No hago más que mirar detrás del vitral en que me encuentro. Veo como la gente viene y va a su antojo, dueños de su propio futuro y destinos, mientras yo solo me quedo sentada como una obediente muñequita de porcelana, esperando a que alguien o algo que sé que jamás llegara. Perdiéndome en las añoranzas de ser amada por quien fuese. Sin embargo, se desmoronan al recordar que le pertenezco únicamente a esta tienda de muñecas.
El dueño de esta juguetería se aproxima. Sus pasos hacen eco en el suelo de madera. No hay muñeca que no sepa lo que significa aquellos pasos.
Alguien ha venido a jugar.
Esto era común en esta juguetería. Hombres desconocidos solo pagaban para jugar con cualquiera de las muñecas que se exhibían, siempre y cuando pagaran la cantidad adecuada de la muñeca que solicitaban. Esa era la regla que impuso el dueño.
Observo a las otras muñecas de la vitrina y noto su miedo, otras solo ignoran lo que se avecina y yo solo me quedo parada sin ningún tipo de emoción. Después de todo soy una muñeca de porcelana vacía y sin futuro bajo este techo.
Los pasos se detienen. Es inevitable.
El juguetero sonríe maliciosamente llamando mi nombre. Al parecer yo soy la elegida. Así que simplemente me entrego a mi destino.
El tiempo me es indiferente. Pero no las acciones del juguetero. El cual simplemente me conducía a un lugar de la planta de arriba de la tienda. Ahora estoy dentro de una habitación con un hombre más alto que yo, el cual me toma con fuerza y hace conmigo lo que quiere.
Porque soy solo una muñeca de porcelana que puede comprar.