Capítulo XVI:
Donde las almas esperan:
De vuelta a Londres. Domingo, 3 de marzo de 1996. Día tres, 10:12 pm (117 horas y 48 minutos para el Juicio Final).
El cielo sangraba. Oscuro y espeso, lleno de nubes rojas que vertían un líquido igual de rojo sobre su cabeza. Las llamas cubrían el suelo y producían un calor sofocante que le impedía respirar. Seres oscuros y desfigurados con ropas raídas atacaban a los ángeles, sus gritos de dolor oyéndose a través de las llamas, desgarradores. Un himno se escuchaba más allá de estos, cantado por voces tan profundas que parecían venir de la tierra misma:
Ibi non est pax. Pax mortuus est.
Umbras extinguere lucem,
consumptor omnium in sua semitam...
Los demonios reían, sus bocas deformes abiertas dejando ver sus dientes amarillos, sus ojos negros vacíos de cualquier emoción.
Y los ángeles morían…
Uno de los ángeles lo miró. Sus blancas ropas estaban teñidas de rojo, la garra de uno de los seres oscuros saliendo de su corazón. Era Claire. Su cabello rubio y ensangrentado estaba adherido a su pálido rostro inexpresivo. Sus ojos azules estaban vacíos, fijos en él, reconociéndolo.
-Ayúdame –decía, antes de que las llamas la consumieran.
Nicolas abrió los ojos, los contornos a su alrededor definiéndose poco a poco de la neblina borrosa del principio. El techo sobre su cabeza era de tablas de madera oscura, con aspecto de ser muy antiguo, y las telarañas en los rincones indicaban también que estaba bastante descuidado. Se sentía aturdido, las cosas a su alrededor se movían ligeramente, como si flotaran, y un dolor distante recorría todo su cuerpo.
Con una mueca, consiguió apoyarse en el codo para incorporarse y mirar a su alrededor. Yacía sobre una cama improvisada con lo que parecían su abrigo y el de Sara. En las esquinas había sillas y mesas amontonadas, así como muebles alargados y cubiertos con sábanas. Por encima de él, entre el techo y el suelo, colgaban tres campanas enormes, una más grande en el centro, y varias más pequeñas entre las tres. A ambos lados de la estrecha habitación, dos arcos abrían al cielo nocturno, y el viento que entraba sacudía ligeramente las cadenas metálicas, desprendiendo una tenue melodía.
Sara estaba sentada en uno de los arcos, la espada vuelta hacia él. Sostenía algo en su regazo. Trató de llamarla, pero se dio cuenta de que no podía.
La habitación se inclinó violentamente a la derecha, y mareado, sintió que caía de vuelta al suelo, el dolor cortando su respiración y nublando nuevamente el techo con sus decenas de campanas.
-¡Nick! –La escuchó bajar, y sus pasos sobre el piso de tablas hasta arrodillarse a su lado, acunando su mejilla con su mano. Tenía los ojos inyectados en sangre, sangre que aun marcaba sus mejillas, el cabello despeinado y manchas negras bajo sus ojos, muestra de todos los días que llevaba sin dormir.
-S-s…-¿por qué no podía hablar? La garganta le dolía, y cada vez que lo intentaba sólo obtenía un sonido ahogado y fino, como una flauta rota.
Sara negó con la cabeza, acallándolo.
-Está bien, tranquilo. Podrás hablar mañana, quizás en unas horas, si descansas lo suficiente –sus ojos brillaron, como si quisiera llorar, pero no lo hizo- ¿Algo más te duele? ¿Cómo está tu pierna?
¿Mi pierna? Pero, ¿por qué…
Lentamente, los recuerdos del día anterior volvieron a su memoria: El mensaje de Sofía, el hotel, las tres puertas, las quimeras. Escuchaba a Sara gritar, y trataba de ir hasta ella pero…
Todo se hacía borroso desde allí. Uno de los monstruos le saltaba encima, y apenas conseguía apartarlo antes de que lo quemara vivo. Comenzaba a sentirse muy cansado…
Y luego despertaba allí, en el campanario.
-La quimera te atacó –completó Sara, leyendo sus pensamientos- Fue sólo un rasguño, pero el veneno fue suficiente para dejarte inconsciente –Se mordió el labio y parpadeó varias veces, como hacía cuando quería contener el llanto-. Seth te salvó y nos trajo hasta aquí, los demonios no pueden entrar a las iglesias.
Pero…
-No despertabas –musitó, hablando tan rápido que incluso a él le costaba entenderla-. Gritabas en sueños y no podía calmarte. Llamé a Seth otra vez, pero dijo que era el veneno que te hacía alucinar y que no había nada que pudiera hacer. Se ofreció a dormirme para que no tuviera que escucharte, pero… -Esta vez sí rompió a llorar, abrazándose a su pecho con fuerza. Le dolía verla así, más sabiendo que era por causa suya- Pero tenía miedo de que te pasara algo mientras estuviera dormida, de que necesitaras mi ayuda y no estuviera allí porque era demasiado cobarde para aceptar lo que había hecho –continuó, su voz apenas comprensible en medio del llanto.
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Editado: 07.11.2019