Capítulo 45: EL PERGAMINO
Lo siguiente que sucedió fue envolverme en los brazos de mi madre, nunca había percibido la frialdad que su piel desprendía hasta aquel momento ya que una madre desprendía calidez, a pesar de ello me sentí verdaderamente bien y cómoda con sus brazos alrededor de mí. Segundos después sentí como las lágrimas inundaban mis ojos y se deslizaban mojando mis mejillas.
Un abrazo familiar, mi padre se nos unió envolviéndonos a ambas en sus brazos. El contacto de Peter era conocidamente cálido, tampoco me había detenido a pensar en el calor excesivo que emanaba. Jamás me detuve a pensar en los pequeños detalles que hacían diferente a mis padres del resto. En lo único en lo que me preocupé en toda mi infancia y adolescencia había sido en mi problema. "No enojarse para no incendiarse", esas palabras me lo repetía mil de veces cada vez que algún ataque me agarraba, no era fácil, no fue para nada fácil lidiar con algo que yo no creía posible, no fue fácil aceptar aquella anormalidad que a mí me caracterizaba.
—Estamos contigo, no llores —murmuró mi madre en el medio del abrazo, deshicimos el abrazo y me pasé los dedos por debajo de mis ojos para secar las lágrimas que no dejaban de inundar mis párpados.
La vista se me aclaró segundos después, y luego de un mes volví a apreciar la presencia de mis padres en frente de mí. Lo único diferente que pude notar en ellos fue la sensación de que todo lo que los rodeaba era mucho más vivo, fue como si por fin mis ojos pudiesen ver lo que ellos realmente eran. No supe cómo explicar en aquel momento la sensación tan extraña que me invadió.
Pero entonces procedí a pausar todas las preguntas que se me vinieron en la cabeza de mi vida pasada, siempre hubo anormalidad en mi existencia, en ellos, pero principalmente en mí. Dejé de pensar en aquello para poder concentrarme en lo que verdaderamente implicaba volver a verlos: necesitaba respuestas, y en frente de mí estaban las personas capaces de responder a cada una de ellas y resolver mis dudas.
—¿Por qué? —inicié, pero un nudo en la garganta me impidió seguir hablando, sabía que mis ojos seguían aguados y que tenía la voz entrecortada, igualmente procedí ante la mirada atenta y preocupada de mis padres—. ¿Por qué no me lo dijeron?—pregunté lo más firme que pude.
Mis padres intercambiaron una mirada y después papá dio un paso adelante en mi dirección, su semblante se suavizó con ojos comprensivos.
—Solo queríamos protegerte —me dijo él.
—Mejor demos un paseo y mediante vamos aclarando las cosas con calma—solicitó mi madre—. Porque estando cerca de la entrada del bosque... no estamos seguros.
Con esas últimas palabras me confundió más, parpadeé y miré hacia donde estaban Abby y sus padres. Las dos necesitábamos respuestas y allí estábamos, a punto de conseguirlas, por eso mismo comprendí que necesitábamos alejarnos un poco para darles espacio a ellos y también para que habláramos claros, bien claros.
Comenzamos a caminar por ese bosque con altos árboles y los suelos llenos de hojas secas y ramas viejas, no dijimos nada por varios segundos, la brisa fresca traía consigo el ruido medio tenebroso que causaba el viento, el cantar de los pájaros era escaso, había mucho silencio, demasiado.
—Mia, no deseamos que estés molesta con nosotros, pero debimos actuar de esta forma, es... Eleonor —llamó mi padre como si le costara hablarme de este asunto. Yo me encontraba en el medio de ellos, observé instintivamente hacia mi madre cuando su compañero la solicitó.
—No entiendo por qué no me lo dicen de una vez, ya lo sé todo. No es como si me lo tuvieran que explicar de cero —repliqué entonces.
Escuché como mi padre respiraba profundamente antes de volver a hablar.
—Es que nosotros no creíamos que este momento iba a llegar tan pronto y todo fue culpa mía, nunca debí desviarme del camino.
—¿Estás queriendo decir que preferían seguir manteniéndome en una farsa, en una mentira? Porque eso fue lo que hicieron, me estuvieron ocultando la verdad, ustedes sabían cómo me enloquecía lo que me pasaba, lo que aún me sucede—aclaré—. Y aun así prefirieron mentirme, creí que era una humana, siempre quise ser como el resto y disfrutar de la vida, pero no, ocurrió todo lo contrario, estuve aislada como... como lo que en verdad soy, una anormal.
—Claro que no —mi madre fue la que lo negó enseguida, para ese momento los tres ya habíamos detenido nuestros pasos—. Eres tan normal como el resto.
—Claro, eso dile a esto —dije sarcásticamente, elevé la mano derecha hasta tocarme el pelo y pensé: fuego. El mechón de mi cabello ardió, el tono anaranjado se fue intensificando. Pero mi madre hizo algo que no debió sorprenderme, ella estiró su mano y agarró el pequeño fuego que no se extendía hacia otro extremo de mi cabello en sus manos y luego solo se desvaneció. El fuego desapareció y la expresión de mi cara quedó demasiado sorprendida.
—Compartimos el mismo elemento.
—¿Eso lo pudiste hacer siempre?—cuestioné tontamente. Luego negué con la cabeza, claro que ella podía hacer eso y seguramente mucho más. ¿Hasta qué punto desconocía a mis padres?—. Quiero saber el porqué, no entiendo de que querían protegerme, saberlo no me iba a hacer daño —lo dije con esmero, en un tono tranquilo que no evidenciara mi desespero.
—De la verdad —soltó mi padre, lo miré incrédula—. La verdad que hay en nuestras familias. Mia, el resistir al mundo sobrenatural no es para nada fácil, ahora puede que sí pero en nuestros tiempos, en aquellos siglos las cosas eran totalmente diferentes a cómo lo es ahora.
—Principalmente el tema de los híbridos —continuó hablando mi madre—. Cuando se comenzó a saber que había distintos especies compartiendo almas inmediatamente los asesores de los líderes interfirieron, a nadie le gustó aquello, ni a mí—confesó—. Y, como eran considerados los más sabios de cada especie, se les accedió la decisión que tomaron: el rechazo entre diferentes especies.
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Editado: 12.07.2021