Capítulo XXVI:
Donde las olas son de magia y no de agua salada:
Lunes, 4 de marzo de 1996. Día cuatro, 10:47 pm (A una hora y trece minutos del Juicio Final)
Raphael puso los ojos en blanco ante la respuesta de Santiago.
¿Qué quieres decir con que no sabes dónde estás?
¡No lo sé! La voz de Santiago sonaba nerviosa. Estoy parado sobre una carretera, y hay neblina...
Eso sí que reducía las posibilidades.
Pregúntale a Nicolas, ¿quieres?
Silencio. Esperó mientras cruzaba el callejón, con Sara inmóvil en sus brazos.
Dice que estamos a unas cuadras del muelle, que puede oír el río.
Al menos alguien de los dos tenía sentido de orientación. Podía llegar hasta allí, conocía Londres como la palma de su mano, el problema era...
Raphael... Lo llamó Santiago otra vez, Nicolas pregunta de nuevo por Sara.
Ya le dije que está viva, replicó.
Pero sabe que algo va mal, Santiago sonaba distante, como si estuviera concentrado en otra cosa. Bajó la mirada a la vampira, sus ojos fijos en el cielo.
-¿Algo va mal, Sara? -preguntó- Un hum para sí, dos para no.
Dio dos en respuesta.
Pues a mí me parece que está perfectamente bien. O lo estaría en unos minutos, cuando recuperara la movilidad.
Silencio. Raphael frunció el ceño.
¿Los atacaron?
Algo así. De nuevo, el tono distante. Pasó tanto tiempo sin contestar que comenzó a preocuparse.
¿Santiago?
Estoy bien, sólo... Wau, tienes que ver esto.
¿De qué hablas?
Los fantasmas... Están...
-...Aquí- la voz hizo que se diera la vuelta. La dueña era una mujer de cabello negro como la tinta, piel pálida, apenas algo verdosa, y ojos oscuros, levantados en las comisuras. Llevaba el cabello recogido en un moño, mechones de este enmarcando su rostro, y un vestido de seda púrpura que le llegaba por debajo de las rodillas.
-Kyoko -musitó, sorprendido.
Sus labios rojo carmín esbozaban una plácida sonrisa. Se acercó hacia él, el brillo etéreo de su estela evaporando la neblina a su alrededor.
-Creí que podrían necesitar ayuda.
...
Angel disparó al último demonio, los brazos (y la quemadura en uno de ellos) doliéndole por mantenerlos alzados tanto tiempo, y se dejó caer en el suelo, apoyando la espalda al banco de madera. Harrison bajó la pistola también, ahora cargada con balas de silverina.
-¿Regresarán?
-Es lo más probable -respondió Trevor, extendiendo la mano hacia el muchacho-. Dámela, chico, ya tuviste suficiente.
Con la frente bañada en sudor y la respiración entrecortada, Angel negó con la cabeza.
-Estoy bien -dirigió su mirada al detective- ¿Ahora sí me cree? -preguntó- Sara y Nicolas son inocentes.
-¿Dónde están? -interceptó Harrison. El muchacho puso los ojos en blanco.
-¿Es en serio? Acabamos de ser atacados por un ejército de monstruos que parece sacado de un episodio de Los expedientes secretos X[1], ¿Y usted sigue culpando a...
-Lo pregunto -interrumpió el detective-, porque la ciudad está repleta de...
-Demonios -dijo Trevor.
-Eso -asintió Harrison-. Si salieron, es muy probable que no regresen.
-Oh -Angel sintió que se desinflaba-. Van a estar bien -aseguró, en parte para convencerse a sí mismo-. Tienen un plan.
-¿Y en qué consiste ese plan?
-No tengo idea, pero no sonaba como la primera vez que se enfrentaran a un problema de este tipo- Omitió la parte en que le dio la impresión de que las otras ocasiones no habían ido tan bien como pretendían.
-¿Y ese plan salvará la ciudad? -insistió Harrison, notando su vacilación.
-Eso espero -dijo el chico, y de verdad lo hacía, aunque no era su vida la que le preocupaba.
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Editado: 07.11.2019