Microuniversos

Cubículo

Josefina se levantó de súbito desde su asiento y salió del salón de clases a tropezones, tratando de no pensar en lo humillante que sería si alguien la siguiera. Bajó las interminables escaleras de edificio nuevo, se metió en uno de los cubículos del baño y lloró a gritos, arrodillada junto al escusado, usando la cerámica sucia y hedionda como soporte mientras el aire abandonaba sus pulmones en sollozos interminables de frustración.

El cuello de la blusa la ahogaba y la parte final de su jumper se sentía tan estrecha que quería destruirla con las uñas, bramando con todas sus fuerzas en esa fría y solitaria caja.

Las otras estudiantes estaban y salían, se lavaban la cara, se arreglaban el nudo de la corbata para ahorrarse el acoso de las inspectoras, se quitaban los aros, se limpiaban el pequeño brillo labial, se miraban las ojeras, aguantaban las ganas de llorar.

Sin embargo, nadie se miraba. Nadie se decía nada. Nadie se preguntaba quién lloraba o quien estaba vomitando por los nervios, porque no importaba.

Y Josefina estaba segura de que al volver a la sala nadie le preguntaría si estaba bien. A nadie le importaría su cara hinchada, sus ojos rojizos, sus labios resecos llenos de marcas hechas por sus dientes. Nadie le daría un abrazo. Nadie interrumpiría la clase.

Sabía que ella podía morir en ese baño y la clase seguiría como si nada.

Nadie se dio cuenta de que no volvió.



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En el texto hay: locura, amor, dolor

Editado: 12.12.2020

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