Amelia estaba histérica después de escuchar el llanto de la muchacha al menos por dos horas consecutivas. Su mandíbula estaba tensa y, tratando de liberar sus nervios, apretaba la almohada junto a ella cada vez más profundo, con más fuerza, con más ira.
Finalmente, cuando los gritos hubieron cesado, retiró la almohada de su rostro azulado y suspiró de alivio. Por fin había ahogado su llanto.