Mi vida con Emmett Cullen

Un consejo de vida

-Pareces no disfrutar la visita. –Dijo con su tono grave, pero aún así como si me hablase un tenor.

-Lo hago. Sólo vine a comer algo, Emmett. –Respondí, dejando un panecillo de donde lo había sacado. Sacudí mis manos y por un minuto me sentí acorralada por aquel hombre, que a pesar de ser tan grande, medía lo justo para poder desafiarle con la mirada.

-Entiendo que no quieras, pero me gustaría invitarla a salir algún día, señorita Rosalie. –Sacó a relucir su tono de galán, del cual me burlé mucho tiempo. Intentaba conquistarme de la forma más típica posible, pero no tenía ni la menor idea de lo que iba a costarle.

-Y espero usted entienda, Emmett, que no sería bien visto que con la reciente muerte de mi prometido, yo me ande paseando alguien, a vista y paciencia de todos.

-Comprendo.- Sus ojos negros-ambarinos me miraron profundamente para luego deleitarme por primera vez con aquello que me quitaba el sueño. Su sonrisa.

Un par de hoyuelos se marcaron en los bordes de sus labios, sus perfectos dientes blancos relucientes y sus ojos sonrientes me dejaron atónita. Era una expresión totalmente natural, espontánea y sincera, y sin duda me dejó como si un fantasma hubiera pasado frente a mí.

Sonrojada, evité su mirada y caminé rápidamente fuera de la cocina, buscando escapar de aquellos sentimientos que me llenaban, algo completamente nuevo. No sentía la seguridad de un futuro con él, pero si estaba segura de que su sonrisa era lo que yo buscaba. Aún así eso no cambiaba su personalidad, que me era difícil de aguantar. Tan osado…

A veces terminamos odiando las cosas que al principio nos enamoran, pero en ocasiones muy extrañas, pasa lo contrario. Y ésta era una ocasión más que extraña, solo que yo aún no lo sabía en su totalidad.

La jornada terminó a eso de las nueve de la noche, y los Cullen se despidieron agradecidos por la invitación. Intercambié una última mirada con Emmett antes de irse, pero yo lo vi una vez más, en mis sueños.

Sólo podía ver sus extraños ojos en medio de una neblina que nos cubría, y la nieve comenzaba a caer sobre nosotros. Me miraba intensamente e hizo una mueca para sonreír, y mi sueño repentinamente se convirtió en una pesadilla, al ver sus dientes ensangrentados. Me horroricé tanto que desperté exaltada, notando que ya era de día y tratando de analizar mi extraño sueño.

Decidí arreglarme y visitar a la única persona que sería capaz de escuchar todo aquello que me pasaba: Vera.

-¡Rosalie! ¿Cómo estás? –Vera me recibió en su casa con un abrazo espontáneo, seguramente por mi reciente perdida.

-Bien, estoy bien Vera. –Respondí con algo de incertidumbre y ella me hizo pasar. El pequeño Henry estaba balbuceando desde su habitación y su madre me guió hasta allí.

Vi la ternura en los ojos de ese pequeño, aquel cabello con rizos negros y esa sonrisa infalible. La visión de Emmett fue inevitable en mis ojos, y de pronto ya no veía a mis hijos como antes, de cabellera rubia y rizos perfectos. Más bien veía algo tan puro y hermoso como Henry en mis brazos, y más aún, lo veía a él. Sólo a él.

Borré aquel pensamiento inmediatamente, y tomé al pequeño en brazos, quien comenzaba a jugar con mi cabello. Nos sonreímos un buen rato, jugando con las manos, bajo la mirada compasiva de Vera.

-En serio, estoy bien. –Le recalqué a mi poco convencida amiga, quien tenía aquella mirada de lástima que siempre odié luego de la tragedia. –Me he dado cuenta de muchas cosas éstos días, Vera. Y sí, tienen que ver con Royce.

-¿Qué clase de cosas Rose? –Ella tomó al niño para dejarlo en su cuna, y poder conversar mejor.

-No lo sé, es todo tan confuso. Hace unas semanas atrás estaba con la idea de un futuro perfecto junto a Royce, creyendo que él era mi felicidad. Pero ahora que ha muerto… Yo… No lo extraño Vera. –Me acerqué un poco más a ella, para confesarle mi gran pesar. –No lamento su muerte, si no la de mi futuro. –Susurré.

Vera siempre fue comprensiva conmigo, una amiga leal, no como las de sociedad que solía tener, aquellas que se perdían cuando había una baja económica en casa, o un mal rumor se generaba. Mi amiga siempre estuvo ahí conmigo, desde pequeñas, incondicionalmente.

-¿Alguna vez estuviste realmente enamorada de Royce?

Esa pregunta me la formuló hace seis décadas, y hasta el día de hoy sigue dando vueltas en mi cabeza. La respuesta siempre había sido la misma, desde la primera vez:

-Estaba enamorada de la idea del amor. –Confesé.

No amaba a Royce, pero si lo que él me ofrecía: Un futuro asegurado, familia, hijos, una gran casa y comodidades. Esperarlo cada tarde para cenar juntos y ver dormir a nuestros pequeños; era el concepto de felicidad que se me había inculcado desde pequeña, y verlo cumplido era mi meta.

Me sentía desolada en ese entonces, y de haber sabido que todo aquello se cumpliría, habría estado más animada, incluyendo a todo eso el verdadero amor, no sólo una idea.



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En el texto hay: decisiones, amor, dolor

Editado: 29.08.2023

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