Microcuentos de terror

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Acudí a casa del principal sospechoso de la desaparición con nuevas preguntas. El allanamiento de su morada no había arrojado nada incriminatorio, pero mi intuición dictaba que era él.

Tras veinte minutos en los que lo ataqué desde todos los flancos, tuve que reconocer mi fracaso, o bien aceptar su inocencia. Como punto final, se ofreció a prepararme un café.

Mientras preparaba el café, me acerqué a la pecera que había a un costado de la sala. Me sorprendió no encontrar peces de colores. Había uno solo: una piraña. Y justo en ese momento, harta, quizá, devolvió un trozo de carne: ¡Una falange de un dedo humano!

Tras de mí, oí pasos y el ruido de una pistola al ser martillada.    




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