Una chica tomada de la mano de otra se acercó corriendo a Vega con una gran sonrisa en los labios, mientras esta se abría paso directo al pizarrón de anuncios. Podías ver su entusiasmo desde kilómetros de distancia, sin mencionar que los ojos le brillaban como estrellas.
—¿Tú eres Vega, verdad? —preguntó con la sonrisa más radiante que le habían dedicado ese día. Asintió como única respuesta, porque no era precisamente la mejor en cuanto a las palabras—. Sólo quería agradecerte, sin tu invento jamás nos habríamos conocido —la chica se señaló a sí misma y después a su acompañante, quien parecía un espejo que reflejaba la misma alegría que ella—. ¡Gracias!
Ambas la abrazaron sin esperar por una respuesta. Y tras una última sonrisa, desaparecieron por los pasillos. Aquella se había convertido en la dinámica habitual de su vida. Una pareja de completos extraños se acercaba, sabía quién era ella y le agradecía por haberlo encontrado con alguien, al menos una media docena de veces al día.
Desde que Starlight String, o como ella prefería llamarle SS —para términos técnicos—, se convirtió en la app de citas favorita de los estudiantes de la universidad, no paró de recibir halagos y sonrisas por los pasillos, incluso se rumoreaba que se había comenzado a llamarle Afrodita, así como la diosa del amor.
La dinámica era sencilla, instalabas la app en tu celular, creabas tu perfil y estabas oficialmente en el mercado de citas, disponible para quien sea que hiciera un match perfecto contigo. De eso, se encargarían las estrellas... o bueno, podría decirse que esa parte era publicidad engañosa. En realidad, quien se encargaba de emparejarte con alguien era el algoritmo que Vega había diseñado. Básicamente, SS era una red social común y corriente, en ella podías hacer un centenar de cosas como ver películas o series en streaming al mismo tiempo que otros usuarios, leer libros e incluso escuchar audiolibros. Había espacio para fotografías, vídeos y toda clase de contenido que tuvieses ganas de crear. Vega había decidido tomar lo mejor de cada red social existente y colocarlo allí. Era algo muy ambicioso y le había tomado años perfeccionarlo. Entonces, el algoritmo se encargaba de recolectar información en cuanto a tus gustos y afinidades, personas a las que seguías y actividades que realizabas. Sobraba decir que cualquier actividad que realizabas allí era anónima para el resto de usuarios, excepto claro, para Vega y para cualquier persona con quien desearas compartirla. Ella era la administradora, así que prácticamente tenía a tan solo un clic la vida entera de todos los estudiantes con un usuario registrado. Cuando querías saber quién hacía match contigo, lo único que tenías que hacer era entrar a la pestaña de citas y generar la lista de personas que, en base a actividad, el algoritmo había determinado que eran compatibles contigo, en ese momento, podías empezar un chat y el resto era historia.
La app tenía una precisión del 98.86%, eso significaba que en casi todos los casos, había acertado al unir una pareja. Y eso le había otorgado a Vega la fama que poseía actualmente.
Llevaba desarrollando esta app de forma oficial desde su primer año de la universidad, aunque en realidad el proceso había empezado mucho antes y ahora, en el penúltimo año, finalmente tenía el reconocimiento que había esperado. Incluso había empresas interesadas en comprarla para potenciarla y volverla internacional. Todo gracias a la feria que se realizaba anualmente en la universidad en la cual por cierto, ella había obtenido el primer puesto. Luego de eso, la difusión fue más fácil y en menos de dos semanas todos los estudiantes tenían una cuenta en su plataforma... bueno, todos menos Izan Dominique, el chico con el que deseaba hacer match.
Izan era un año mayor, eso significaba que este era el último año que lo veía antes de que se graduara y mentiría si dijera que no empezó este proyecto porque su habilidad para conocer gente del sexo opuesto era un desastre, y necesitaba una forma más segura y práctica de hacerlo. La idea era que Izan se crease una cuenta y el algoritmo lo emparejase con ella por obra de algún milagro, pero Izan jamás se creó una cuenta y el tiempo pasaba y se agotaba. Todo era un desastre.
No ayudaba mucho que Izan fuese el mejor amigo de Altair Moretti, su peor enemigo. Y sí, aunque sonara tan dramático, Altair y Vega eran enemigos declarados. Todavía no podía creer como alguna vez lo había considerado agradable. No lo soportaba, en lo absoluto. Era un tipo malcriado y lleno de privilegios que nunca había sabido lo que era sentirse solo y desprotegido. Toda su vida había sido tan fácil como chasquear los dedos y que la solución apareciese frente a su nariz. Vega detestaba su estúpida sonrisa perfecta con hoyuelos incluidos. Lo peor es que la vida era tan injusta que Izan no sabía ni que existía, pero Altair no paraba de meterse con ella en cada oportunidad que tenía.
Hablando del rey de Roma...
Altair caminaba con una chica muy bonita a su lado, era bajita y tenía el cabello rubio y brillante, estaba riéndose por algo que él acababa de decir. Parecía genuinamente divertida, y él lucía complacido por ello. Vega rodó los ojos. Cómo no. Pasaron a su lado sin percatarse de su presencia y en silencio lo agradeció. Cada vez que Altair la reconocía en los pasillos tenía que decir algo que acababa por arruinarle el día. No estaba de humor para eso hoy, especialmente con las noticias con las que había tenido que lidiar todo el día.