A la par de una fogosa chimenea hecha con porcelana europea, estaba un solitario anciano de sesenta años, él vestía traje de etiqueta y sombrero negro de copa, comía bastante despacio mucho caviar importado, a su alrededor había toda clase de lujos: desde cuadros con pinturas famosas surrealistas, hasta candelabros labrados en oro del siglo dieciocho, por eso la sala bien parecía el lobby de un elegante hotel, fuertes pensamientos inundaban la cabeza del amargado viejo, él recordaba con tristeza a las muchas mujeres que en toda su vida ignoró, se la pasó todos sus años haciendo mucho dinero, tanto así que nunca le dio oportunidad a su corazón de enamorase y ser feliz, por amar al dinero jamás quiso encontrar el amor verdadero, se arrepentía de haber creído ciegamente que la soledad no era un mal dañino, se lamentaba de nunca haber tenido hijos y esposa para compartirles su mansión, sus autos caros y demás posesiones.
De repente el viejo se levantó despacio del sillón de terciopelo, usó un bastón para dirigirse a la ventana principal, quería saber que eran unos extraños ruidos provenientes del exterior, por lo que corrió la cortina, abrió las celosías, inmediatamente descubrió que se trataba de sus vecinos, era una humilde pero muy unida familia de cuatro personas, los padres jugaban con sus dos niños alegremente en esa fría tarde, mientras ellos reían y cantaban formaban un enorme muñeco de nieve, el anciano sintió envidia y al mismo tiempo decepción de sí mismo, entonces con resignación aceptó el trago amargo de volver a pasar otra navidad en la soledad.