Había pasado casi un mes desde la última vez que vi a Marco. Entre los exámenes finales de la universidad y que él estaba jugado la Eurocopa sub 21 no habíamos tenido tiempo para viajar para vernos. Eso sí, todos los días hablábamos por teléfono para contarnos el día o incluso para desahogarnos. Pero la verdad es que no todo era muy bonito. Un mes ya que había pasado y resultaba muy difícil estar lejos de él. Sabía que iba a ser muy difícil pero no pensé que fuese tanto o que incluso doliera tanto. Porque sí duele, duele el hecho de no tenerle cerca para abrazarlo, el no sentir sus labios sobre los míos, no ver su sonrisa o su brillo en los ojos. Duele el no sentir que nuestro pulso se acelera simplemente por la presencia del otro o incluso duele el hecho de no sentir como se eriza el bello cada vez que nuestra piel se roza.
Ahora mismo me encuentro viendo la tele, en concreto la final de la Eurocopa, España contra Alemania. Y aunque parezca imposible, España iba perdiendo. Y con ese mismo resultado termina el partido. El cámara se posa por cada uno de los jugadores, todos ellos con semblantes tristes, apagados e incluso algunos llorando. Habían perdido la final y eso les dolía. Y lo que más me duele a mi fue cuando enfocaron a Marco y vi su cara. En este momento lo único que quería hacer era correr hasta sus brazos y abrazarle. Pero no podía, no podía. Otra vez me lo impedía la maldita distancia, esa que hace más daño que cualquier cosa.
Estoy tumbada en la cama pensando, ¿qué raro no? Pues sí, pensando en si debía llamarle ahora o esperar a mañana por la mañana para hacerlo. La verdad es que por una parte necesito hablar con Marco, oír su voz, pero por otra entiendo que a lo mejor no quiere hablar con nadie y estar solo dentro de lo que cabe.
Después de darle tantas y tantas vueltas decido llamarle.
- Hola Marquito – le digo como siempre.
- Hola – me contesta en tono serio y sin decirme peque como hace siempre - ¿Qué quieres? – me pregunta en el mismo tono.
- ¿Cómo estás o quieres hablar de otra cosa? – le pregunto sin darle importancia a su tono.
- No quiero hablar de nada – me contesta cortante.
- Eso es que no estás bien. Marco no te preocupes, un mal partido lo tiene cualquiera. Lo habéis hecho genial. Sois un gran equipo pero unas veces se gana y otras se pierde, pero no pasa nada – intento animarle para que se alegre un poco.
- ¡No necesito que tú me digas lo mismo que los demás! ¡Ya lo sé! – me dice enfadado y casi gritando.
- Marco… yo solo quería… - intento decir.
- Querías nada. Estoy cansado de siempre lo mismo – me dice alterándose cada vez más – no sé si te has dado cuenta pero a veces llegas a casar ¿vale? No eres mi madre como para estar llamándome todos los días. No lo eres. Así que déjame en paz de una vez – me sigue diciendo y no puedo evitar que las lagrimas empiecen a salir y a surcar mi cara.
- Yo solo quería consolarte, decirte que todo estaba bien, que estoy aquí contigo – le digo mientras sigo llorando sin poder creerme lo que me está diciendo ni como lo está haciendo.
- Pero no estás aquí María, no estás, así que déjame en paz, olvídate de mí – me dice ya gritando.
- ¿Eso es lo que quieres? – le pregunto cada vez llorando más porque cada vez que decía una palabra más y corazón iba rompiéndose en más y más pedacitos.
- Sí, olvídate de mí – me contesta.
- Está bien – le contesto ahora yo también borde – Que te vaya bien la vida Marco, que te vaya muy bien – le digo antes de colgar la llamada.
¿En qué momento decidí hacer esa llamada? ¿En qué momento? No podía parar de llorar mientras esas preguntas inundaban mi cabeza. ¿Qué es lo que acaba de pasar? Acabamos de romper así sin más. Ha pagado su frustración y su dolor conmigo. Al principio se lo he dejado pasar porque en parte entendía su enfado, pero luego ya se ha pasado cuando ha empezado a decir esas cosas de mí. ¡Pues muy bien! ¡Qué le den! No quiere que este más en su vida, que no me preocupe por él, muy bien no lo haré. Que se olvide de mi igual que yo voy a hacer conmigo. Haré un borrón y cuenta nueva, porque si no lo hago sé que me voy a hundir un poquitín más, un poco más de lo que ya lo estoy.