

-Oh, está bien – un atisbo de decepción aparece en su voz y me hace sentir injustificablemente culpable por ello.

-Aunque supongo que podemos tomar un café o algo.

-Me parece genial – su voz suena de nuevo animada.

Pasamos por tiendas departamentales, parques, hospitales, decenas de casas y por una escuela antes de llegar a una galería/café, Siroter de l'art, donde cada mes hay una nueva exposición ya sea de pintura o fotografía. Ike baja del auto y camina hasta mi puerta para abrirla para mí pero me adelanto y bajo antes de que llegue, ríe y caminamos juntos hasta el edificio con puertas de vidrio enmarcadas en madera pulida, toma el pomo dorado y entramos.

El suelo es de madera al igual que el marco de la puerta principal, las paredes están hechas de ladrillos rojos y el techo está cubierto por un gigantesco espejo que a primera vista me hace creer que el techo y el suelo han cambiado de lugar. Nos sentamos en unos sillones Dylan contemporáneo color crema. La exposición de esta semana parece ser de un artista llamado Aristeo, se trata de fotografías que representan diferentes trastornos mentales; una en particular me llama la atención: es la fotografía de una persona con una máscara que asimila un rostro humano, entre sus manos sostiene la fotografía de dos hombres de los cuales reconozco a uno como la persona en la que se supone está basada la máscara y detrás se encuentra una casa vuelta en llamas, el título de la fotografía es Frégoli.

-Bien, ¿de qué quería hablar conmigo? - pregunta con verdadero interés.

-Sé que sonará loco pero quiero ser su compañera – me mira con sorpresa y confusión -. En realidad, quiero estar con usted – gracias a su mirada me doy cuenta de lo mal que suena, sin embargo sonríe y se sonroja un poco -. Quiero decir que quiero acompañarlo en su investigación – se queda callado y serio de forma abrupta como si no entendiera las palabras que salen por mi boca.

-Pero, ¿por qué quisiera hacer eso? - su voz detona horror.

 -No lo sé – bajo la mirada pues sé que no es cierto -, supongo que quiero ser de mayor utilidad.

-Damara – se inclina hacia adelante y apoya los codos en sus rodillas -, creo que usted en realidad no quiere eso. No sabe lo peligroso que puede ser, lo traumático y violento que se puede poner este trabajo… Jamás podría perdonarme que algo malo le pasara por mi culpa. Lo lamento, pero no puedo aceptar su oferta.

-Por favor – también me inclino hacia delante de tal manera que nuestras frentes están a tan solo unos centímetros de distancia - … Ike – cierra los ojos con expresión de dolor cuando digo su nombre -, necesito hacer esto; estoy consciente de los riesgos que implica y estoy dispuesta a asumir cualquier consecuencia, pero necesito encontrar a mi hijo y no me quedaré sentada mientras usted hace todo el trabajo. Usted no sabe nada de mi hijo pero yo lo conozco como a la palma de mi mano.

Sus ojos buscan los míos y así nos quedamos por lo que parece una eternidad, solo unidos por nuestras miradas, él intentando tomar una decisión y yo rogando para que me permita ayudar. Su mirada se suaviza un poco hasta que se aleja de mí.




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