Mind: tu arma es tu mente

Capítulo 5: El Puente Bow

Su tía estaba loca, su cabeza en ese momento era un desastre, pero nada la detuvo, no iba a permitir que estúpidos cuentos absurdos sobre sus padres la encerraran en aquella pocilga de edificio. No le creía nada, estaba negada a hacerlo.

Lo único que importaba en ese momento era Anthony y sus promesas.

Jamás había visto a sus padres, ni siquiera en una fotografía, así que no era tiempo para ponerse sentimental. Se guardó sus lágrimas y comenzó a armar rápidamente una gran mochila.

Era de noche y desorientada, como obviamente lo estaría, Neeva recorrió las calles de Nueva York con una pierna adolorida y un golpe severo en la cabeza. Jamás había intentado bajar por el tejado como Anthony acostumbraba y no había logrado caer con la delicadeza que le hubiera gustado. Neeva ni siquiera entendía qué había hecho para salir viva de allí. Quizá se hubiera colgado de las ventanas y saltado tras las barandas que sobresalían para luego terminar su recorrido por las escaleras de incendios del vecino, aunque no dudaba en que si Joanie se enteraba, la sepultaría viva bajo tierra, así que no miró hacia atrás en ningún momento.

Se le dificultaba mucho caminar con el peso de la mochila tras la espalda, pero tuvo que hacer de sus esfuerzos para encontrar un pequeño almacén que le brindara un mapa de la ciudad que pudiera conducirla directo hacia el Bow. No quería llegar tarde y que Anthony se hubiera ido sin ella.

Cerró su chaqueta hasta el cuello y soltó su cabello largo para que nadie la viera si luego Joanie decidía buscarla, cualquiera podría advertirle en qué dirección había ido.

Tomó el autobús, cualquiera que pasara primero y luego el tren subterráneo que la dejó a unas cuadras del gran puente que cruzaba la superficie líquida llena de plantas acuáticas.

Antes de echar a caminar, inspiró suavemente y miró el cielo lleno de estrellas, todas las que veía desde su departamento, pero allí abajo, libre y sola, todo se veía tan diferente y bello. Hubiera deseado quedarse allí sentada entre los árboles gruesos del parque admirándolo todo: las calles abarrotada de gente que iba y venía, los negocios y sus luces de neón, los rascacielos de ventanales brillantes que impactaban gracias al choque que hacía la iluminación.

Imaginó todo lo que sería capaz de hacer con Anthony, aquella realidad la absorbía y le encantaba perderse en ella. Juntos recorriendo el mundo, en una aventura que los dos compartían, vería todo lo que no podría desde su departamento y mientras tanto se descubriría por sí sola, porque no era como si se le presentaran muchos misterios sentada en su tejado todos los días.

Sería la mejor experiencia que podría tener y ya la estaba saboreando, ya no tendría que ver películas o leer libros para saber cómo eran las cosas exactamente. Ahora podría verlo por su cuenta.

Estudiaría, pero no lo que Joanie disponía en su biblioteca, se encargaría de ella misma. Se ocuparía de tener una familia, un hogar, un trabajo, quizá alguna amiga real. Siempre se ponía a pensar en la posibilidad de tener un futuro como ese y de repente era tan sencillo como chasquear los dedos.

Su corazón dio una voltereta hacia atrás al pensar aquello.

Incluso antes de poner un pie en el puente, se dio cuenta de que Anthony no estaba allí, ni en ninguna parte. Frustrada y con un grito ahogado en su garganta, se sentó dejando las piernas caer por el final del puente y de sus barrotes.

No paraba de suspirar y maldecir, no quería tener que volver con Joanie ahora que había huido y planeado lo que quería. Sin embargo antes de seguir pensando en su tía, una marca similar a la de una mano apareció plasmada en sangre en uno de los tubos conformados por la baranda del puente.

Neeva arrugó las cejas y miró a ambos lados para ver si encontraba a alguien lastimado cerca, pero en su lugar, alguien habló a unos metros de ella con una voz casi imposible de reproducir para un humano común y corriente. Estaba segura de que aquél no se trataba de su chico.

Tres sujetos, dos calvos y un muchacho aparentemente más joven con una chaqueta negra y cabellos desparramados oscuros caminaban hacia un edificio. Neeva no tardó en identificarlos como los hombres con los que se había chocado esa mañana, sólo que esta vez, los tres llevaban filosos objetos similares a espadas brillantes en sus manos. Justamente por eso, decidió levantarse y seguirlos sigilosamente.

Por lo general, ninguna chica hubiera sido tan insensata, pero había algo tan extraño en aquellas personas que llamaba gravemente la atención de Neeva que por un momento olvidó la ausencia de Anthony.

Doblaron un par de calles y jamás notaron que la pequeña muchacha iba tras ellos, o eso imaginó Neeva que retenía brevemente el aire cada tanto y se escondía tras los contenedores de basura por si alguno de ellos decidía voltearse. Eran muy misteriosos.

Se ajustó la mochila tras de sí y subió las escaleras delante de la puerta por la cual habían ingresado, encontrándose en un local privado lleno de humo y un gigantesco hombre de piel bronceada que le pidió su identificación para poder pasar.

—No... no la traigo conmigo —de todas las cosas que había puesto en su mochila, además del libro de su padre, había olvidado por completo el detalle de su carnet de identificación.

El hombre la miró de arriba a abajo sintiéndose ella totalmente incómoda, sin embargo notó que no la dejaría pasar si no mostraba un poco de confianza.

Se desabrochó la chaqueta mostrando así su camiseta gris holgada y su pecho del cual colgaba un collar que sus padres le habían dejado de pequeña. Se recogió el cabello hacia un lado mostrando sus increíbles ojos y su nariz moldeada.

Aún así, el hombre no se quitó del paso.

—No hay identificación, no hay pase.

—Sal del medio, Bruce —comentó alguien cerca de su hombro—. Ella viene conmigo.

—Jared, ya hablamos de esto... —manifestó el tal Bruce arrugando las cejas y tensando su mandíbula sin querer moverse de su lugar.



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En el texto hay: amor, magia fantasia, youngadult

Editado: 10.07.2020

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