-¡Rosalie, Rosalie! – Mi madre se acercaba con pasos apresurados, y un tono de voz ya conocido, el cual provocó una inmediata mueca en mi rostro.
-Sí, madre. – Respondí sin ánimos, dejando de cepillarme el cabello frente al espejo.
-Oh, qué bueno que ya llevas medio camino. Ahora el maquillaje. Creo que sólo atenuaría tus mejillas un poco y pintaría tus labios. No algo muy ostentoso claro.
¿De qué hablaba? Mi madre se paseaba en mi habitación, buscando un vestido y el colorete, para que en un tiempo record, me dejara espléndida pero desinformada. No fue necesario explicármelo cuando me llevó al living y en él, dos siluetas me dejaron sorprendida. La primera no la reconocí: Cabello castaño claro, ojos azules y tímidos, la tez rosada y de estatura promedio. Junto a ella, William.
-Señorita Hale. Espero no haberla incomodado con ésta inesperada visita pero—
-¡Hola! –La joven saltó en medio de la conversación, y sus ojos tímidos se transformaron en expectantes pupilas sorprendidas. –Mi nombre es Marie, y soy la hermana de Will. Es un gusto conocerla.
No pude evitar la sonrisa a continuación, ante la personalidad de la pequeña joven, que me recordaba un poco a mi amiga Vera hace unos cuatro años atrás. Parecía muy interesada en no perderse un detalle de mi vestido, o peinado, pero sin parecer celosa o crítica, sino más bien, curiosa.
-El gusto es todo mío. Rosalie Hale. –Me presenté con una pequeña venia.
-Oh, pero eso ya lo sabía. Will no deja de—
-¡Marie! –Will la detuvo, interponiéndose entre nosotras, lo cual provocó una risita tonta de mi madre, y el rubor de mis mejillas, por supuesto. Imaginaba lo ridícula que me vería, teniendo colorete en mis pómulos con anterioridad. –Hemos venido a invitarla, más bien, Marie quiso conocerla, y dar un paseo en ésta tarde agradable.
Acepté con cierto recelo, pero aferrándome a la idea de que un joven no puede ser tan malo si tiene una hermana así de encantadora a su lado.
Royce, Royce, vete de mi cabeza y deja de atormentarme, me recordé.
Emmett, Emmett, regresa conmigo, me repetía. Pero su presencia se hizo cada vez más lejana, nostálgica, como un vago sueño que tuve hace años, un recuerdo borroso. Ya no me importaba que fuese un vampiro. Ya no me importaba que su familia lo fuera… Sólo lo quería a él. A Emmett.
-¿Rose? – Una voz amiga me detuvo en las calles de Rochester, mientras yo iba del lado de Marie y Will. -¡No te he visto desde hace tanto!
Y era cierto. Vera y yo nos distanciamos por mi causa. Estaba tan inserta en el mundo de Emmett Cullen y su familia, que no me daba el tiempo si quiera de vivir mi humanidad, y ello involucraba a Vera. Podía ver cómo pasó el tiempo desde que aquel vampiro entró en mi vida, reflejado en el crecimiento de Henry, el pequeño hijo de mi mejor amiga.
-¡Pero que hermoso estás! – Me permití tomar a Henry en mis brazos, mientras Marie le hacía caras graciosas, sacándole más de una sonrisa al bebé, que debía estar cumpliendo un año.
-Lo es. Todo un caballero, ¿no? – Yo misma le hice mimos al pequeño, besando su frente. Olvidé todo en ese momento. Royce, vampiros… Emmett.
Ese niño era siempre un cable a tierra que me recordaba lo que más deseaba en éste mundo: Una familia. ¿Y él podría darme lo que tanto anhelaba? Nunca pregunté, ni se dio la oportunidad de aclarar el tema de la maternidad en el mundo de los vampiros, supongo que por el compromiso que requería la duda. ¿Podría tener todo esto con Emmett?
Miré en los ojos del pequeño Henry y dejé de cuestionarme, disfrutando del agradable momento junto a Vera, Marie, Henry y Will.
Fue el primer bostezo de Marie el que nos hizo volver a los suburbios y dejarla en casa, pensando a esas alturas que tendría que devolverme sola a mi hogar, o peor, sola con Matt. Me aterraba la idea de entrar a una calle donde la oscuridad reinase, y pudiera…
Will no es Royce. Grité en mi mente.
Aun así el trayecto no fue fácil, pero Will lo intentó hacer ameno. No me tocó, ni siquiera para ofrecer su brazo, y se mantuvo con paso firme y continuado hasta llegar a la puerta de mi casa, donde las luces estaban apagadas, notando recién lo tarde que regresé. Dejando de lado la inseguridad de que Will fuese igual a Royce, y la inevitable nostalgia por Emmett y su ausencia, sí, fue una tarde agradable, pero no podía fiarme de él, no aún.
-Gracias, Will. –A esas alturas ya lo llamaba por su nombre, un mutuo acuerdo.
-No fue nada Rosalie. Es un gusto pasar tiempo con usted. –Aunque el tratarme tan formalmente no pude arrebatárselo.
Sin más palabras que decir, el joven de cabellos dorados se inclinó para besar mi mano, de una manera muy protocolar y por no olvidar, romántica. A cambio le regresé una leve sonrisa, y con eso, se marchó.
Inmediatamente avancé los cortos pasos a mi puerta, buscando la llave escondida en el macetero del lado. Escarbé un poco en la tierra, y para cuando ya tenía la llave en mi mano, alguien se encontraba respirando en mi cuello. Retrocedí con brusquedad para intentar atacar al intruso pero en vez de ello, choqué, tan fuerte, que mi grito de auxilio quedó ahogado, sacando todo el aire de mis pulmones. Cerré mis ojos, preparada para lo peor, recordando mis pesadillas sobre el abuso que no se llegó a concretar, pensando que de alguna forma Royce había vuelto del infierno sólo para violarme, pero pronto me encontré acunada en dos brazos protectores, conocidos.
Entre lágrimas que comenzaban a brotar de mis ojos, pude verlo, finalmente. No era un sueño, ni mi imaginación, mucho menos una visión. Emmett Cullen estaba ahí, sosteniéndome en la puerta de mi casa, con el rostro preocupado, y la media sonrisa inevitable.
Me soltó de un brazo sólo para llevar su dedo índice a los labios, indicando silencio. Asentí, aún temblorosa, y sin soltarme caminó conmigo, perdiéndonos en la oscuridad de Rochester, en dirección al muelle. Era extraña la diferencia que sentía de él a con Will. Yo había llamado a Emmett asesino, pero no sentía el más mínimo miedo caminando a su lado, bajo su brazo protector del miedo y el frío, aunque su cuerpo no proporcionaba ningún tipo de calor, pero sí cortaba la brisa marina que estaba cada vez más cercana. Emmett guardó silencio durante todo el viaje, y yo cada tanto lo miraba, confirmando que no era un sueño. No, no lo era. No es un sueño Rose, lo tienes acá.