Bienvenidos a la recaudación de fondos para la Organización Italiana contra el Cáncer de Mama.
Era la inscripción del cartel a la derecha de las puertas aquel elegante salón de hotel, del lado izquierdo se encontraba una mesa cubierta con un mantel blanco a ras del suelo, encima de esta habían papeles perfectamente organizados con nombres impresos en letra cursiva, mi tío tomó el que le correspondía y proseguimos al lugar. Las miradas de parte de los presentes cayeron automáticamente sobre nosotros tras algún que otro comentario bajo perfil, centré mi contacto visual en la decoración y sonreí internamente por la energía que emanaba. Si pudiera describirlo en una sola palabra sería: prestigio.
Los colores base eran blanco y dorado, sobre la pista de baile guirnaldas de tela se extendían suspendidas del techo hasta otro punto del mismo, a su alrededor las mesas circulares se vestían de blanco con las orillas de los manteles en dorado a juego con las sillas de metal a su alrededor. En el centro de ellas yacían los centros de mesas con margaritas, sobre ellos el número de mesa asignado a cada invitado donde la nuestra era la número siete cerca del escenario. Compartíamos la nuestra con dos hombres que aparentaban estar en sus treintas, a juzgar por su manera de referirse al otro caímos en cuenta de que era una pareja homosexual.
—Soy Alessio —esbozó una sonrisa uno de ellos que portaba una piel bronceada y ojos verdes —. Y él es Mateo.
El susodicho saludó con un asentimiento de cabeza y un "mucho gusto" hacia nosotros a lo que mi tía tomó la palabra.
—El gusto es nuestro, soy Francesca, este es mi esposo Stefano, mi hija Giulia, y mi sobrina Sofía —nos señaló a cada uno y repetimos el saludo de Mateo.
Como cada conversación superficial nos alagaron a Giulia y a mí nuestra belleza juvenil, nos preguntaron nuestras respectivas edades y lo que aspiraríamos en un futuro antes de centrar su completa atención a los mayores.
Muchos piensan que entablar una conversación con una persona adinerada es perder el tiempo puesto a su opinión frívola, ignorante y sexista acerca de la sociedad, que nada más por tener algunos ceros en la cuenta bancaria creen que es razón suficiente para hacer valer más su opinión que la ajena. No diría que me veo de esa manera, o que sea mentira o completamente verdad lo que acabo de plantear.
Esas personas adineradas de apariencia perfecta y mentalidad superficial existen no importa el aspecto físico de la persona, confirmo de la presencia de estas en este mismo salón. En su mayoría mujeres que al darse cuenta de mi joven apariencia y el vestido que estaba usando, barrían su mirada como un escáner en donde me encontraba para luego criticar a su conveniencia y así sucesivamente con el resto de los invitados.
Sin embargo, el apretón leve a mi muñeca por parte de la castaña hizo que esta vez la mirara a ella.
—No les prestes atención, solo añoran la época en la que no necesitaban botox o un par de senos —dijo en voz baja con diversión en su rostro.
—Ni me lo digas —rodé los ojos a su mismo tono de voz —. Esto parece una fábrica de muñecas.
Ambas reprimimos una risa antes de disculparnos e ir por algo de beber a la barra, minutos después cada una teníamos un vaso con ponche de frutas —ya que aún no podíamos beber alcohol—.
—Aún no puedo creer que te irás la semana que viene —dije acto seguido de darle un sorbo a mi vaso, incrédula aún por la decisión tomada —. Lo bueno de Francia es que te puedes conseguir un novio que te enseñe a besar.
La risa en ambas fue inevitable, Giulia me proporcionó un golpe suave en el hombre aún riéndose.
—Eres tan atrevida, Sofía Giordano —simuló estar ofendida, hizo de sus labios una fina linea —. No todos tenemos besos mágicos, deja pasar al pobre Luca a la historia.
En respuesta me encogí de hombros y tomé de la bebida. Segundos más tarde dos cabelleras rubias se hicieron presencia.
— ¡Pero, Carina! —exclamé con los ojos de par en par en su cabello —. Estás maravillosa, el cabello te quedó fenomenal.
La susodicha me saludó con un abrazo y un beso en ambas mejillas.
—Gracias, Sofi —se llevó una mano a la frente y acomodó su flequillo con una sonrisa labial —. Y yo no esperaba menos de mi pelirroja favorita, combinas con el vestido. El bronceado de balcón hace maravillas, lo admito.
Mi vestido era de satín, de un tono granate con escote en "V" con dos volados en mis clavículas como tirantes que de alguna manera hacía juego con mi tono de piel y mi cabello que estaba suelto y ondulado en las puntas, en cuestión de maquillaje nada más apliqué base, sombra marrón claro, delineador y un color nude a mis labios. Mientras que mi amiga prefería ser más extravagante sin perder la elegancia, siempre sabía como destacar en un lugar específico.
Éramos las mejores amigas, a pesar de no conocernos desde una edad que ni siquiera recordamos Carina fue la primera persona que conocí apenas atravesé las puertas del colegio privado Dante Alghieri. Siempre era trasparente, fiel y honesta, se convirtió de alguna manera algo muy esencial en mi vida, más que una amistad íntima y si no fuera por ella aún estaría en la fase de soledad reciente al duelo. Como ya era costumbre, ambas nos escondíamos en nuestra burbuja al entablar una conversación no importaba que trivial fuese.
La media noche, de todos los presentes subieron dos personas al escenario. Giacomo Rizzo, dueño de la cadena hotelera más famosa de Europa, probablemente tan famosa y refinada como la Hilton, y su primogénito posible heredero del imperio Rizzo Resorts, Giovanni.
Cada uno vestía un esmoquin de corbata negra, ambos traían el cabello peinado hacia atrás dando una mejor apreciación sus facciones. Con seguridad diría que la belleza corre por las venas de esa familia, incluso el mayor que a pesar de estar a mediados de los cuarenta años era bien parecido, su hijo era casi una copia exacta de él, exceptuando la forma de su nariz que juraría haber sido heredada por parte de su madre. De repente las luces del salón se apagaron exceptuando las del escenario, señal suficiente para que todo se sumiera en silencio.