Me había sorprendido a mí misma al pronunciar su nombre con tanta confianza y firmeza. Los ojos del vampiro no dejaron de observarme cuando comencé a alejarme de él, deslizando mi mano izquierda sobre el margen de la fuente. Me detuve, intentando disimular mi asombro y mi inquietud de verlo ahí, parado a tan poca distancia de mí.
Su joven y varonil rostro no reflejaba ninguna emoción que me hiciera intuir sus intenciones. Tampoco podía observarlo demasiado porque su imperial mirada me hacía sentir chiquita, intimidada. El color de sus ojos carmesí me resultaba escalofriantes, porque solo encontré ese como motivo para que mi estado alterado no quisiera relajarse.
Él se mantuvo quieto, serio pero tranquilo mientras me contemplaba como yo a él. Pero en cuanto yo desvié la vista, optando por bajar la mirada, noté inmediatamente cuando decidió por moverse. Ese hecho me hizo reaccionar viéndolo desconfiada.
Aedus había girado ligeramente su cuerpo en mi dirección, ahora nos encontrábamos a tan solo unos dos metros de distancia y frente a frente. Verlo de nuevo me permitió reconocer la sensación de calor que me abordó.
Él me detallaba, era fácil darse cuenta de ello porque su semblante había adquirido una expresión menos dura y sus cejas se encontraban ligeramente apretadas, permitiéndome suponer su escaneo a mi persona.
Entonces yo hice lo mismo corroborando una vez más lo terriblemente atractivo que era. Sus rasgos faciales no tenían ninguna imperfección; poseía unas cejas bien pobladas, finas pero masculinas, tenía los ojos pequeños, pestañas envídiales que le otorgaban una mirada imperiosa y amenazante. Su nariz era recta, preciosa. Sus labios de un tamaño promedio, bien rosado; hasta se veían húmedos. Hecho que no comprendí hasta que bajé la mirada por su cuerpo de contextura esbelta y en una de sus manos distinguí una copa de cristal que contenía… sangre.
Me vi tentada en lamer mis labios cuando, inevitablemente, recordé el sabor de aquella bebida, mas no lo hice. Volví el rostro al frente al darme cuenta que estaba siendo muy obvia, pero no pude evitar admitir una vez más, al regresar mis ojos a su rostro, que su belleza era sobrenatural. Su cabello negro azabache tenía un corte que le favorecía, la parte superior estaba un poco más largo y lo tenía muy bien acomodado hacia atrás, con cierto volumen que le daba un aspecto elegante.
Ladeó ligeramente la cabeza, viéndome con el ceño más fruncido. Notando que él estaba a punto de hacer otro movimiento, reaccioné dando otro paso atrás y buscando valor para hablar y escapar de esta situación. Solo que mi garganta estaba siendo ocupada por una extraña presión que me impedía el habla, mis nervios se avivaron fuertemente.
Entonces fue él quien se atrevió a hablar, rompiendo este pesado silencio en el cual me ahogaba lentamente.
—¿Estás bien? —pronunció, su voz se escuchó suave pero altamente masculina, escucharlo hablarme, su voz en sí me golpeó enormemente despertando más sensaciones.
Experimenté un mar de emociones, alterándome más porque no quería ese efecto en mí. Me resultaba muy extraño tener que estar soportando y disimulando esto que no debería sentir.
«No sientas», supliqué necesitando relejarme. Que esto que me inundaba, me abandonara.
Mis labios se entreabrieron y probé decir algo.
—Perdón —pronuncié, avergonzada de mi comportamiento—, me tomaste desprevenida.
—No quise asustarte —me respondió al instante, reubicándose en una postura que me hizo sentir nuevamente muy pequeña, él era bastante alto—. Me alejé necesitando espacio, debería estar acostumbrado a estos eventos pero no lo soporto —confesó consiguiendo que esbozara una ligera sonrisa por su inesperada revelación—. Entonces te vi.
Me sentí un poco más calmada al notarme que él no venía con malos intenciones.
—Yo estaba muy inmersa en mis pensamientos —dije bajo, aún no era capaz de encontrar mi voz para hablar con firmeza—. Lo que sucedió me tiene aquí, estoy muy avergonzada y no me ánimo a subir. Te pido disculpas porque… —mis mejillas recibieron un calor devastador. Él comprendió de qué iban mis palabras y asintió—, sabes lo que ocurrió —agregué no atreviéndome a decirle: Perdóname por casi arruinarte el traje. O algo más directo como, siento haberte casi salpicado con sangre y saliva.
—Lo sé, yo era el único que no dejaba de verte.
Sus palabras, más la mirada que adquirió me erizaron los vellos de la piel. Me quedé perpleja, viéndolo con la incredulidad siendo palpable en toda mi cara. Y nuevamente con el pulso totalmente acelerado.
—¿Qué?—pronuncié, aún sorprendida.
—Me era difícil no prestarte atención—aclaró.
—¿Por qué?
—Sé quién eres —reveló de golpe, muy tranquilo. De mí parte, contraje mi rostro sin comprender sus palabras—. Conozco tu identidad —fue más claro aturdiéndome al instante—. Sé que eres la nieta de Sheldon, Rouse Dufour, ¿estoy en lo correcto?
—No —negué enseguida porque me habían prometido que esto nadie más lo iba a saber—. Yo solo soy… —que él direccionara su mano libre en mi dirección que diera un paso adelante produjo que instantáneamente me callara. Incluso bajé la mirada no resistiendo más presenciar el color sangre en sus ojos.
—No puedes mentirme, detecto las mentiras.
—¿Y sí me estás mintiendo? —probé decir, aún sin verlo.
—Soy la persona más confiable de Sheldon, él no se hubiera atrevido a revelarme este secreto si no confiara en mi discreción.
Miré en otra dirección, observando más allá de la oscuridad mientras asentía como respuesta.
—¿No puedes mirarme? —preguntó de golpe.
Me sentí nerviosa de darle esa respuesta.
—Sí puedo mirarte —volví el rostro en su dirección durante un instante solo para contestarle—, pero prefiero no hacerlo, el color de tus ojos es bastante peculiar.
—¿Qué color ves? —inquirió como si él no lo supiera. Su pregunta me resultó extraño, por ende no tuve de otra que expresarle ese hecho regresando la vista a su rostro, consiguiendo un contacto instantánea con sus ojos rojos.
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Editado: 12.07.2021