Parada frente al closet miro los tres vestidos de fiesta que tengo, escojo uno rosa oscuro de brillitos. En esta época del año se realizan las cenas de empresas, y aunque falta más de un mes para las navidades ya se nota en la ropa y la alegría de las personas del lugar, su esencia. Como decimos en la tienda, refiriéndonos a las fragancias nuevas, decimos que son «esencia navideña».
—¡Hola amores ya llegué! —grito llegando a la mesa alta que se sitúa al lado de una barra.
—!Estás preciosa María! —expresa Eric mirándome. Poco sabe Eric lo que esas palabras significan para mí. No sé por qué no tiene novia, es guapo, inteligente y buena persona o quizás solo sean mis ojos de enamorada, los que hagan que no tenga defectos.
Eva se acerca abrazarme dejando un beso en mi mejilla, y yo le devuelvo el gesto.
—¿Qué tomamos?¿Habéis pedido algo ya? —pregunto.
—No, voy a pedir a la barra. —indica Eva que sale disparada y me acerco a Eric que me mira sonriente.
—Bueno jefe, ¿desde cuándo sale un viernes, si el sábado se trabaja? —interrogó coquetamente.
—Desde que cierta personita, se siente aburrida estos días —refiere dando con su dedo índice en mi nariz.
—Gracias, es cierto que me hacía falta —expresó suspirando.
—María… —intenta hablar.
—¡Ya podían haber venido ayudar! —grita Eva llegando con las bebidas. Los tres buscamos alguna mesa libre para sentarnos y charlar un poco.
Eva comenta que Emma pregunta por mí, dice que todavía recuerda que le prometí leerle un cuento de princesas, que el domingo vaya a comer a su casa, y claro que yo acepto.
Hablamos un poco más sobre trabajo, Eric no sabe si tendrá que marcharse el próximo veintidós hacía su casa y nos pide si nos podemos hacer cargo de la perfumería ya que serán solo un par de días. Un sentimiento de tristeza hace acto de presencia cuando lo escucho, no importa, estoy acostumbrada a esconder lo que siento.
—Eric, deberemos cerrar antes, en estas fechas quiero estar con Emma, ¿Verdad que lo entiendes? —replica Eva, no muy satisfecha.
—Eva, hasta que podáis. No me importa que cierran antes. Las demás chicas también quieren estar con sus familias… —al momento de hablar calla y me mira—, o con quien sea esa noche.
—Eric, Eva… no se preocupen yo me encargaré de los cierres —anuncio sonriente pero con un nudo en la garganta. —Eva mira a Eric como si hubiera matado a alguien.
—No, nena lo haremos juntas. Así será más rápido. —Me replica.
—Claro que no, lo haré yo, no te preocupes de todas formas no tengo otra cosa que hacer. —Río. La luz de la pantalla de Eva se ilumina parpadeante, se levanta a responder la llamada, y vuelve enseguida a la mesa.
—Chicos tengo que marcharme, Emma se ha atiborrado de palomitas en el cine y ha vomitado dos veces, mi deber como madre me llama.
—¿María quieres que te acerque a casa? —pregunta Eva, miro a Eric, quizás quiera irse también. Mañana trabajamos y él es muy serio en su trabajo.
—Deja yo la acerco, nos tomaremos un par de copas más y nos iremos —anuncia Eric guiñando un ojo.
—Bueno chicos, pues hasta mañana.
Eva se despide dándonos un abrazo y un beso marchándose apurada por llegar a casa.
Eric se levanta a por otro par de copas. Está será la cuarta y yo no estoy acostumbrada a beber, debería decirle que no pero estoy tan bien ahora mismo a su lado, que la acepto.
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Eric.
Me levanto, voy hacia la barra, no puedo creer lo tonto que he sido. Se que mi dulce María lo pasa fatal en estas fechas, yo no quería recordarle que está sola. Bueno que ella cree que está sola, si de mí dependiera le daría la luna y mi vida entera.
Llevo casi dos años sin mirar a otra mujer, desde el día en que tropezamos en el parque, su belleza y su dulzura me embrujaron.
Algunas noches, esporádicamente, aparece alguna chica para saciar mis instintos, pero al otro día, si te he visto no me acuerdo. Me gustaría estar con ella como su pareja pero ella me recalca tantas veces que soy su mejor amigo que me quema el alma escucharla.
No puedo con todo esto, por eso necesito alejarme por unos días.
—Camarero, ¡otra ronda! —pido con la voz trabada. Después de unas cuantas rondas más, ya no estoy en mis sentidos, pero estoy cómodo y feliz.
—Eric, estamos muy bebidos, vamos a coger un taxi y vamos a casa. —súplica cansada mi morena.
Cuando nos encaminamos hacia la salida del bar la cojo de la mano, que agradable sensación me trasmite su suave tacto.
Esperando a que aparezca algún taxi apoya la cabeza en mi hombro y me sonríe. Y está noche yo tengo el cielo ganado solo con estar a su lado.