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Salió de entre los árboles que se encontraban a los márgenes del camino que conducía a la universidad.
Los árboles estaban del otro lado de la cerca.
Solo nos separaban un tejido de alambre a través del cual se podía ver todo, y columnas de cemento gris que el viento había inclinado como estacas arrojadas por gigantes desde el cielo.
Y aunque se veía todo, daba la sensación de que no podías ver nada.
Había una rama, rota, que colgaba de las púas que coronaban el tejido, dándole imagen de cerca eléctrica en el fin del mundo.
Y el hombre me miraba, con sus grandes ojos azules, entre las delgadas fibras que nacían del tronco del árbol más grueso.
Le devolví la mirada, pero porque no sabía qué otra cosa hacer.
Hay una forma muy especial en que los ojos aprenden a mirar después de determinado tiempo.
Y eso da miedo.
¿Qué haces con un desconocido escondido en el confín del mundo que solo se detiene y te mira con total naturalidad, como si llevara siglos haciéndolo?
Ladeé la cabeza en un saludo torpe, y me fui escuchando a mis espaldas el aleteo de un ave que buscaba nido en la parte más alta de aquella frondosidad.
Que era y no era bosque. Que era algo intermedio.
[Como el hombre].
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Editado: 13.05.2024