Despertar con Mateo a su lado se convirtió en una costumbre matutina para Sofía. Su presencia era como el amanecer, brillante y llena de promesas. Los días adquirieron un nuevo ritmo, una nueva melodía. Entre los misterios de la Serranía de la Macarena y la risa contagiosa de Mateo, Sofía encontró una felicidad que nunca había imaginado.
Mientras tanto, Mateo, el eterno nómada, encontró un hogar no solo en la exuberante naturaleza de la Serranía, sino también en los brazos de Sofía. El amor que había florecido entre ellos se convirtió en su ancla, su faro de luz en la inmensidad de la selva.
Pero incluso en medio de su felicidad, Sofía no podía evitar recordar su mantra de "Mil veces no". Aunque había aceptado el amor en su vida, una parte de ella temía que este nuevo sentimiento pudiera eclipsar su pasión por su trabajo, su misión.
Fue Mateo quien finalmente disipó sus miedos. Un día, mientras documentaban la floración de la Orquídea del Cisne, una especie autóctona en la reserva, Mateo la miró y dijo: "Tu amor por este lugar, Sofía, es lo que me hizo enamorarme de ti. No tienes que elegir entre tu trabajo y nuestro amor. Ambos pueden coexistir".