El muchacho se vuelve sorprendido. Ha reconocido la voz de inmediato, pero está seguro de que debe ser un error. ¿Cuántos años hace que no pasaba por su casa? En unas milésimas de segundo ha recordado su niñez y su adolescencia, la ha visto pasar ante sus ojos como fotogramas de una película en blanco y negro. Demasiado antigua. Demasiado tiempo.
Magnus sonrío. Detectó la ironía en la voz de aquel hombre que ahora le parecía tan desconocido. Porque el tiempo no solo borra las épocas, los momentos, también borra los sentimientos y las relaciones forjadas. Lo miró con detenimiento, recreándose en cada detalle de su gesto y de su indumentaria. Todo le parecía desconocido hasta el punto de resultarle un error. Aquel, que tenía delante, no era el Bartos que él había conocido. Era muy diferente. Un desconocido.
Magnus se acercó hasta la vitrina que coronaba el centro de la estancia y tomo un par de vasos que rellenó con el mejor de los wiskis que poseía. Una visita así no merecía menos. Se lo tendió al hombre que le miraba con melancolía preguntándose qué le pasaría por la mente en aquel momento. ¿Le recordaría igual que lo hacía él? Bartos pareció haberle leído el pensamiento.
Magnus le miró, al fin, con el ceño fruncido. Lo sospechaba desde el principio. Bartos Spinter no le habría visitado, así como así. Era triste, pero era la realidad. Nada quedaba ya de esa amistad incondicional que compartían. Las visitas se habían convertido en un acto de deber y no de cortesía. No podía evitar perderse en sus recuerdos cada vez que le miraba. Pero Bartos se encargó de devolverlo a la realidad.
La mirada de Magnus se ensombreció al oír aquel nombre que no se había pronunciado en años. Otra escena viajó por su mente, fugaz. Él tenía quince años menos, al igual que la chica que le acompañaba. Intentaba detenerla. Le imploraba que no lo hiciera. Pero ella no entraba en razón. Testaruda, como siempre había sido. Como siempre la recordaría con el cariño y el amor que le profesaba.
Ella le miraba con ternura y con tristeza. Unas lágrimas recorrían su mejilla. Sentía un nudo en el estómago. La amargura de tener que elegir.
Él la agarró por la muñeca. No podía dejar que se marcharse, así como así.
Ella acarició su mejilla con la dulzura y el deleite que otorgan el saber que sería la última vez. Le dolía. Le dolía mucho. Pero no había otra alternativa.
El muchacho la vio alejarse vencido por la pena y el desconcierto que le producía toda aquella situación. No era lo que hubiera esperado, eso seguro, y le faltaban recursos para poder reaccionar. Estaba vencido.
Noha abandonó el paso mirando sus pies sin saber qué decir. Se había mentalizado para aquel momento durante mucho tiempo y nunca, ni una de las veces en las que lo había recreado en su pensamiento, había sabido qué decir. No existía explicación alguna que consolara a Magnus. Que arreglara un corazón roto. Ni para él ni para ella. Solo existía la verdad. Y era hora de revelarla.
No quería ver la reacción del chico porque solo imaginarla ya dolía. Dolía mucho. Él no contestó. Pero podía oír su respiración acelerada. Podía sentir como los engranajes de su cerebro se ralentizaban, aturullándose, intentando asimilar una noticia imposible.
Noha se volvió y acortó la distancia que los separaba, inconscientemente.
Vio como se marchaba sin ser capaz de detenerla. No consiguió pronunciar ni una sola de las palabras que le inundaban la mente. No pasa nada Noha. No me importa que estés embarazada. Lo podemos arreglar, juntos. Nada. Solo la miró, y la miró hasta que desapareció de su vista. Se dejó caer junto a la pared sollozando sobre sus rodillas. Agarrando su cabeza. Se sentía desvalido. Le dolía el alma como nunca hubiera imaginado que podría doler. Su vida acababa de dejar de tener sentido. Se había destruido. Nunca más volvería a ser tal y como la recordaba.
Lo que más le dolía, incluso hoy en día, lo que no podía comprender era como no lo había visto venir. Él, que predecía el futuro no había sido capaz de ver su propio final. Algo que le atormentaría por siempre.