Migami

XI.

XI.

Se termina cuando me muera.

 

Migami. En un recuerdo.

Yellow de Coldplay retumba en el espacio y en mi tímpano por igual. Soy dada a mezclar escenarios de vez en cuando. Mezclo sonidos, espacios y tiempo en un mismo sueño. Duermo e imagino escenas reales con efectos de otras situaciones vividas. Lo que hace que todo me confunda más.

Porque no recuerdo haber tenido esta conversación en aquella cafetería. No recuerdo haber escuchado Yellow en aquel momento. No obstante, recuerdo los sentimientos perfectamente. Recuerdo como yo misma me di la vuelta sin mirar atrás.

Huelo el aroma de las galletas recién horneadas, y eso me hizo voltear mi cuello en su dirección. Sus ojos eran visibles a través del cristal que nos dividía de la cocina. Observé cómo sus ojos me leían a la perfección, que pensé que leería todo lo que sentía al pie de la letra. Y aquella fue la pista que ayudó a que supiese que yo me daría la vuelta. Que me iría del lugar sin decir nada más. Que sería la traidora nata.

La que jodería todo por un presentimiento estúpido.

Su mirada gritaba: No me dejes aquí. No huyas. Yo te ayudé, ahora hazlo por mí.

Y era el hecho de que no fuese recíproco en el momento lo que hizo que ardiera en las llamas del propio horno.

¿Horno? ¿Qué horno? Aquello no ocurrió en una cocina. Ni en una cafetería. Ni se escuchaba Yellow a través de los altavoces. Ni olía a galletas recién horneadas.

Y es que cada vez estoy más lejos de la realidad.

Más lejos de la persona que dejé atrás.

En cuanto vuelvo de mi ensoñación parpadeo lo suficiente como para resistir las lágrimas que parecen brotar en mis ojos.

Te odias y lo sabes. Te dejaste de amar el mismo día que te dijiste que le amabas a él. Tú fuiste la culpable. Tú fuiste la culpable de todo lo que te ocurre.

Y mi conciencia tenía razón. Como siempre, yo era la que lo jodía todo. Y a día de hoy lo sigo haciendo, y me agrada. Ahora lo hago porque quiero. Jodo al que me jode, y si a alguien se le ocurría cruzarme se las iba a tener que ver conmigo.

Porque mi sonrisa no engaña, esconde dientes que dejan heridas, cicatrices.

—Margaret era inocente, por mucho que se dijese lo contrario. Creía que lo tenía todo controlado, pero no era así. Iban siempre un paso por delante de ella. Vivía en la incertidumbre y eso era lo que más la jodía.

La sala la escuchaba atentamente. Los ojos de Nick estaban clavados en mi sitio.

***

Margaret.

Salí de su oficina no sin antes cerrar la puerta, y hasta entonces, no pude respirar con tranquilidad. Mi conciencia era nula, no me arrepentía de haberle robado la tarjeta, pero no podía evitar tragar saliva ante cualquier amenaza de que me echase de mi oficio. Sabía que en un chasquido podía terminar con toda mi carrera.

¿De verdad estaba arriesgando todo por respuestas de Cheyn? ¿Y si al final era todo mentira? Dijo que Nathaniel tenía algo que ver, pero, ¿y si era mentira? De ser así, ¿por qué Nathaniel actuó a la defensiva? ¿Acaso el preso 273 no estaba mintiendo y sí que ocultaba algo?

Quería estampar mi cabeza contra la pared. Creía que me iba a volver loca.

Suerte para mí, había hecho una copia de su tarjeta. Él tenía una mala, yo tenía la buena, solo que él no lo sabría hasta que la pusiese en marcha. Por esa razón, cuando cerré la puerta, corrí directa a la oficina de ordenadores, donde pudiese encargarme de extraer más información. En aquella misma sala, todas estas tarjetas habían sido programas. Algo bastante estúpido, pero debemos tener en cuenta, que no todos los días la gente iba robando tarjetas del alcaide para sacar toda su identidad.

Encendí la computadora y jugué con mis dedos en un arrebato de nervios.

—Venga, venga, venga...—observé cómo la pantalla presentaba un círculo que daba vueltas hasta que por fin cargó por completo—. Bien, bien....

Moví el ratón hacia la casilla de usuario y entré como usuario desconocido, no quería que rastrearan que alguien había estado robando su tarjeta y buscando datos que no debería de estar encontrando.

No era imbécil, no. Sabía que Nathaniel estaría inquieto si hubiesen pasado más horas sin que su tarjeta apareciese. Si le dejaba uno de repuesto durante un tiempo, dejaría de fisgonear tanto. Además, estas próximas horas estará relajado de que la tiene protegida. Lo que él no sabe es que en un momento u otro lo encontraré en el pasillo, a las 16:10, cuando sale a por su café a la sala de vigilancia, todos los días, me chocaré con él e intercambiaré nuestras tarjetas. Muchas cosas podrían ir mal. Sin embargo, por muchas sospechas que yo haya levantado en él, la lascivia podía con él.

Solo hacía falta un roce, y...

Introduje la tarjeta al aparato que leía el código impreso en la parte trasera de la tarjeta, éste hizo su trabajo y poco después sus datos aparecieron.

Que bueno conocerte, Nathaniel....

Nathaniel Kield, trenta y cuatro años y alcaide de Highway Prison. Estudió criminología y derecho. Tiene un expediente limpio y... Espera. Leí un poco más de la descripción y me fijé en las ramas de las que había ascendido: partícipe en la brigada de investigación de nuevas tecnologías, la unidad central de inteligencia criminal... ¿Ya está? Pero, ¿cómo había conseguido todos estos trabajos? En algunos rangos era difícil de entrar con la edad que tenía.

¿Cómo había estado en tantos a tan temprana edad?

Seguí leyendo pero todo su jodido resumé estaba más limpio que mi estantería de libros de Agatha Christie. No me podía creer que quería encontrar algo incriminante y pensé que lo encontraría aquí. Era obviamente estúpido.

¿Y si leía entre líneas? ¿Podía haber algo que no estuviese leyendo como debería?




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