Mi querida Ariel

Cap. 5.

— Sí, me gusta más el crochet.

— ¿Entonces por qué estás usando un par de agujas? — la menor tragó saliva y suspiró.

— Este es el último trabajo de mamá. — respiró, esforzándose por hablar con tranquilidad. — Ella estaba apresurada por terminarlo, pues debía enviarlo a Francia. Así que quiero terminarlo para encontrar al dueño o dueña de esta blusa. — dijo señalando el tejido.

— ¿Lo enviaría a Francia? — preguntó incrédula. — ¿A quién podría enviarle eso? ¿Por qué tenía tanta prisa?

— No lo sé, por un momento creí que te lo enviaría a ti; pero me dijo que era para una compañera de la universidad, también dijo que fue muy cercana a ustedes, y que, cuando te fuiste, ella se volvió su mejor amiga, aunque nunca te superó. — la menor miró a Phoenix, la cual luchaba contra el llanto. — Para mamá siempre fuiste su mejor amiga, a pesar de la distancia, a pesar de los años, a pesar de todo. Te tenía tanta confianza como para decirte que te encargaras de mí.

— Espera — levantó su mano en señal. —, ¿cómo y desde cuándo lo sabes?

— Desde siempre... mamá dijo que ella se aseguraría de que no estuviese sola. — sonrió levemente y Phoenix notó algo, la menor era feliz hablando de su madre, era cuestión de tiempo para que pudiera sobrellevar su dolor. — Y lo supe apenas te vi, mamá no podía ocultar nada.

Phoenix estaba sorprendida, su pequeña sobrina era mucho más madura de lo que pensaba. Pero, seguía teniendo una duda, ¿quién podría ser aquella persona, el dueño de la blusa tejida?

En París, Francia, cierta mujer castaña de ojos verdes, miraba su correo, su celular y sus redes sociales, pasaba su mano por su cabello corto y suspiraba con estrés.

— ¿Por qué no me envía ni un sólo mensaje? — se puso de pie y caminó de un lado a otro.

— ¿Mamá? — se acercó a ella un pelinegro, de ojos del mismo color que ella.

— Oh, Claude, ya llegaste.

— Sí, acabo de llegar. ¿Por qué estás estresada, mamá?

— ¿Recuerdas la blusa tejida que encargué? - Claude asintió.

— Sí, me dijiste que hoy llegaba.

— Pues, no ha llegado aún y Elena no me ha enviado ningún mensaje.

— Quizá se retrasó - dijo él un poco inseguro.

— No, ella no suele retrasarse - dijo Mellea y se mordió su pulgar.

— ¿Intentaste llamarla?

— Me manda a buzón de voz. — movió su pie con impaciencia. — Me preocupa mucho, ¿y si le pasó algo a ella?

— No digas eso, mamá, seguro se pondrá en contacto contigo. — intentó animarla desconociendo la realidad.

— Eso espero, mi cielo. Ella es una persona importante en mi vida… Cambiando de tema, ¿cómo te fue en el colegio?, ¿dónde está tu hermana?

— Me fue bien, pero tengo hambre y tareas. Y Liliana se fue a su habitación.

— Vale. Ve a la cocina, allí nana te preparará unos bocadillos.

— Está bien. — respondió el pelinegro y se encaminó hacia la cocina, pero, se detuvo al escuchar la voz de su madre.

— Espera — él se giró hacia ella. —, dile que me preparé té... necesito relajarme un poco... — Claude asintió.

— No me demoro en traerlo. — dijo el menor y se retiró.

Por otra parte, su madre se sentó bruscamente en el largo sillón beige, se acostó en él y cubrió sus ojos con su brazo derecho, mientras se esforzaba por dejar de pensar en lo que podría haberle sucedido a su querida amiga.

— Sólo espero que estés bien... — susurró a la nada. Se incorporó y sacó su celular del bolsillo de su falda negra, quería despejarse un poco, así que decidió leer las noticias de Italia, su país natal, del cual se había ido hace pocos años.

— ¡Hola, nana! — saludó Claude a la mayor con alegría.

— ¡Mi príncipe! — el joven rio levemente ante aquel mote y se acercó a su querida nana, la abrazó por detrás y le dio un beso en la mejilla.

— ¿Cómo estás?

— Muy bien, mi niño, ¿y tú?

— Muy bien, pero, estoy hambriento. — alargó las vocales de la última palabra pronunciada, la mayor rio al escucharlo.

— Lo supuse, por eso me adelanté y te hice unas rosquillas de las que te encantan. — él sonrió ampliamente, ella le señaló un tazón que tenía una tapa transparente, destapó dicho recipiente y tomó una rosquilla, le dio una mordida, disfrutando de aquella delicia.

— Gracias, nana. — dijo y terminó de comer aquella rosquilla. — Por cierto, mamá quiere que le prepares té, está muy estresada y preocupada... — la mayor suspiró.

— Eso noté, ha estado muy tensa todo el día — contestó mientras comenzaba a preparar el té.

— ¿Sabes quién es la señora que le teje a mi mamá?

— Creo que era vecina de la señora Mellea en Italia, además, fueron amigas durante los últimos semestres de la señora Mellea en la universidad.

— Debe ser muy importante para mi madre, de lo contrario, no estaría tan estresada. — suspiró Claude.

Minutos después, el té ya estaba listo, la mayor lo sirvió en una taza y el pelinegro se la llevó en un pequeño plato a Mellea.




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