Mi versión de nuestra historia

Capítulo 9: En susurros

¿Recuerdas aquel lunes?

Ese en el que todos susurraban y apuntaban en nuestra dirección. 

Habían esparcido un rumor con respecto a la fiesta. Y claro que como era de esperarse, todos lo creyeron. Por qué así funcionan las cosas en esa etapa de la vida. Alguien dice algo sin pruebas o fundamentos, pero si los demás lo consideran "popular" le creen. 

Nicolás fue quien esparció aquel rumor, en el que decía que nos habíamos visto envueltos en un acto sexual los cuatro. 

Para ti, aquel inicio de día fue extraño. Los chicos te aplaudían, algunas chicas te sonreían de una manera coqueta y otras más intentaban no cruzar la mirada contigo. Asumo que fruncías tu entrecejo mientras intentabas comprender que era lo que ocurría. 

Sí. 

Es una buena probabilidad. 

Pero para mí no solo fue extraño. Fue horrible. 

Fede había faltado aquel día a clases —te contaré de esto más adelante— al igual que Olivia, ninguna se había atrevido a dar la cara después de que esas fotos en las que se les veía a ambas besándose circularan por internet. 

Así que estaba sola. 

Nada fue "malo" hasta el final de la segunda clase, cuando caminaba en dirección a la clase de inglés. En el momento en que Santiago me metió una nalgada. Recuerdo que de la sorpresa solté mis libretas y me giré con las manos en mi trasero en un intento de cubrirlo. 

Me quedé sin palabras y solo pude verlo asustada. 

—¡No te hagas la Santa, Inés!— exclamó él sonriendo. 

Yo no sonreía. 

Apenas si podía creer que él hubiese hecho aquello. 

Él por su parte lucía victorioso y tan simple como que se dio media vuelta, aún con esa estúpida sonrisa en su rostro y se fue. 

Yo me quedé ahí, en medio pasillo. Estática. 

Con mis manos sobre mi trasero mientras que las personas que pasaban por aquel pasillo pateaban o pisaban mis libretas. 

Jonás, es la primera vez que te cuento esto. 

Realmente, es la primera vez que ese lo cuento a alguien. 

Lo que me dolió en ese momento no fue la palmada que me había brindado ese grandulón. No. A pesar de que en ese instante sentía que esa zona me latía. No, no y no. Fue mi orgullo. Me sentí humillada y sola, sobre todo porque nadie había hecho algo. 

Solo observaron, algunos se burlaron y ninguno intervino. 

Yo permanecí en ese lugar después de que sonara la campana, cuando todos ya iban a sus salones y las clases iniciaron. Me quedé con mi barbilla temblando y mi respiración agitada. Sin ser capaz de moverme y con temor. 

Estaba aterrada. 

Nadie le había dicho algo a Nicolás por aquello, no lo habían reprendido o cuestionado. Lo dejaron pasar como si aquel acto no tuviese importancia. Pero para mí la tuvo. 

Jonás, te confesaré algo. 

Ya los años han pasado y en ocasiones yo sigo teniendo pesadillas con ese chico. En las que él me sujeta y la gente solo observa mientras yo grito, pataleo e intento librarme de su agarre. Y después solo ocurre. 

Son pequeños actos, traumas, miedos, errores o arrepentimientos los que nos persiguen el resto de nuestras vidas. 

Asumo que ninguno de ellos creyó que eso me ocasionaría un trauma al nivel en que lo hizo. Y no sé si hubiese cambiado algo el hecho de hacerlo. 

Lo que si sé es que me quedé ahí un buen y largo rato. Te habías ofrecido a acompañarme al salón de inglés, pero creía necesitar tiempo sola y con aquello sentí como si hubiese cometido un error. 

Me reproché por haberte pedido que te adelantaras. 

Estaba segura de que si me hubieses acompañado a la clase de inglés, Nicolás jamás se hubiera atrevido a hacer aquello. Lo sé por qué él era un cobarde. 

En fin. No me moví hasta que estuve segura de que no me toparía a nadie en los pasillos. Hasta entonces me atreví a despegar mis manos de mi trasero y empezar a caminar mientras buscaba mis libretas ya estropeadas. 

No, yo tampoco pude darle frente a todo lo que ocurría en ese momento. 

Decidí irme a la biblioteca. 

Terminé en un pasillo, llorando con mis piernas abrazadas y una ansiedad horrible. Miraba a todos lados cuidándome de no quedarme sola con algún chico, porque no sabía que era lo que me podía ocurrir y tenía miedo. 

Un temor e inseguridad que no le deseo a nadie. 

Haré un paréntesis. 

En aquel momento lo único que lograba pensar era en que hubiese ocurrido si él se hubiese propasado aún más. Si me hubiese pasado lo que veía en las noticias y me daban escalofríos de tan solo escuchar. 

Doy gracias a Dios que no fue así. 

Creí que no importaría el que no hubiese llegado a aquella clase. Después de todo, tú tenías tus propios problemas. Pero no lo dejaste pasar. Saliste del salón y fuiste a buscarme. 

No olvidaré tu rostro al encontrarme. Tu expresión se suavizó demasiado y prácticamente dejaste caer tu mochila a un lado. No hablamos o cruzamos palabra. Solo te sentaste en el suelo a mi lado y me abrazaste fuerte. Entonces yo rompí en llanto. 

En llanto de verdad. 

Tú acariciabas mi cabello y me apretabas más contra ti. 

Y yo intentaba parar de llorar sin éxito. 

No asistimos al resto de las clases, permanecimos en la biblioteca y un buen rato tú estuviste abrazándome sin decir nada. Lloré por mi ego roto. 

Por lo imbécil que había sido ese chico y por lo indiferentes que son las personas. 

Lloré por qué mi mejor amiga no estaba ahí y mis mejores amigos me habían abandonado. 

Por qué Fede no me había tenido la confianza suficiente para contarme lo de Olivia. Y por haber permitido que Silas abriera la puerta. 

Y tú solo me sostuviste. 

No dijiste nada y te limitaste a darme pequeños apretones y pasar tus manos de una forma demasiado delicada por mi cabello. 

Jonás, gracias. 

Gracias por aquel momento y por sostenerme cuando sentí que me derrumbaba.




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