Miradas Azucaradas

cinco

Natalie

—No puedo creer que no tengas algo sexy aquí —dice Jasmine sumergida en mi armario, rebuscando entre mi ropa. Lanza las prendas como si estuviera escarbando, ha creado una montaña en mi cama y otra en el suelo, parece un tornado. Me quedo sentada en la silla del tocador, mirando fijamente hacia donde se supone que está, la puerta del armario la oculta.

—Soy una chica de diecisiete y me gustan los unicornios, no me culpes por no tener taparrabos.

—Ugh, eso explica por qué tienes esta cosa tan fea —emite al tiempo que una sudadera rosa pastel que conozco bien vuela por los aires—. Deberías superar la etapa de My Little Ponny.

Tiene el cuerpo de un unicornio realzado y también los cabellos multicolores de su cola. Me levanto, alarmada, y la recojo para extenderla en mi edredón.

—¿Qué? A mí me parece bonita. —Pero la verdad es que es la cosa más espantosa que he visto después de mi gorro de hamburguesa con doble queso. Si la sigo guardando es porque me trae buenos recuerdos, fue un regalo que me dio mi padre cuando cumplí quince.

—¡Lo encontré! —exclama, emocionada. Sale tambaleándose por el desastre.

Abro los párpados al ver lo que lleva en las manos, ¿cómo no recordaba que lo tenía? Nos habríamos ahorrado mucho tiempo. No puedo creer que eso siga ahí. Es un vestido negro que usé en la fiesta de cumpleaños de Frank el año pasado, espero que todavía me quede.

Las dos nos vestimos, la mayor parte del tiempo luzco como una niña pequeña, no poseo una gran delantera y mis piernas son como dos pajillas. Este vestido hace que me vea como alguien de mi edad, no es muy revelador, pero tampoco es un hábito. Es perfecto.

A pesar de que le aseguro que puedo hacerlo por mi cuenta, me mira con ojos de borrego a medio morir, ya que quiere maquillarme. No es que no quiera, es que Jas es un poco exagerada y no quiero parecer un payaso.

Una hora después estamos listas. Jas se puso un vestido rojo que combina con su labial y su mueca de picardía. Revisa cada parte de su rostro con minuciosidad, le gusta hacerle gestos al espejo para comprobar que luce bien haciendo cualquier cara.

La verdad es que no quedé tan mal, me veo bastante bien, y me gustan muchísimo las ondas de mi cabello, podría mirarlas siempre.

Mi madre insiste en llevarnos para conocer el lugar donde pasaremos el rato. Todo el camino se lo pasa parloteando sobre lo hermosas que nos vemos. Llegamos a la casa llena de jóvenes, algunos están afuera charlando, los que apenas llegan se arremolinan en la puerta de la casa. Jas sale del auto y yo voy a hacer lo mismo, no obstante, la voz de mamá me detiene.

—Cuídate, cariño, y por favor llámame cuando Greg ya vaya a llevarte a casa. Sabes que me pongo nerviosa.

—De acuerdo —le digo sonriendo—. Te quiero, mamá.

Jasmine se despide de mi madre antes de que emprendamos el camino a la entrada. La música resuena a todo volumen, los gritos eufóricos se escuchan desde el exterior. ¡Oh, sí, quiero mover el cuerpito!

Un chico está en la puerta como si fuera guardia de seguridad, luce amenazante, algo así como King Kong, supongo que es uno de los chicos del equipo de fútbol americano, hay jugadores enormes.

—Venimos con Greg —dice mi mejor amiga alzando la voz.

Al escuchar el nombre y reconocerla, el grandote sonríe y se hace a un lado. Sin embargo, antes de que podamos entrar, nos extiende

una pecera llena de billetes y monedas. Lo miramos sin comprender qué quiere. ¿Acaso me está ofreciendo dinero? ¿Esto es un milagro?

—El alcohol y los condones cuestan —dice él, a lo que Jasmine bufa, saca de su bolso dos dólares y los deja caer en la esfera.

—No hay más.

Nos deja pasar, pero mi mente todavía está dándole vueltas a sus palabras.

—¿Condones? —pregunto, atónita.

—¡Oh, vamos! En cualquier fiesta hay globos. Camina. —Me jala del brazo para obligarme a entrar.

La oscuridad es impresionante, hay muchos cuerpos moviéndose al ritmo de una canción electrónica que no conozco. Greg se nos une y le da un apasionado beso a su novia, y me saluda con un «hola, chica hamburguesa». Nos acerca a su grupo de amigos, quienes están jugando a ver quién bebe más alcohol, gritan con euforia cada vez que alguien se termina un shot.

Jas me ofrece una cerveza, yo la tomo, aunque no sé qué hacer con ella, ya que no acostumbro tomar. Le doy traguitos cortos, el sabor amargo no es de mi agrado. No quiero verme como una niñita, puedo ser la ruda de los unicornios.

Termino cansándome de escuchar sobre lo bien que le está yendo al equipo de fútbol, así que decido dar una vuelta, también puedo aprovechar para ir al baño. Doy un par de pasos, esquivando a los cuerpos que se mueven como si tuvieran piojos saltarines.

No debería sorprenderme que la mala suerte siempre se empeñe en cagarme encima. De hecho, podría hacer una lista como los récords Guinness para ver cuál accidente o metida de pata es más extrema.

Algún desalmado me avienta y me hace tropezar. La botella se me resbala de las manos, creo que voy a romperme la cabeza en el suelo. Cierro los ojos para que según yo duela menos, aunque sé que dolerá igual. No obstante, el golpe nunca llega, unos brazos me han atrapado. El aire se me atora en los pulmones al encontrarme con sus ojos marrones y su sonrisa divertida.

Esto es todo, que alguien llame a mi madre para que organice mi velorio, él me está abrazando. Mi corazón va a mil por hora, no sé qué hacer, así que espero que me saque del aturdimiento.

—Estas formas tuyas de aparecer podrían matar a alguien. Primero un caldo, después una hamburguesa en la cabeza y ahora caes a mis brazos. —Su susurro hace que ahogue un suspiro en mi boca.

Oh, Shawn, hazme tuya. Dejo que una sonrisa se extienda en mi rostro, espero no lucir como una loca enamorada.

—Lo lamento —digo.

—Yo no —contesta, provocándome un infarto.



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En el texto hay: comedia, amor, amistad

Editado: 16.04.2020

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