Mi Última Estrella

Un elipse odio impredecible.

 

Terminamos aceptando la ayuda de aquella joven familia.

Después comenzamos a caminar río arriba en dirección en el punto de "Las Casitas" antes de llegar a Pénjamo. Todo paso a tornarse de buenas vibras. Un aire fresco con olor a vida: agua, tierra húmeda a flor y fragancia de campo, por el cual sentía que mi pecho crecía en cada suspiro y entre mis suspiros a miraba a Elizabeth y sus ojos color miel, con sus labios sin maquillaje; parecían animar a mis deseos de robarle un beso. - ¿Sería imprudente robarle un beso a mi propia esposa?, -pensaba, pero por más que quería no lograba a hacerlo.

De pronto consolidé mis ansias de ella y entré a sueño de luna llena, donde estábamos protagonizando la historia de un viejo libro, el cual ya había leído hace bastantes ayeres:

>>Sueño<<

"-En alguna de mis otras vidas fui bohemio. -te miré a los ojos mientras tomaba tus manos de piel cálida y suave. Con una mueca disfrazada de sonrisa te dije: -en esta vida no nos tocará otra vez estar juntos, es la maldición; es nuestro destino, ¿en alguna vida podré encontrarte a tiempo?"

Todo orbitando a momentos más románticos; aquellos que en más de alguna vez se habían perdido entre nuestras diferencias.

Reconocí el ambiente, lo que sentía, aunque aún estuviéramos en la misma incertidumbre de no alcanzar a Samantha se sentía el sabor de ese tiempo compartido con Elizabeth.

Las noches junto a ella comenzaban a hacer un efecto nuevo en mí. Me estaba enamorando más de ella y de esa actitud que renovaba el amor, de la vida en peligro de nuestro matrimonio como lo hacen las águilas. Gran mujer de la que me había enamorado.

Pasaron los días hasta crearse semanas, y terminando en meses. Ya habíamos recorrido gran parte de la ruta de Samantha.

Al fin que en una de las tantas noches estando ya descansando le confesé a mi mujer:

-Elizabeth, si yo fuera músico y poeta, tocaría la guitarra para ti. Le estaría cantando las canciones más hermosas en este momento a la mujer que más amo. -Le dije a media voz y le traté de cantar la canción que mi padre le cantaba a mi madre. -Amorcito corazón yo tengo tentación... De un beso.

Tras un momento de silencio escucho atenta cerrando sus ojos, como si escuchara alguna melodía en la que disfrutaba de ese pequeño detalle. Me miró fijamente a los ojos y sin decir una palabra acercó su mano a mi rostro y en seguida en un flechazo de amor repentino enlazo su boca a mi boca en un beso que resulto tan apasionante que ni la misma fría noche lograría terminar. Ante el tiempo que estuvimos sin amarnos de esta manera, donde solo éramos nosotros dos. Viajando por su piel salada durante las horas nocturnas despojados de nuestras prendas y fusionados como un solo ser, hasta el amanecer. Detalles me faltaría de contar si de la intimidad de pareja se tratase, yo solo no podría sentir en lo que vivimos esa noche, ella no ha perdido su modo de ser apasionada. Entonces los días se volvieron de ser solo románticos se volvieron más ligeros y más apasionados.

Nos duchamos en el río juntos y sin pudor de sentirnos libres mientras las parvadas de las aves nos recordaban que debíamos continuar.

Kilómetros y horas, aunque nuestros móviles y lámparas estaban sin energía; todo marchaba mejor: menos discusiones, aceptamos nuestros errores y el crecimiento que llevábamos hasta ese momento, casi podría jurar que don Franco se había equivocado en un punto de su consejo, cuando dijo "-será un viaje difícil, el más difícil de su relación, porque conocerán cosas que no saben de ustedes-"

Entre platica de merienda le hablé de la carta que me había dejado Samantha, se la mostré y le pregunté por la de ella, tan solo me dijo que le había escrito casi lo mismo y que la había dejado en casa.

Ya cansados de lo que ya llevamos recorrido, y hasta este punto comenzamos a sentir el dolor de nuestros pies, decidimos pasar descansar dos días estacionados en ese lugar, según el mapa estábamos cerca de los límites de Nuevo León y Tamaulipas, ya varios días con sus respectivas noches habían agotado nuestras fuerzas de cada paso en las distancias recorridas.

-más adelante iremos al pueblo más cercano a comprar víveres para el viaje, baterías para las lámparas y a recargar nuestros móviles. -mencione mientras nos quitamos el peso de las mochilas.

Esta vez estábamos en un peñasco donde teníamos una gran vista del río y una pequeña cascada, sería tal vez de unos seis metros de altura. Se escuchaba como el agua en su caída impactaba las rocas y el clavado del río sobre el agua que había debajo como un gigantesco chorro de agua en el que su sonido permanecía constante y eterno.

Nuevamente monté el refugio está vez no me ayudó Elizabeth, pues decía que se sentía un poco mal, se masajeaba la planta de los pies y sus tobillos. -Siento un poco de escalofríos, -me dijo con tono de gélido. -Toma una tableta de paracetamol que hay en mi mochila, mastica y pasa, -le recomendé.

Al terminar de instalar todo baje por agua al río, abriéndome paso entre la maleza con una vara, cargando las dos ollas en las que siempre recogía y en pedazo de tela para filtrar el agua de una olla a otra y descartar la basurita de más que pudiera traer el río. A mi regreso recolecte trozos de palos secos de los mismos árboles.

Cuando regresé mi esposa estaba descansando en el tendido del refugio, puse la fogata y a hervir el agua cuando ya caía la noche. Mientras estaba el agua calentando se en el fuego de color ámbar ingrese también al refugio, miré a Elizabeth dormida, pero para mi sorpresa de algo que no esperaba es que tenía el rostro coloreado como una manzana y estaba delirando; se encontraba dormida, pero se quejaba, me acerque y toque con mi mano su frente, tenía fiebre.

Me levanté de prisa y fui por un poco de agua y un trapo para tratar de bajarle la temperatura. No cené por estar al pendiente de ella, logré bajarle la fiebre, pero por el desvelo sentía que mis tripas se peleaban por dentro, tenía hambre, Elizabeth seguía en delirio y preferí quedarme ahí con ella. Me estaba venciendo el sueño y comenzaba a cerrar mis ojos. Cuando en medio del sonido grotesco del río, los grillos y el débil silencio de nuestro espacio escuché a mi esposa, que en su voz susurraba:




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