Mi versión de nuestra historia

Capítulo 12: Todo tiene un inicio

No te gustaba cuando las personas te veían por mucho rato. 

Lo había notado después de tantas veces que el maestro de redacción te pedía que pasaras al frente a leer tus tareas. 

Fingías sonreír y mantenías aquella mirada que parecía que retabas a las personas. El maestro te miraba expectante y no permitía que nadie hablara. Era bastante distinto a la maestra y siendo honesta la prefería a ella, por lo que cuando nos mencionaron que la incapacidad de él había terminado fue bastante triste para mí. 

La maestra Ariadna seguía en la escuela, solo que ya no daba clases de redacción, sino de historia. 

En fin, retomando, creo que nadie podría darse cuenta de lo nervioso que estabas, pero a mí me llamó la atención el cómo tus labios se resecaban y pasabas tu lengua repetidamente por estos. 

—¿De verdad tengo que hacerlo?— preguntaste una vez que estabas al frente del salón. Algunos soltaron pequeñas risitas creyendo que habías bromeado, pero yo pude darme cuenta de que no lo hacías. 

—Inicia—

Asentiste. 

Miraste tu escrito y después al salón. No lucías nervioso a simple vista, pero fijándose en pequeños detalles aquello cambiaba. 

—No es bueno— advertiste ocasionando más risas. 

—Por favor— te insistió.

Frunciste tu entrecejo y asumo que te rendiste, no lo harías cambiar de opinión. Pero te gustaba intentar lo imposible. 

—Una vez hubo un hombre que deseaba acercarse a la Diosa del sol— empezaste a leer, —El único problema, era que cada vez que lo intentaba él se quemaba o peor, la noche interfería—

El viento nunca comprendió por qué lo hacía.—

Lo miraste. 

El maestro mantenía sus ojos cerrados y asentía. 

—Sigue leyendo—

Pude ver que refunfuñaste. 

—Ella era tan dulce y pura que una vez al día apagaba su luz para permitirle acercarse, entonces la noche aparecía y creaba un espacio invencible entre ambos.— continuaste, —Su historia es tan trágica por el simple hecho de que él no se atrevió a decirle lo que sentía. No se atreve.

La mira sin falta desde lo lejos intentando acercarse, pero sin el valor suficiente como para decirle que su corazón se acelera cada que ella sonríe. Que le es imposible respirar conforme la distancia entre ambos se acorta y que en sus sueños su mirada es lo único que añora.—

Paraste. 

—Es una porquería— dijiste arrugando tu trabajo y tirándolo al bote de basura. 

—No es una porquería, Jonás. Siéntate— obedeciste. Fuiste al asiento que estaba a mi lado y simplemente guardaste silencio, ni siquiera me miraste. —¡Eso es lo que quiero que escriban! Sentimientos, no esos ensayos sacados de internet que creen que no voy a leer y me entregan...—

El maestro continuo hablando y yo de vez en cuando te echaba una miradita fugaz con esperanza de que me la devolvieras. 

Jonás, estabas avergonzado

Pero te confesaré algo, me gusto mucho lo que escribiste aquella vez, nunca te lo conté, pero esperé a que todos se fueran y después fui al bote de basura a rescatar tu trabajo. Aún lo tengo guardado. 

En fin; creo que he alargado bastante esta historia y a ambos nos interesa el final. A ti escucharlo y a mí contártelo. 

¿Recuerdas cómo inicio todo?

Y no me refiero a nuestra relación como tal, o al borrador, sino al momento en que decidí que no podía apartarme de ti. Alguna vez te lo mencioné. 

Fue el día en que tú, Fede y yo, fuimos a casa de Olivia y bebimos de más. Solo un poco. 

He de reconocer que me parecía bastante extraño el tener la confianza de embriagarme contigo ahí. Creo que no hace falta explicar el por qué de esto. Pero todo contigo era demasiado fácil, me transmitías un sentimiento de confianza increíble al cual empezaba a desarrollar un sentimiento de dependencia. 

—Juguemos verdad o reto— insistía Fede,

—No me apetece jugar— dijiste, 

—¿Quién demonios utiliza la palabra "apetece"?— atacó Olivia entre risas, —¿Quién te crees? ¿La reina de Inglaterra?—

—Creo...— había empezado a decir sin saber muy bien cuál sería mi argumento; en mi defensa, ya estaba bastante ebria, —Que es demasiado sexy—

—¡Calla, Inés!— me ordenó Fede mientras cubría mi boca con una de sus manos, —Dirás algo de lo que te arrepentirás—

—No, no, déjala que siga— pediste entre risas, 

—Eso quisiera tu enorme ego— soltó Olivia, 

—Me encantaría recibir halagos de Inés para variar— 

—Espera unos minutos a que tomé otra cerveza y te juro que no se callará— señaló Fede. 

Y así fue. Con mi siguiente cerveza yo no pude parar de mencionarte lo mucho que tus ojos me encantaban.

—De verdad que amo tus ojos— te repetía como tonta una y otra vez, 

—Creo que puedo acostumbrarme a esto—

—Deberíamos ir y adoptar un cachorro— 

—No creo que estés preparada para una responsabilidad tan grande— bromeaste. 

Recuerdo haber pasado la siguiente media hora de rodillas frente a un sanitario mientras vomitaba y tú sujetabas mi cabello —gracias por ello— y repetía una y otra vez que quería mucho a Fede y lo bonitos que eran tus ojos. 

Tú insistías en que dormirías en tu auto, en vista de que era evidente que no podías manejar y Olivia te insistía que podías dormir en su sala de estar, mientras que nosotras en su habitación. Claro que te negaste a esto. Y yo me negué a la idea de que durmieras solo. 

Así terminamos ambos ebrios en tu auto. 

—¿Ya estás dormido?— te pregunté al cabo de un rato, 

—No lo creo— admitiste entre risas. 

No recuerdo del todo bien lo que ocurrió esa noche; principalmente porque de verdad estaba ebria y todo me parece bastante borroso en retrospectiva. Pero sí recuerdo lo mucho que ambos reíamos. 

—Eres demasiado bonita— dijiste mirándome directamente a los ojos en medio de una acalorada discusión de quién era mejor entre Iron man y Batman. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.