Mi regalo navideño, tú

FINAL

                                 Eric.

—Eric soy Eva, perdona que te moleste pero creo que debes saber algo…

Eva empieza a relatarme todo lo que ha pasado en estas últimas tres semanas, lo que más me choca es que me dice que soy padre.

María está embarazada, en ese momento flotó de alegría, alegría que se desvanece minutos después al explicar que ella piensa que la he desechado de mi vida, lo mismo por lo que Ana me golpeó.

Soy un imbécil, un reverendo imbécil que ha hecho creer a la mujer de sus sueños que la detesta y que derrumbada por la situación mañana ha decidido acudir a una cita en una clínica para… No puedo ni decirlo.

No sé cómo contactar con ella, la he llamado mil veces al teléfono y no contesta. Desesperado  he  contactado  con  Eva, que me  ha  dicho que ayer  le  dijo que lo perdió.

No sabe la clínica a la que irá, no ha querido decirle nada ni tampoco que la acompañe, es algo  doloroso y quiere estar sola, eso  me  desespera.

Mi hermana y mis padres no me hablan.

Dicen que tengo un cerebro del tamaño de una nuez y que de pequeño seguramente mi papá me dejó caer y no se lo dijo a nadie.

Mi madre incluso llora pensando en cómo debe de sentirse María sola y con el disgusto de pensar que la hemos dejado de lado.

Todos en casa la conocen y la adoran, ha compartido muchas veces con nosotros, al igual que la conocen los padres de Eva.

No voy a misa los domingos, no rezo cada día pero hoy le pido a Dios; «que me ayude a dar con ella antes de que sea tarde».

Hemos preparado las maletas, vamos todos a ver a María ya que en mi familia quieren darle apoyo de primera mano, y se lo agradezco. 

Cuando me dirijo a buscar el coche para ir al aeropuerto, me cruzo con un hombre gordito y con barba que sonríe y me pregunta si quiero una rosa.

Si fuese un niño, creería que es Santa. 

Si nada sale mal podría llegar a su casa mañana a mediodía. ¡Eso es! entonces me doy cuenta. Literalmente corro por la calle en busca de una floristería.

María.

Son las diez de la mañana, hoy tampoco he dormido nada. Hoy es, bueno era, mi día favorito del año «Nochebuena». Después de hoy no será mi día favorito nunca más.

A las dos tengo que estar en la clínica del Monte, voy a asearme y armarme de valor para poder afrontar lo que viene.

Ayer casi discutí también con Eva, me juro que Eric me ama, dice que lo ha sabido siempre pero que no quería entrometerse en relaciones ajenas, ahora lo hace porque esto la sobrepasa. Quisiera creerla, pero si me amara no se habría marchado ni estaría tan distante. 

Eva tiene la extraña teoría de que Eric no quería declararse por miedo al rechazo.

Y de nuevo estoy llorando por pensar en cuántas veces he soñado que eso sea cierto, «Mi ángel perdona a tu madre» digo acariciando mi barriga. 

Eric.

Acabamos de llegar a la ciudad. Buscamos un taxi que nos lleve a la perfumería o a casa de María.

Mi madre va rezando por encontrarla y mi hermana llama algunas amigas.

Estoy desesperado, espero que funcione mí idea.

En estos momentos me agarro a un clavo ardiendo.

María.

Voy saliendo de casa y cerrando la puerta, el corazón no me deja avanzar por mucho que la razón me lo pida, no puedo dejar a mi ángel, no voy a ir que Dios me ayude a partir de ahora. No me voy, no puedo hacer esto.

Cuando estoy abriendo la puerta de casa la voz de un hombre, me sobresalta.

Lleva un enorme ramo de rosas blancas y rojas con una gran tarjeta en forma de corazón.

—Disculpe, ¿María Sanz? —Duda, mirando el número del apartamento.

—Si, soy yo —respondo. —¿Son para mí? —Pregunto emocionada.

—Eso parece señorita, es un envío urgente. ¡Feliz Navidad! —Dice haciendo entrega del ramo.

Paso a casa, dejo las hermosas flores y abro la tarjeta.

Por un lado hay una cita de amor preciosa que dice;

“Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”. Jorge Luis Borges.

Y por el otro escrito a mano se  lee;

Perdóname mi niña;

Perdóname, por ser el hombre más tonto de este planeta.

Perdóname, por amarte a escondidas.

Perdóname, por soñar contigo cada noche.

Perdóname, por no decirte que eres la luz de mis días.

Perdóname, por no adorarte cada día.

Perdóname, por marcharme pensando que no me correspondías.

Perdóname, por destrozar tu puro corazón con mi silencio.

Perdóname, por no decirte que siempre he sido tuyo.

Te amo. Eric.

Al terminar de leer la tarjeta, mis lágrimas salen sin descanso, me recuesto en el sofá tapando con las manos mis ojos, sollozo con todas mis fuerzas dejando ir el dolor acumulado. Eric me ama.

Eric.

Llegó a la calle de María, mirando hacía  la ventana de su piso, no hay luz, una angustia terrible recorre mi cuerpo, no puede ser, tenían que haber llegado mis flores, las mandé urgente.

—Vamos hijo corre a buscarla, no pierdas más tiempo. —Me anima papá.

—Vamos… corre, nosotros iremos a aparcar y después subimos. —Dice mi hermana.

Salgo del coche y entro, miro  al hombre que me abre la puerta del portal que dirige a las escaleras del apartamento es extraño, parece el hombre que vendía rosas. Como yo decía «El Santa Claus», me mira y sonríe.

—¡Feliz Navidad! —Exclama.

—¿Nos conocemos? —Pregunto.

—No lo creo —Sonríe.

Subo las escaleras a toda prisa. Lo único en que pienso es en no haber llegado tarde. La puerta del apartamento está un poco abierta y lo que escucho me hace llorar de felicidad.

—Vamos a estar juntas siempre semillita. ¿Sabes? Papá nos ama. —Dice acariciando su plana barriguita.

Me acerco despacio, prepara la comida, para ella y nuestra semillita. Despacio me acerco para verla de cerca.




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