Antia sopesó sus escasas posibilidades. Estaban solos en un portal abandonado hasta el que Elijah la había arrastrado. Podía ver la puerta a unos escasos metros pero demasiados para escapar corriendo. Utilizar sus poderes no era opción, Elijah le doblaba en experiencia y en poder. No habría terminado de levantar su varita cuando él ya la habría reducido a cenizas. El corazón le latía a mil por horas. Hacía días, meses más bien, que quería abandonar la misión hasta la que el chico la había arrastrado. Pero sabía que no sería fácil. Quizás era imposible.
Un par de lágrimas resbalaron por su mejilla. Se sentía asquerosamente vulnerable y no le gustaba. Hacía mucho importaba que se había jurado a sí misma que no dejaría que nadie la viera llorar. No lo estaba cumpliendo. Apretó los puños a la vez que respiraba estrepitosamente al ritmo de su acelerado corazón.
Aunque un escalofrío recorrió toda su espalda Antia sabía que no tenía escapatoria alguna. Debía seguir adelante. Era la única forma de terminar con todo aquello. Le tembló el pulso cuando levantó la varita que Elijah le había enseñado a usar durante sus encuentros clandestinos del verano pasado. Cuando él aun era amable y ella una tonta enamorada. No tenía licencia para hacer uso de una varita por lo que eran muchas las normas que estaba incumpliendo pero eso era lo que menos le importaba. Se había hecho a la idea de que siempre pertenecería a ese lado de la sociedad inexistente. A los magos del montón que no destacaban en nada. Jamás sería extraordinaria como Bryana Spinter. Nadie se fijaba en ella y precisamente por eso Elijah se había fijado en ella. Por eso y por su vulnerabilidad, algo que la hacía muy accesible.
Lo había practicado muchas veces. Y , aunque al principio había sido difícil, había conseguido dominarlo a la perfección. Primero comenzó probando con pequeños insectos. Una mariposa que pasaba por allí sin quererlo. Un pequeño saltamontes. Un gato callejero… Para culminar lo había hecho con la vecina de enfrente. Sentir como controlaba a un cuerpo humano la había hecho sentir poderosa, incluso excitada, y había incluso despertado en ella sensaciones demasiado oscuras que habían terminado por asustarla. Pero hacerlo con Mira Luna, con alguien a quien conocía y con quien trataba diariamente, era otra cosa.
Mira se mantuvo ajena a todo lo que sucedió a continuación. Sintió un impulso inexplicable de dirigirse hacia el callejón más cercano y lo hizo. A partir de ahí, su conciencia fue sustituida por el conjuro que Antia había vertido sobre ella. Fue avanzando por aquel callejón desértico sin oponer ninguna resistencia y sin saber hacía donde la dirigían sus pasos. El plan era sencillo. Conducirla hasta el almacén abandonado, del que Elijah había hecho uso por la fuerza, y dejar que él se encargara del resto. Debía hacerlo cuando el desfile se encontrase en su máximo apogeo para garantizar que nadie estuviera atento de Mira Luna. Pero con lo que ellos no contaban era con que Mira Luna fuera la principal atracción.
Mafalda había decidido seguirla. Lo hacía con el corazón en un puño sabiendo que algo no marchaba bien. Todo era demasiado extraño y Mira ni si quiera parecía escuchar las palabras histéricas de su compañera. Supo que no era buena idea que se alejaran tanto del desfile desde el principio. Pero no podía dejarla sola. No cuando Mira ni si quiera conocía aquella ciudad. No entendía nada de aquel mundo y de los peligros que podían aguardar para alguien como ella. Su madre le había hablado un poco sobre el tema. Mira Luna se había convertido en un bien muy preciado para la comunidad mágica incluso sin ella ser consciente de ello. Mucha gente la estaba buscando, intentaban dar con ella, y no era precisamente con fines lucrativos. Mira Luna tenía un precio. Un precio muy elevado y suculento para la peor escoria de la sociedad. Y ahora, allí estaba ella dirigiéndose hacía la mismísima boca del lobo. Hacía los suburbios de Centralia donde nada bueno podía suceder. Mafalda no sabía qué hacer. Era una chica lista. Muy avispada. Pero su magia no podría hacer frente a la de magos de la calle. Ellos usaban una magia oscura y prohibida que no estaba bien vista entre estudiantes de Firewell. Por mucho menos podrían expulsarte y eso significaría que jamás podría seguir los pasos de su madre. Para formar parte del cuerpo de élite debías tener un expediente intachable en la Academia. Debías trabajar duro y esforzarte cada día al máximo. ¿Entonces qué haría? Si las cosas se ponían feas de verdad debería utilizar su magia para defender a Mira y eso supondría el fin de todo lo demás.
Bemus Spinter la observaba desconcertado desde sus vidriosos ojos azules. La chica le habría abrazado con entusiasmo de no haber sido porque estaría totalmente fuera de lugar abrazar a un Maestre de la Academia. Y aun menos a Bemus Spinter. Los Spinter eran de otro nivel. Todo el mundo lo sabía. Y si no que se lo preguntaran a a su madre. Ella y la señora Spinter habían sido muy amigas. Las mejores. Pero cuando ella se casó con el director Spinter todo cambió. El contacto se perdió. Y cuando Mafalda le preguntaba por lo ocurrido, ella siempre repetía esas palabras. Los Spinter son de otro nivel, hija. Sin más.