Ya habían pasado mas dos semanas desde la última visita de la familia Quinteros, y el muchacho, de tez pálida como la nieve y el cabello castaño, seguía sin comprender el porque de tan repentina visita sin previo aviso. Para su madre no le parecía una sorpresa real en acogerlos en su casa. Seguía con la rutina de encerrarse en su alcoba y maquillarse hasta el cansancio. Él tampoco tenía el entusiasmo por preguntarle que ocurría. No eran negocios, y eso lo sabía muy bien. Tampoco muestra de amistad por la otra familia. Es más, la madre no soporta a la gente como la señora Laura Quinteros, hipócrita y altanera por naturaleza.
Se sentó en la sala de su casa mientras los sirvientes caminaban de un lado a otro en frente de él. Devoraba una de sus tantas novelas de misterio guardadas en la vitrina de su habitación. Ya acabado el primer capítulo, sintió el temblor penetrante en la casa al sentir pasar el tren de carga a una velocidad anormal. Esto le hizo recordar la vez en que de infantes se ocultaban en los rieles del tren esperando a que este pasara. El y Silvio, admiraban la velocidad de aquel tren al pasar en frente de sus narices, de vez en cuando escuchaban el silbato a petición de ellos por el conductor.
Eran tiempos en que el silencio reinaba en su barrio, mientras que estos niños solo deseaban con escuchar el roce de las ruedas de acero con las líneas del tren. El silencio se hacía evidente al saberse de la muerte del capitán Buendía, una ferviente figura de liderazgo y cambio para sus pobladores gracias a su solidaridad.
Se diría que era mejor soldado que padre, pero no era factible que el mundo discutiera aquello. Ella decidió por no ocultarle nada a su hijo, aunque creía que hacerlo resultaría algo contraproducente. Sabía que no comprendería la magna intensidad de sus palabras. Pero lo que ella no sabía, es que el solía comprender mejor que nadie que la muerte era un viaje sin retorno. Que era la noción por la cual tener tristeza en estos momentos.
Una tarde cualquiera, al punto de anochecerse, Silvio esperaba a una orilla de las líneas del tren a Roger. Con sus piernas sucias y temblantes al frío que se generaba, se preguntaba donde estaba con ardua inquietud. Roger no podía salir de su casa, debido a la visita de toda su familia por la muerte de su padre. Pero no desistió en dejar a su amigo plantado y con algunas sabanas viejas, se escapo por la ventana de su habitación. Corría lo mas que pudo hacia las líneas del tren, mientras que Silvio ya se daba por vencido en su espera. Se sacudió sus pantaloncillos, limpio sus manos en su playera y comenzó su vuelta a casa. Roger ya estaba cerca de las líneas del tren, con la locomotora a todo galope que venia del sur en su ultima ruta. Dio un silbido que se dirigía a Silvio. Este miro a todos lados en busca de su amigo, trato de gritar enfrente de la abundante música chirriante que se acercaba. Pero no hallaba respuesta alguna.
Impaciente en sus impulsos de niño, decidió en cruzar las líneas del tren lo antes posible mientras hacia caso a su afán por recoger piedrecillas de carbón que hallaba a orilla de los rieles. Sin darse cuenta, se tropieza con una roca de las laderas que lo hace caer gravemente entre los rieles, dañándole sus piernas. Roger se encontraba bajando por las laderas del laberinto lo más rápido posible. “¡Silvio! ¡Silvio! ¿Dónde estás?”, gritaba con algo de resignación. No hallaba respuesta alguna. Iba a continuar corriendo en subida hasta detenerlo una voz surgente. “¡Ayuda!”, gritaba desesperado Silvio. Detecto inmediatamente la voz de su amigo, y corriendo en dirección contraria al auxilio de su amigo. Vio a su amigo adolorido entre las líneas del tren, lloraba de impotencia al no poder moverse. El tren se acercaba más y más, y el esfuerzo por sacar a su amigo resultaba ser un martirio. “Vamos, Silvio, vamos amigo, no te dejare solo”, entre esfuerzo y esfuerzo, hasta al final todo ser dominado por la luz y el sonido del tren.
Despertó entre el frio y la madera, tan extrañado como intrigado por saber donde estaba Silvio. Estaba en las desiertas líneas del tren, y a sus espaldas el tren alejándose de él a su paso. Se puso de pie, sacudió su ropa y camino en busca de Silvio. Gritaba su nombre por todos lados, silbaba para que lo detectara. Camino durante mucho tiempo hasta al fin caer rendido entre medio del carbón. Se sentía perdido sin su amigo, miraba a todos lados sin cesar, hasta al fin no contener las lágrimas. Que le limpiaban su cara agotada.
De repente, vio la luz deslumbrante que se acercaba más y más a él. Era el tren que se dirigía hacia él. Se sintió tan enardecido por todo, que comenzó a gritarle a la maquinaria preguntándole donde estaba Silvio. El niño se sentía inerte a todo el agotamiento que sentía. El ruido del tren se acercaba más y el muchacho no luchaba contra su destino. Se hacia su voluntad.
La luz incandescente se dibujaba a sus ojos y se convertían en el foco que resaltaba en la blanca habitación. Miro a ambos lados en silencio, y con mucho esfuerzo. Se pregunto: “¿Dónde está Silvio?”
_ Válgame dios, por fin despiertas hijos_, exaltada y emocionada su madre al verlo reaccionar.
¿Dónde está Silvio? La pregunta le recorría por completo en su mente deseando tener el suficiente coraje para olvidar a su amigo. Después del accidente no se volvió a saber nada de la familia de Silvio, doña Beatriz debió haber terminado destrozada por completo, pensaba en aires de culpabilidad. No tenia el valor de enviar sus condolencias, era tarde para eso, pero era temprano para perder la vida de su amigo.