Abby
El viernes en la noche Rouse me abandonó, por primera vez desde que nos hicimos amigas inseparables nos separamos. Muy triste.
El día siguiente abrí los ojos maravillándome con una estupenda vista: Edward. Estuvimos días sin poder tocarnos, hablábamos todos los días pero se extrañó bastante ese contacto íntimo.
Y no me refería a tener relaciones, eché de menos tenerlo cerca. Él siempre andaba acechándome y extrañé su intensidad. Para nuestra fortuna, la siguiente vez que fuera a España me llevaría puesto que las clases estaban por finalizar, incluso ya habían pasado días desde que se empezó a organizar la fiesta de fin de curso.
Subí sobre él acariciando mi cara con la suya, la ligera barba que adornaba su mandíbula me hizo cosquillas. Él se despertó, sus ojos chocaron con los míos de una forma mágica. Entonces detecté sus manos apoyándose en mi espalda, sus manos acariciando aquella parte me produjo una sensación deliciosamente agradable.
—Buenos días, bonita.
—No sé cómo, pero todos los días me tienes más atrapada —confesé en voz baja. Mi revelación consiguió que una sonrisa se asomara en su rostro.
—Cada día me gustas más también, así toda gruñona, mandona… Me encantas.
—¿Disculpa? —exclamé ofendida. Quise levantarme pero con sus manos en mi espalda me impidió hacerlo. Una de sus manos quedó por detrás de mi cuello, él sonreía.
—Sabes que solo dije la verdad.
—Eres un idiota, pero este defecto no es suficiente para que dejes de gustarme, maldito.
Lo besé y percibí su sonrisa antes de que me correspondiera el beso. Sus dedos se empuñaron en mi cabello, él me dejó caer sobre el colchón subiendo sobre mí y sin dejar de mover su experta boca sobre la mía. Corrió sus labios a mi mejilla dándole inicio a una línea de besos que ascendía por mi garganta, arrastró sus besos por todo mi cuello consiguiendo que las partes sensibles de mi cuerpo despertaran.
Una descarga electriza cruzó por mi espalda en cuanto su mano se coló bajo la camiseta que usaba tocando mi piel desnuda, subiendo hasta alcanzar una de mis tetas. El contacto de su cuerpo rozando al mío, uniendo su calor al mío, produjo que esa sensación electrizante fuera mayor y que me dieran ganas de más.
Me encontraba seducida por sus caricias, yo tampoco perdía el tiempo, dejé que mis manos actuaran libres explorando su fabuloso y atlético cuerpo. Conseguí encontrar el elástico de su bóxer, extendí mi palma encajándola a su perfecto trasero, sonriendo por este atrevimiento. Pero era mío, solo mío.
Él aspiró el aroma de mi piel, su nariz acariciando un lado de mi cuello me tenía derretida. Las emociones latían frenéticamente siendo el efecto perfecto y arrebatador que provocaba su cercanía.
—Cómo me gusta tenerte así, rendida por mí —su voz ronca y seductor me acarició el oído. Sus dientes mordieron ligeramente el lóbulo de mi oreja, mis uñas se encajaron en su espalda evitando soltar un jadeo.
—También te estás muriendo por mí.
—Siempre.
Edward se deshizo de la prenda que más me cubría con rapidez, mi cuerpo quedó protegido solo por esa diminuta ropa interior que él se encargó de arrebatar con impaciencia. Sus dedos se humedecieron cuando probó tocarme, inmediatamente me abordó más sensaciones que clamaban más.
Nunca tendría suficiente de él, sus ojos expresaron un deseo animal. La expresión que manifestaba ese sentimiento estaba acompañado de ese brillo de amor que no me cansaba de contemplar, ese cariño a mí nunca abandonaba su rostro cuando me miraba. Pero ni ese infinito aprecio le permitía ser suave conmigo, en su esencia estaba ser un maldito salvaje insaciable.
Tragué saliva en cuanto su prominente miembro se manifestó bien erguido por delante de mí, me rozó el muslo haciéndome estremecer. Se dirigió justó ahí y…
Se perdió en mi cuerpo, sus manos y sus labios tocaron cada rincón secreto admirando cada reacción de mi parte con su salvaje mirada. Se movía expertamente, de una manera que me nublaba la visión por tanto, su voltaje me tenía al límite, su violenta potencia me tenía rogando por más. Y obtuve todo de una manera arrebatadora.
Tan rico, el placer que se extendía por mi cuerpo me tenía en una nube en lo más alto del cielo.
(…)
Eran las nueve de la mañana cuando bajamos a desayunar, solos los dos ya que en esta casa todos madrugaban. Un rato después ya me encontraba sola terminando mi zumo ya que Edward se retiró diciendo tenía algunos pendientes que tratar con Malcom. Pero prometió que para el medio día ya estaría disponible solo para mí.
—Buenos días, linda.
—Hola, señora Lewis.
—Llámame Helen, por favor —ella se sentó dejando de lado el IPad que la acompañada a todos lados. La mesa que ocupaba seguía repleta de comida, ella alcanzó un pedazo de fruta y la saboreó mostrando su aprobación.
—Escuché decir a Hazal que hoy se van, ¿se están quedando en Inglaterra, cierto?
—Así es, aprovechando que Hareth ya tiene a su cargo la corona queremos encargarnos personalmente de un proyecto que estamos llevando a cabo en ese país, específicamente en esa ciudad.
—¿Ampliando su fortuna?
Ella se rio, su sonrisa permaneció cuando me respondió.
—Solo expandimos nuestro talento.
—¿También eres arquitecta?
—Tengo cierto conocimiento, pero soy abogada, estudié ciencias políticas, mi mente solo conoce normas, cumplir la ley está tatuada en mi cerebro —bromeó y yo esbocé una sonrisa forzada porque su respuesta no me dio una buena sensación—. Fui reina, ser la heredera no me dio el gusto de seguir mi pasión. Pero ahora me gusta lo que hago, ya puedo dedicarme a cuidar el capital de mi familia. Incluso soy socia de un bufete de abogados con los Lazcano.
—¿Entonces siempre fueron cercanos a la familia de Edward?
—Sí, pero evidentemente la amistad que formaron Hareth y Edward nos unió más. Hablando de amistad, ¿tú conoces desde hace mucho a Rouse?
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Editado: 12.07.2021