Vivo de fiesta en fiesta, y no por la comida, aunque sabrosa y abundante, sino por el vino, aguardiente o cualquier otra bebida alcohólica que quemara mi garganta y me diera la sensación de felicidad, esa que solo el alcohol le pude dar a uno. Pero más que solo eso, mi cuerpo ya depende de este líquido celestial, porque yo Agustín Bendito Hernández Ochoa soy un alcohólico crónico y no solo un simple hombre que le encanta la bebida por disfrute.
Por este extraño padecimiento a la dependencia a la bebida y mi falta de dinero para costeármela, así que asisto a cualquier lugar festivo en donde pueda conseguirle gratis sin impórtame en tanto deba caminar o el tiempo que me lleve, más aún si era invitado o no de la fiesta del lugar. Y debido a ese pensar esta noche me encuentro en una enorme y ostentosa casona de adinerados de la ciudad de Puebla, en una fiesta de disfraces en honor a la catrina. Creía que sería difícil el dejarme pasar a tan refinado lugar por los harapos con los que, visto, pero no fue así, o más bien no había vigilante que me detuviese.
Todo el lugar se desbordaba de gente bien vestida, hombres con trajes y zapatos pulcros de color negro, las damas vestían sus mejores vestidos de gala, joyas y oro les acompañaban sus elegantes cuerpos femeninos. Los mozos y sirvientas se movían rápidamente asistiendo a la gente en comida y bebida a los invitados, en abundancia. Finos licores y vinos importados eran la bebida de la fiesta y por supuesto que no perdería mi oportunidad para embriagarme con ellos. Le indique a uno de los mozos que me trajera siete botellas lo cual hizo de inmediatamente. Mentiría si dijera que solo las tome más bien se las arrebate a aquel mozo en cuanto estuvieron a mi alcance. Comencé a beberme con desesperación las botellas, una tras otra, dejando que el sabor afrutado del licor quemara mi garganta, aunque no tanto como lo hacía el aguardiente de las cantinas. Mi rostro, aunque no podía verlo sabía que ya se había tornado rojo.
No sé en qué momento llegue a una de las esquenas más alejadas del salón de baile, observando como los ricachones se divertían bailando. En cambio, yo ya comenzaba a tambalearme y a tener una gran necesidad de caer dormido en ese preciso lugar, tanto que tropecé cuanto traté de apoyarme en la pared, pero tuve la suerte de aférrame a un barril antes de abrazar al suelo. Aquel barril se sentía pesado y claro que la curiosidad de saber su contenido me era irresistible, más grande fue la sorpresa de encontrarlo repleto de chiles rojos. Tomé uno y me lo metí a la boca, sabía que el picor despertaría mis sentidos. Pero en vez de sentir un ardor aquel chile me pupo dulce, así que intente con otro obteniendo el mismo resultado. Talvez aquello se atribuía a mi embriagues, pero cual fuera la razón yo seguí devorando aquellos chiles, tirando sus colas en la pista de baile. Hasta que alguien de los invitados se me acerco.
Si no creyese que estaba lo suficiente tomado y que comenzaba a delirar, de mi habría salido un grito de horror total, porque la persona que se encontraba frente a mí se trataba de quien alguna vez llame compañero de copas y mi compadre, que llevaba casi tres años de muerto. Estaba seguro que era el su rostro era inconfundible, se notaba su palidez mortuoria como en la noche de su velatorio. Me miraba con igual temor con que yo le miraba, sentía que las piernas me fallaban a igual que boca para hablar y la borrachera se me quito. En cambio, el transformo su expresión de terror a una represaría.
----Vete de aquí ahora.
Esas fueron sus palabras así mi con un tono de preocupación.
----Vete rápido antes de que ellos te noten.
Ahora se escuchaba más desesperado y temeroso mientras miraba de reojo a las personas que bailaban en el salón.
Sin embargo, noto el chile en mi mano, el cual rápidamente me arrebato para colocarlo de nuevo en el barril. Sus manos temblaban como si aquello que toco fuese una serpiente venenosa.
----¿Te has estado comiendo eso?
Yo asentí a su pregunta.
----Lárgate inmediatamente antes de que esas mujeres te vean. Porque lo que te acabas de comer son sus hijos.
No entendía cuando el me dijo que aquellos chiles rojos eran los hijos de aquellas bellas mujeres, y él se percató de que no entendía sus palabras. Así que señalo las faldas de las mujeres, y cuál fue mi horror cundo mire con detenimiento que bajo esos vestidos sus pies eran de cabra, otras de gallos o combinadas. Y a lado de la pista las colas de los chiles que había arrojado se retorcían como si estuvieran vivas.
----Ahora entiendes porque debes de irte. Esta fiesta la ha organizado el diablo y aquellas mujeres son demonios.
Abandoné la fiesta como pude sin levantar sospechas mientras el que alguna vez en vida fue mi compadre me cubría de la mirada de la multitud que brillaban como faroles de fuego tras sus antifaces.
Ahora ya ha pasado un año y miedo de aquel suceso y siento que en mi estómago cosas se mueven e intentan salir, por más médicos y brujos he visitado ninguno ha podido sacar aquellos chiles que comi, lo único que los mantiene tranquilos es adormeselos con alcohol.