Microcuentos de terror

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La señora Gonzáles solía sentarse todas las tardes junto a la ventana a tomarse una taza de té. Y continuaba haciéndolo. Al menos lo de sentarse. Hacía semanas que no la veía llevar a sus labios la consabida taza de té.

Cierta tarde, movido por la curiosidad, me acerqué para preguntarle el porqué del cambio en la rutina. Sin embargo, ella no me contestó. Es más, ni siquiera parpadeó. Pensé que estaba perdiendo facultades, así que insistí más fuerte.

Fue cuando apareció el señor Gonzáles gritando que me marchara. Salí corriendo asustado. Y comprendí que si la señora Gonzáles no se movía era porque estaba muerta.

 




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